Daniel Viglietti, el trovador que iluminó mil batallas – Por Carlos Aznárez
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Con todo lo que aún falta para desalambrar, con la enorme necesidad que tenemos de hallar esos “Trópicos” que nos ayuden a contener nuestras alegrías y nuestras tristezas, justamente ahora, Daniel Viglietti ha decidido partir y dejarnos un poco huérfanos de sus enormes trovas.
Hijo dilecto de las mejores tradiciones libertarias del Uruguay, comenzó a entonar sus “Canciones para el hombre nuevo” precisamente un año después que el Guerrillero Heroico fuera asesinado en Bolivia, y mientras en las calles de Montevideo, las balas policiales tronchaban la vida de un estudiante cuyo nombre se hizo bandera: Liber Arce. Así, anticipando lo que muy pronto sería el Pachecato y la figura tilinga de Bordaberry que le abrirían paso a la cruel dictadura, Daniel desgranó poemas que se pasaban como mensajes urgentes, de boca en boca, alumbrando de estrellas tupamaras el cielito oriental. Esto ocurría sin dudas porque “la senda está trazada” porque “la marcó el Ché” ya que en el abajo y a la izquierda de aquellos años de plomo, “el chueco Maciel” se defendía a balazos en el Cantegril para demostrar que eran tiempos de no poner más la otra mejilla.
Daniel fue acompañando con su poética forma de ver la vida lo que otros habían puesto en marcha para apurar el camino. En las calles se elevaba la épica de una lucha desigual contra el poder y eso era más que contagioso. Raúl Sendic padre era referencia de una manera de hacer política, y el flaco Viglietti traducía esas enseñanzas para que se enredaran entre las cuerdas de su guitarra. Así, “bajo un sol trafoguero” homenajeaba al combate y a los combatientes, entonando esa “llamarada” que musicó aquel estudiante de Agronomía llamado Jorge Salerno, caído luego en la toma de Pando junto a Jorge Zabalza y Alfredo Cultelli. Tres valientes decididos a hacer lo que había que hacer para que el mundo cambiara.
Después se vino la noche, y mientras el tupamaraje eran hundido en los calabozos, la orientalidad que logró sobrevivir tomó el camino del exilio. Allí también marchó Daniel, sin bajar las banderas ni doblar la espalda ante la adversidad. De esos días difíciles se agrandó su internacionalismo, poniéndole otra vez, música a las gestas de la Patria Grande. De allí el estremecido grito de “Por todo Chile” y tiempo después “El sombrero de Sandino”, en homenaje a la Nicaragua sandinista. Pero la lista se hizo enorme ya que el cancionero abarcó a Cuba Socialista, Colombia guerrillera, México y el zapatismo, Venezuela Bolivariana y todo aquel rincón del planeta donde los pueblos se erguían frente a los poderosos.
Hace muy pocos días, lo pudimos ver brillar como en sus años juveniles, trepado a un escenario en el Vallegrande boliviano, recordando los 50 años de la siembra del Che. Compartía el mismo espacio de dignidad y compromiso con Evo y los guerrilleros Urbano y Pombo. Entre un público entusiasmado y el hondear de las Whipalas, te acompañaban en los coros miles de campesinos y campesinas que apenas te escucharon trovar supieron de qué se trataba eso de “la tierra es tuya, es nuestra y de aquel”.
Te fuiste como llegaste Daniel, con la guitarra como escudo y tu coraje cantor. Muy pronto, seguramente, volverás a entregarnos tus versos junto a Violeta, a Zitarrosa y El Sabalero, mientras Benedetti leerá poemas que vayan anunciando las victorias pendientes.
(*) Periodista argentino, exmilitante Montonero y Director de Resumen Latinoamericano.