La paz esquizofrénica – Por Víctor de Currea-Lugo

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La paz esquizofrénica – Por Víctor de Currea-Lugo

La esquizofrenia es una enfermedad dolorosa, tanto para el que la sufre como para el que la contempla. Cuando era médico, vi varios pacientes que me dejaron marcas en la memoria. Así que la mención de esta enfermedad aquí no es una broma ni una metáfora de mal gusto; sino que es una realidad dolorosa.

Esquizofrenia es una palabra que traduciría: ruptura o división de la razón o del pensamiento, aunque la enfermedad no es la de un ser dividido en dos, sino de un ser roto por dentro. La esquizofrenia es progresiva, contiene delirios, conlleva al aislamiento e incluye el deterioro de las emociones. Y, aunque ese tipo de síntomas los posmodernos los usan como metáfora, aquí lo menciono como descripción literal de lo que es el proceso de paz, aunque se me acuse de lo que Michael Walzer llama una “analogía doméstica”.

El proceso de paz es uno pero está roto. Está roto desde su origen, como pasa con las personas esquizofrénicas, que arrastran una herencia que le determina su condición. La esquizofrenia de la paz empieza en la esquizofrenia del país, en la ruptura del contrato social de 1991 (aquí llamado Constitución Política) o incluso antes: lo que el poeta llamaba “las Colombias”: que yo veo desiguales y fracturadas entre ellas.

Pero la razón última no hay que buscarla en las Farc ni en sus divisiones, ni siquiera en los discursos dobles del gobierno, sino en el texto final del Acuerdo de La Habana, donde en el afán de decirlo y escribirlo todo, trataron de poner en, más o menos, 300 páginas, lo divino y lo humano. Pero ese tampoco es el problema sino que allí hay dos pactos en uno: esa es la esquizofrenia.

Un primer pacto (mezclado entre los acuerdos) habla de lo agrario, incluso sin tocar el problema real que es la tenencia de la tierra; habla de participación y podríamos decir que en el fondo reivindican la esencia de la Constitución de 1991; plantea una política frente a los cultivos de uso ilícito y reconoce a las víctimas.

Un segundo pacto apunta al fin del conflicto, a la entrega de armas, la desmovilización de las Farc como organización militar, el juzgamiento de los crímenes de guerra, los mecanismos de la llamada Justicia Especial para la Paz.

Son dos textos en uno. El primero apunta a la razón de las causas del conflicto; y el segundo al tratamiento de las consecuencias. No son lo mismo. Y en esa lucha interna del texto, se impone el segundo a expensas del primero. Esto se debe, en parte, a la debilidad política de las Farc (me refiero su limitado poder frente al Estado y no a otra cosa), al gran juego mediático del uribismo, a la incapacidad del Gobierno de defender ante la sociedad lo pactado, a la falta de recursos para la implementación, a la poca credibilidad en los derechos sociales, pero sobre todo a que se impuso en la sociedad la idea perversa de que para hablar de “paz y posconflicto” bastaba con que las Farc entregaran sus armas.

Cuando se dice, por ejemplo, “Justicia versus Paz” muy rara vez se asocia la palabra justicia con justicia social, la que derivaría de partes de los acuerdos que, ahora, el gobierno renegocia vía parlamentaria y dudo mucho que vaya a aplicar (ojalá esté equivocado). Justicia aquí es solo “justicia transicional” en el mejor de los casos; cuando no es cárcel o linchamiento social.

Las Farc son ingenuas (en el siguiente sentido): seguir creyendo que lo firmado tocará, así sea de refilón, las causas de la guerra, y el Estado es perverso, porque solo le importa tocar las consecuencias, y de qué manera.

Un escenario claro donde se observa esta esquizofrenia fue en Tumaco. Para unos los cultivos de uso ilícito son un problema social, para otros simplemente es un delito. Las Farc firman para entrar en política pero hasta algunos “progres” quieren verlos antes frente al Tribunal. Hay una disociación con la realidad social y política. Algunos creen que defender la justicia es defender el Código Penal y otros pensamos que la Justicia Transicional es, precisamente, para tiempos extra-ordinarios que no pueden ser atendidos desde la institucionalidad ordinaria.

