Elecciones en Chile: Izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas – Por Santiago Escobar

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Este fue el eslogan del progresismo crítico a la Concertación y parte de la Nueva Mayoría, incluido el PC, con el que levantó sus propuestas políticas alternativas al duopolio de poder que maneja Chile desde los años 90 del siglo pasado. Sin embargo, un clivaje ambiguo del Frente Amplio, sobrino y nieto de la Concertación, y un chaqueteo MEO-bacheletista del PRO, han mandado de paseo ese criticismo y lo han transformado en una sociedad de hecho con Sebastián Piñera en estas elecciones presidenciales, al fijar a Alejandro Guillier como el objetivo central de sus enconos democráticos.

Pienso que no es falta de convicción doctrinaria ni la inadvertencia de hacerle el juego a la derecha, como vulgarmente juzgan estos yerros los espíritus políticos mezquinos que se sienten afectados. Se trata más bien de ansia y de incapacidad de entender el fondo de una política democrática en una sociedad plural, cuya representación, para generar gobernabilidad, precisa de acuerdos, los que a su vez dependen de un piso de respeto cívico y práctica dialógica, que en este caso falta. La mano de hierro en guante de seda y la coherencia exige ese respeto si, como ocurre en este caso, el fraccionamiento de la sociedad hace muy difícil el viejo ejercicio de tener que acumular fuerza de representación como base de cualquier gobierno.

Por ello no se entiende que el despliegue de los artefactos de poder político propio –entre ellos la palabra y su uso discursivo– no tenga un mínimo de racionalidad no agresiva que permita el diálogo con los próximos o los iguales en un escenario de segunda vuelta.

Este aparentemente pequeño problema de la ciencia política práctica, muchas veces se pierde de vista al calor de la competencia electoral. Pero los discursos y las palabras son poderosos imanes para nuclear o fragmentar los escenarios, según sea el caso.

Parte importante de la vaciedad del discurso político actual ante el electorado no deviene de la falta de programas, sino de la incomprensión de que los procesos políticos de las sociedades plurales requieren, para hacerse efectivos en sus propuestas, de la construcción de mayorías, lo que implica un gran esfuerzo por vencer las desconfianzas, las controversias y los rencores, para generar acuerdos y escenarios nuevos. Además de ser práctica, ello es una construcción honesta y transparente de la realidad y es sobre esto que se proyecta el peso de las palabras y afirmaciones ofensivas entre adversarios.

Parte importante de la centroizquierda agrupada en el partido de MEO y en el Frente Amplio parece no entender el poder de las palabras. Las usan preferentemente como adjetivos, restándoles el carácter simbólico que tienen para la política, lo que debilita su discurso propio.

La política es un arte del poder y no un simple juego de lenguaje sin resultados sobre la realidad. Después de las ofensas y los exabruptos, más que condiciones para acuerdos, lo que existe es rencor o prescindencia. Los terceros o cuartos en política importan tanto por los votos que traen como por la posibilidad de multiplicarlos en una calidad nueva, y eso depende mayormente de las maneras y sentidos del lenguaje. No es creíble ni confiable un aliado de hoy que antes fue un ofensor.

MEO, tal vez uno de los políticos jóvenes (ya de edad mediana) con mayores aptitudes de poder y liderazgo surgido en lo que va del siglo XXI en el país, entró, el último tiempo, en un vértigo insidioso contra Guillier, fuera de toda lógica pasada y de toda prospectiva acerca del poder político en el país.

Si se atiende a lo que por estos días predica, es claro que se desdijo de la imagen crítica y convocante del 2009 y hace algo que antes no aceptó: declararse hijo putativo y heredero de Bachelet. Además, felicita en público a gente que antes denostó y que durante años lo ha despreciado como un aventurero. Todo por una foto electoral casi clandestina con quienes poco lo quieren o respetan.

