Genealogía del 28 de septiembre, día de lucha por el aborto legal en Latinoamérica

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Genealogía del 28 de septiembre, día de lucha por el aborto legal en Latinoamérica

Chicanas, negras, indígenas, mestizas, campesinas, pobladoras pobres urbanas y rurales, migrantes, lesbianas, inmigrantes irregulares, trabajadoras a domicilio, jornaleras, refugiadas políticas y económicas. La intervención de todas ellas en los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe marcaron una ruptura de toda ilusión de homogeneidad entre norte y sur.

Es que hacia los años ochenta, los feminismos de América Latina y del Caribe fueron potenciados por el activismo político/social y también el académico que hasta ese entonces solo miraban en dirección al norte. Los enfoques múltiples a partir del conflicto social y cultural operaron como motor de la crítica transfronteriza, desparramados en un movimiento por fuera del colonialismo blanco y eurocéntrico. La experiencia de los Encuentros resultó decisiva para que estos feminismos se alejaran de las nociones de una falsa unidad instalada por el proyecto civilizatorio occidental. Ese modelo blanco y heteropatriarcal se había inscripto como una matriz monocultural universalista que comenzaría a resquebrajarse al incluir luchas contra el racismo, el colonialismo, la precariedad y la desposesión.

Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe

El comienzo de los Encuentros se sitúa en julio de 1981

cuando más de doscientas feministas latinoamericanas se reunieron en Bogotá para conocerse, intercambiar ideas y hacer proyectos para el futuro. Hasta ese momento, América Latina había permanecido aparentemente ajena al expandido Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM) de los países centrales (1). Bogotá fue el envión para sostener en el tiempo la continuidad de los encuentros hasta el presente. Tal como lo expuso la histórica activista y teórica Virginia “Gina” Vargas en su libro Feminismos en América Latina. Su aporte a la política y a la democracia sobre los ‘80, los vínculos entre latinoamericanas habían comenzado por lo general fuera del propio continente, como un reflejo de la centralidad del feminismo del norte. De ahí la importancia que tuvo para el crecimiento de las redes de mujeres, la instalación cada vez con mayor fuerza de los Encuentros Feministas de Latinoamérica y el Caribe. Luego vinieron Lima en 1983, Berteoga en 1985, Taxco en 1987 y San Bernardo en 1990 y muchos más hasta hoy. Así, colectivas y agrupaciones reafirmaron aquello de que al “reconocer que no éramos unas cuantas en cada país sino varias más en muchos países” contaron con más seguridad y llegaron a valorar la necesidad de un intercambio más directo entre ellas de este lado del mapa.

Desde entonces, los encuentros se organizan de forma autogestiva, por fuera de las instituciones clásicas, como una dimensión central de lo político, ya sea a través de actividades para la recaudación de fondos o con nuestro trabajo cotidiano, como activistas y mujeres, muchas veces invisible y subvalorado. Se llevan a cabo cada dos años aproximadamente. Al finalizar se elaboran documentos que concentran lo debatido a lo largo de las jornadas, que permiten armar un cuadro de situación preciso en torno a los principales acontecimientos de la coyuntura. El próximo será el XIV y se realizará en Montevideo, Uruguay, el 23, 24 y 25 de noviembre de 2017. (2)

En simultáneo, los feminismos de cada país preparan sus propios encuentros nacionales y también regionales. Por ejemplo, las feministas históricas de Buenos Aires recuerdan que el Primer Encuentro Nacional de Mujeres, realizado en 1987, siguió los lineamientos y el formato organizativo de los encuentros latinoamericanos. Por eso en los feminismos vemos un compromiso de impulsar emprendimientos emancipatorios. Con avances y retrocesos, nuestra trayectoria no se presenta como un fenómeno acabado, sino, más bien, como expresión de una lucha temporal en la cual las dinámicas se modifican por su constante interacción con la cotidianeidad y en su confrontación con lo público- institucional.

Por caso, en el manifiesto –publicado en el número 111 de la revista chilena Mujer/Fempress– del V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en nuestro país en 1990 (3), se definía al movimiento como “siempre opuesto a un orden específico, sea patriarcal, capitalista, imperialista y colonialista. Pretende transformar las relaciones de poder de un sexo sobre otro, de una clase sobre otra y de una raza sobre otra. Nuestro feminismo se va construyendo en diversidad de formas y sus manifestaciones son múltiples”.