Y los medios de comunicación, de nuevo los medios, han caído en el juego; mejor: han contribuido deliberadamente al juego. Parafraseando a Olivier Roy, no importa lo que el Acuerdo diga sino lo que la gente cree que el Acuerdo dice. Aquí sí como metáfora, citando la obra de Robert Louis Stevenson, creo que el señor Hyde se impone finalmente al doctor Jekyll.

Las Farc dirían que no es cierto, porque por razones existenciales no podrían aceptar la esquizofrenia, mientras que el Estado también lo negaría, pero por cinismo. Típico es de las personas con enfermedades psiquiátricas negar sus enfermedades; en Colombia, por ejemplo, repetimos que dizque somos el país más feliz del mundo.

Y en el caso del ELN también hay esquizofrenia. Por eso, hay quienes parece que solo se preguntan cosas del ámbito de lo militar: ¿está dividido el ELN? ¿Continuarán en resistencia? ¿Cuándo entregarán todas las armas? ¿Se dejarán contar? Pero muy pocos entienden que en la agenda se habla de cosas como: participación, democracia y transformaciones; que no son puntos decorativos de la agenda. Pero, la agenda con el ELN como el Acuerdo con las Farc no se estudia, se asume como un acto de fe. Y entonces podemos decir: no importa lo que la agenda diga sino lo que el gobierno cree que dice.

La enfermedad llamada esquizofrenia no tiene cura, hay tratamientos paliativos, que solo atienden a los síntomas y no a las causas. En esto se parece al Acuerdo de La Habana. El ELN sabe que el diálogo no será, y no puede ser, para hacer la revolución en la Mesa. Pero el gobierno no entiende, todavía, que tampoco es para arrancarle al ELN una claudicación.

Yo creo en la paz y no creo que la guerra sea una fatalidad inevitable. Pero no será el señor Hyde el que quiera ni necesite cambiar el rumbo del barco, sino el doctor Jekyll y sus amigos. El problema es que, en Colombia, tenemos muchos “señor Hyde”, muy pocos “doctor Jekyll” y casi ningún amigo. Mientras tanto, la esquizofrenia avanza.

Las 2 orillas


Entrevista de Nodal a Víctor de Currea Lugo, especialista en procesos de paz: “El gran interrogante es si el Estado va a cumplir con lo acordado”

Por Nadia Luna – Nodal.

Colombia está viviendo un momento histórico: luego de más de medio siglo de conflicto armado, las FARC se constituyeron como partido político. Ahora, sus siglas refieren a Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común y su presidente es Rodrigo Londoño, “Timochenko”, último comandante en jefe de la exguerrilla. Por su parte, el Ejército de Liberación Nacional y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos anunciaron el cese del fuego bilateral por cuatro meses, como un paso clave hacia otro proceso de paz. En el medio, el país recibió la esperada visita del Papa Francisco.

Nodal habló de la actual coyuntura colombiana con Víctor de Currea Lugo, especialista en conflictos armados y procesos de paz. Es profesor de la Universidad Nacional de Colombia y autor de los libros “Y la sangre llegó al Nilo. Crónicas desde la guerra” (2017) y “De otras guerras y de otras paces” (2014), entre otros.

¿Qué aportó la visita del Papa al proceso de paz que se está llevando adelante en Colombia?

La visita del Papa a Colombia en el plano simbólico y mediático es muy importante porque ratifica un mensaje de paz, pero lo más importante es que hace eco de una lectura social del concepto de paz, de reconciliación y de perdón. Además, abre la puerta de nuevo a un debate sobre el papel de la Iglesia en la construcción social y genera un nuevo impulso a la legitimidad del Gobierno, al proceso de paz que firmó con las FARC y al proceso en curso con el ELN.