Tal vocación de poder es ansia en estado natural y una cierta lesión a la dignidad propia y de muchos que lo siguieron. Lo sostengo con cierta desilusión que un liderazgo prometedor en un país carenciado de inteligencia política, por más que sea personalizado, enreda sin necesidad lo que representa o quiere representar en un aspecto de coherencia, que la ciudadanía, pese a su despolitización, sí es capaz de captar.

Lo del Frente Amplio es la soberbia y la ferocitas de los jóvenes en política, hecha de impulso y radicalidad, que convoca y entusiasma cuando esta fresca, pero que, a poco andar, languidece presa de aquellas cosas que les cuenta entender si no tienen ganas y voluntad de entender. Lo que su candidata nos transmite es que son exclusivos y excluyentes, que no entienden –o que lo entienden solo como culpa de las viejas generaciones– que estemos en los problemas de hoy, principalmente AFP, Salud y Educación. Y en su marcha por una sociedad mejor no están dispuestos a hacer alianzas con nadie. Parecieran guiarse por una variable de extinción biológica de los otros y, en caso de segunda vuelta, esperan que todos vayamos a votar por ellos si logran pasar, pero dejando en claro que no van a apoyar a Alejandro Guillier si este es el contendor de Piñera.

No hay que recordar el incidente interno del FA con Alberto Mayol para entender que aún les queda mucho por aprender sobre el manejo de crisis en una alianza plural. Sobre todo para armar la mayoría. Pero resulta que esa misma dimensión, ampliada a mil, la tiene el país frente a todos sus problemas.

«Pienso que no es falta de convicción doctrinaria ni la inadvertencia de hacerle el juego a la derecha, como vulgarmente juzgan estos yerros los espíritus políticos mezquinos que se sienten afectados. Se trata más bien de ansia y de incapacidad de entender el fondo de una política democrática en una sociedad plural, cuya representación, para generar gobernabilidad, precisa de acuerdos, los que a su vez dependen de un piso de respeto cívico y práctica dialógica, que en este caso falta. La mano de hierro en guante de seda y la coherencia exige ese respeto si, como ocurre en este caso, el fraccionamiento de la sociedad hace muy difícil el viejo ejercicio de tener que acumular fuerza de representación como base de cualquier gobierno.»

El FA tiene dificultades para entender la calidad heterogénea del país y mirar de manera institucional la política, los procedimientos y los acuerdos. La antropología política cultural del FA está construida desde distintas vertientes –sociales y políticas–, pero tal vez su característica básica es su componente generacional. En un país que en promedio envejece, abominan de los viejos y sus prácticas. Casi como si ellos fueran de generación espontánea, cuando se declaran sin tradición y sin antepasados. No todos, por cierto, pues hay segmentos que no solo admiten sino aspiran a mantener la diversidad, aunque no son los voceros institucionalizados.

Yo deseo recordar que en Valparaíso, en las últimas elecciones municipales, los jóvenes hicieron campaña a partir de La Matriz, pero el que fue a votar fue el mismo electorado que antes eligió a Castro y ahora eligió a Sharp. Ni hubo votos nuevos aluvionales ni la juventud fue a las urnas en masa. Sostenerlo es un espejismo, aunque quizás esperen que ahora pase. Difícil.

Tengo la mala sensación de que los candidatos de la centroizquierda, en general, han sido impotentes para captar el sentido del actual proceso presidencial, particularmente en prever que el resultado final tiene opciones muy divergentes debido a la crisis institucional del país y las diversas fracturas que lo cruzan. No es lo mismo Chana que Juana, gustaba decir un ex Presidente de la República, quien hoy reparte apoyos electorales sin ninguna precaución de lo que hemos comentado más arriba. En todo caso, es parte de la vida que un trayecto político se haga por diferentes causas o motivos, uno de las cuales puede ser perfectamente el rencor y no las razones de la República.

(*) Director de Estudios El Mostrador.

El Mostrador

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