El proceso de paz que está atravesando el país, con la conformación del partido político de las FARC y el cese del fuego bilateral con el ELN, ¿se puede comparar con procesos similares en otros países? ¿Qué particularidades tiene el proceso colombiano?

El proceso de paz colombiano comparte con otros procesos la búsqueda de soluciones para la incorporación en la arena política de los grupos alzados en armas y comparte debates sobre la justicia y tensiones sociales en el pos-acuerdo. En comparación con hace algunos años, hoy la Corte Penal Internacional juega un papel importante y por tanto las víctimas se priorizan más que en otros procesos. Pensemos en Guatemala o El Salvador, donde no tuvieron el papel protagónico que tienen en el caso colombiano. Y en el caso particular del ELN, creo que lo más rescatable es su insistencia en que es la participación de la sociedad la que define la agenda y la dinámica de la negociación. A diferencia de la mayoría de procesos en el mundo, que son más que nada entre la élite de la guerrilla y la élite del gobierno, la propuesta del ELN colombiano apunta a una construcción diferente.

¿Considera que las negociaciones con el ELN pueden seguir un camino similar al que se llevó a cabo con las FARC? ¿Qué diferencias hay entre ambas negociaciones?

El proceso de las FARC es un proceso con una agenda acotada de 5 puntos que incluía agenda rural, participación política, cultivos ilícitos, víctimas y fin del conflicto. En tanto, la agenda del ELN apunta a la participación de la sociedad, democracia para la paz, transformaciones para la paz, víctimas y fin del conflicto. Confluyen algunos aspectos porque se trata de la misma guerra de más de cinco décadas. Pero hay diferencias fundamentales. Mientras la participación es una piedra angular para el ELN, las FARC centran su eje del relato en lo rural. Hay dos elementos importantes. Uno, que tanto el Gobierno como el ELN han aprendido de los errores y aciertos del proceso con las FARC. Y segundo, que la mesa del ELN dice en su agenda que sí hay un compromiso directo de complementariedad con la mesa que hubo con las FARC. Esto es fundamental para lo que en Colombia se llama una paz completa.

¿Por qué estos acuerdos históricos se están concretando durante el gobierno de Santos? Teniendo en cuenta que se trata de un Gobierno que también ha sido y es criticado por hacer uso de la represión durante protestas y que ha enfrentado huelgas de diversos sectores de la sociedad.

La política social de Santos en el manejo de la protesta social es muy similar a la del presidente Uribe o la del presidente Pastrana. La política económica en términos de neoliberalismo también es la misma. Tanto Uribe como Santos representan élites donde los grandes conglomerados empresariales y terratenientes se sienten identificados. La diferencia es que el presidente Santos pudo leer la incapacidad de aniquilar por vía militar la guerrilla. Uribe lo intentó durante 8 años sin llegar a ningún resultado satisfactorio y por tanto se impone la paz. La paz en Colombia no es solamente una decisión de Santos, sino una presión de la sociedad. También es una necesidad militar porque se estaba produciendo un desangre del país sin que hubiera posibilidades de una salida militar a corto plazo. Este no es el escenario de Sri Lanka, ni Perú, y por tanto había dos escenarios frente a nosotros: continuar 50 años más de guerra o saltar a una negociación política del conflicto.

Hay una disputa entre grupos paramilitares por los territorios que van dejando las FARC. Como consecuencia, crece el número de líderes sociales asesinados en esas zonas. ¿Qué medidas cree que deberían implementarse para frenar estos crímenes y resguardar la vida de la población?

El asesinato de líderes sociales en Colombia no depende solo de la ampliación del paramilitarismo en las zonas que han dejado las FARC. De hecho, el asesinato de líderes en Colombia ha sido una constante. En los años ’80, las FARC organizaron un partido político que se llamó Unión Patriótica y más de sus cinco mil dirigentes fueron asesinados en una campaña orquestada entre fuerza pública y grupos paramilitares. Lo que sí se viene dando ahora es un problema de vacío de poder. Cuando las FARC se retiran crean un vacío de poder. Lo que uno esperaría, es que según los acuerdos firmados en La Habana, ese vacío de poder fuera llenado por las instituciones del Estado. No hablo del Ejército ni de la Policía, sino de las dependencias del ministerio de Salud, Educación, etc. Ese abandono estatal genera una persistencia de los vacíos de poder que han dejado las FARC. Frente a eso, aparecen nuevos actores. Uno de ellos es el paramilitarismo que está copando algunas zonas. Eso genera angustia en la sociedad. Las FARC ya tienen más de 14 miembros que han sido asesinados, a lo cual se tiene que sumar la falta de cumplimiento de las primeras fases. Eso genera un descrédito y ha hecho que algunos guerrilleros vuelvan a tomar las armas. Se ha producido un gran malestar social en las zonas de influencia de las FARC por el abandono del Estado y el gran interrogante es si el Estado va a cumplir con lo acordado.

Nodal


Cumbre Farc-ELN: cómo echarle carbón al tren de la paz

Por Víctor de Currea-Lugo

Soy un convencido de la paz y, quienes han seguido mis columnas, saben de mis años de empeño por empujar el proceso de paz entre el Gobierno y el ELN. En estos días el gobierno aprobó una cumbre entre el partido Farc y el ELN que se realizó en Ecuador. El presidente Santos dijo: “he autorizado el viaje de dirigentes de las Farc a Ecuador mañana para que hablen con los negociadores del ELN y les expliquen el porqué de este acuerdo, las bondades para todo el mundo de los acuerdos que firmamos, y los beneficios para todo el mundo de hacerlos cumplir y de la paz para Colombia”.

El problema es cómo hacer para que el ELN se suba en el mal llamado “tren de la paz” y no se estanque por los graves errores del proceso de La Habana. Si la Mesa de Quito llega a tambalear no será por el ELN: no será porque esté dividido, como decían los “expertos”; no porque no le iban a hacer caso a Nicolás Rodríguez, como auguraban en la prensa; no porque el ELN no quiera comprometerse, como gritaban los enemigos de la paz, no. Todas esas cosas las ha desmentido de manera categórica el cese al fuego bilateral que el ELN ha cumplido a rajatabla, de manera unificada y con un alto grado de compromiso. Hasta Pablito está comprometido. (Es más, aquí digo “convencer” pero, en rigor, el ELN no necesita que lo convenzan, sin embargo quiero usar el espíritu de la frase de Santos).

En la cumbre mencionada, las dos delegaciones decidieron “la creación de un mecanismo conjunto entre las dos fuerzas, cuyos resultados estaremos informando al gobierno, al país y a la comunidad internacional”. Así que se abre un proceso de acompañamiento de la Farc en la Mesa de Quito de manera más constante.

La tarea que tienen los de la Farc es, de aquí en adelante y según dijo Santos, convencer al ELN de que firmen un acuerdo de paz que no toca el modelo socioeconómico, que es una buena parte de la causa del conflicto; que firmen y vayan al coctel, a pesar de que la Ceremonia en Cartagena, la presentación de los Acuerdos ante la ONU y la reunión del Teatro Colón parece que fueran solo eso: puro teatro.

El problema es que el partido Farc convenza al ELN que el gobierno le va a cumplir al campo, como dice el Primer Acuerdo, cuando no ha sido ni siquiera capaz de tener una estrategia para llenar los vacíos de poder dejados por las FARC. Es necesario que el país vea que el gobierno tiene algo más que el Esmad o el ejército para atender al campo colombiano.

Veo difícil decirles: tranquilos, que va a haber una participación política amplia (para los que queden vivos) como reza el Segundo Acuerdo. Y que lo que se acuerde en participación no se va a renegociar vía parlamentaria donde ahora buscan descabezar la acción política del partido Farc en las cabeceras municipales.

Complicado decirle al ELN que incorporen en la Mesa de Quito el Acuerdo sobre Cultivos Ilícitos, para buscar la cacareada complementariedad. Que firmen eso, que el gobierno ya vuelve a la erradicación forzada y el asesinato de campesinos, para (entre otras cosas) congraciarse con Donald Trump.

No sé cómo hará la Farc para convencer al ELN para que salte a lo político, a apoyar los caminos electorales, cuando muchos de los asesinados (me decía un militante muy observador del Partido Comunista) eran los eventuales candidatos a las circunscripciones electorales de paz. Lo que ganaron las Farc en La Habana con firmas lo pierden en los territorios con balazos.

El problema es cómo la Farc van a convencer a los elenos de que un sistema especial de justicia no terminará siendo un ejercicio de injusticia; que sus militantes sí serán liberados fruto de un acuerdo y unas decisiones judiciales y no seguirán encarcelados, en contravía con lo acordado; mientras militares (como Rito Alejo del Río) ya están en la calle.

Cómo convencer a Gabino de que concentre sus tropas y que, tranquilo, que el gobierno les dará de comer y un techo bajo el cual dormir, después de la inmensa desatención e incumplimiento del gobierno con las zonas veredales. Cómo convencer a Pablo Beltrán para que los elenos dejen las armas y salten a la política siguiendo el ejemplo de las Farc, cuando éstos ya suman 37 miembros asesinados. Todo indica que alguien está arrojando a la gente desde el tren de la paz.

La tarea es que la Farc convenza al ELN que es suficiente, frente a los enemigos de la paz y los medios corporativos, cumplir con el Acuerdo de fin del Conflicto Armado: firmar, hacer un listado de sus miembros, concentrarse, entregar los niños, dejar las armas, señalar donde están las caletas, dar oro y dólares, para que los vean de otra manera.

Busquemos mejor la respuesta en la agenda del ELN, de pronto allí encontramos la clave. El primer punto es participación, pero los muertos no suelen participar. De hecho, parte de lo pedido por el ELN en el cese al fuego está relacionado con el asesinato de activistas sociales, cosa que no ha siquiera disminuido.

El segundo es el de democracia para la paz, pero en Colombia la protesta social se resuelve con “tumacazos”, léase: masacre de campesinos por parte de la Fuerza Pública, acompañada de acusaciones a disidencias de la Farc, con medios de comunicación al servicio de la mentira, ataques a las comisiones que se atreven a investigar y negación de evidencias.

Pero la Farc podría probar con el tercer punto de la agenda del ELN: transformaciones para la paz. El asunto está en que los puntos relacionados con el modelo (que son las causas del conflicto) como la tenencia de la tierra, no se tocaron en La Habana: se metieron en los llamados “congeladores” cuyo debate se olvidó. Siguiendo ese ejemplo, podría convertirse a Quito en un depósito de neveras.

Las dos delegaciones coinciden en lo mismo que pensamos muchos desde la sociedad: “el paramilitarismo es la mayor amenaza para la paz de Colombia, la sociedad y la democracia”; pero la ley que lo prohíbe sigue haciendo fila en la larga lista de tareas no hechas por el parlamento para avanzar en la implementación.

Cómo recomendarle al ELN que cree un partido político que no va a ser atacado, una avanzada en el parlamento que no va a sufrir estigmatizaciones; o aunque sea un equipo de fútbol que no sería excluido. Que todo esto hace parte del llamado “tren de la paz”.

Yo creo en la paz, creo que el ELN debe negociar. Pero hoy me pregunto cómo va a hacer la FARC, los que todavía no han sido asesinados, para explicar al ELN, en palabras de Santos: “las bondades, para todo el mundo, de los acuerdos que firmamos”. Lo bueno de la declaración final de la cumbre es que afirmaron que: “ninguna dificultad -por grande que sea-, nos hará desfallecer en la conquista de la paz”. Ojalá los convenzan, pero no sé cómo. Por el momento veo un tren con pocas reservas de carbón y a riesgo de descarrilarse.

P. D. Señores del gobierno, este mensaje es para ustedes. Como ven, el debate no es solo el del secuestro o los ataques a la infraestructura.

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