Esa heterogeneidad, que refleja necesidades diferentes y diversos niveles de conciencia, exige y exigió encontrar demandas conjuntas para avanzar en la construcción de una corriente amplia y autónoma. Es neurálgica la relación de los feminismos con otros sectores de mujeres, de movimientos sociales y del activismo de la disidencia sexual, ya que en nuestros contextos esas articulaciones constituyen espacios de significativa contestación en América Latina. Y tal como lo marca el activista e investigador Emmanuel Theumer: “Hoy se sabe que ninguna subalternidad es base para un punto de vista privilegiado, que se necesita del contagio y la coalición, interceptar en términos de posiciones de resistencia excéntrica, de una transversalización de la lucha política, de vulnerabilidades compartidas, de un situacionismo transfeminista”.

En suma, no existe un modelo único de lucha contra la desigualdad pero sí una multiplicidad de luchas, que pueden ser heterogéneas entre sí, como heterogéneas son sus protagonistas. De alguna manera, al abrir una hendija se constata cómo diferentes categorías -raza, etnicidad, género, religión, nacionalidad, orientación sexual, edad, clase, discapacidad-, construidas social y culturalmente, interactúan en múltiples y, con frecuencia, simultáneos niveles, y contribuyen a consolidar un régimen desigual y opresivo. Por lo tanto, estas distinciones no actúan de modo independiente unas de las otras, por el contrario: se interrelacionan en formas de discriminación múltiples. Resulta que las reivindicaciones aparecen contradictorias, disímiles y desiguales, sin que todas graviten en el escenario social y político con la misma intensidad e, incluso, muchas de ellas, contengan grados de espontaneísmo. En esa misma línea, la investigadora dominicana Rosa Curiel Pichardo polemiza acerca del sujeto homogéneo del feminismo: “Desde un cuestionamiento a la categoría «mujeres» por su pretensión universal las afrodescendientes o negras han hecho aportes significativos relacionando categorías como la «raza» al sexo/género demostrando cómo el patriarcado tiene efectos diferentes en las mujeres cuando estas categorías les atraviesan”. Hasta entonces el feminismo heterosexual e institucionalizado centraba su interés exclusivamente en torno a las desigualdades entre ambos sexos. Ahora bien, al desconocer las diferencias entre las propias mujeres, se silenció otras relacionadas a la raza, clase, orientación sexual y etnia. De esta manera, sus estudios y postulados no eran aplicables a todas las demás.

A partir de los años ‘80 se empezó a gestar lo que hoy se conoce como “feminismo periférico” o “feminismo de frontera”. Como expresión del pensamiento crítico latinoamericano, este feminismo contrahegemónico y de resistencia contra las prácticas de opresión, incorporó nuevas realidades de afroamericanas, afrolatinas, caribeñas, indígenas, campesinas, lesbianas  y del “tercer mundo” para pensar y actuar feminismos situados en el capitalismo globalizado. Además, las condiciones materiales y simbólicas en que se presentaba el racismo, el heterosexismo y la pobreza. Frente al etnocentrismo del feminismo occidental dominante, las voces y las experiencias excluidas empujaron desde varios frentes para que el proyecto intelectual y político del feminismo se descolonialice, se democratice. Había un objetivo de crear las alianzas necesarias que apoyen procesos transformadores para las mujeres y hombres de las comunidades empobrecidas y minusvaloradas.

La antropóloga Teresa Pires Do Rio Caldeira llama a tales tensiones en el prólogo a Ruth Cardoso: obra reunida “la ambigüedad entre lo nuevo y lo viejo”. En efecto, los feminismos en danza, con su amplia gama de heterogeneidades, aún representan una fuerza impulsora en el continente, como crítica cultural y como crítica a la dominación, a la exclusión y a la explotación que permiten identificar nuevos y nuevas alianzas para la acción política. En efecto, pujar por abrirse a cuestiones vinculadas a sectores y a colectivos omitidos y silenciados en la agenda de aquellas personas “que tienen derecho a tener derechos”.

1990: San Bernardo, un punto de inflexión

Tres mil mujeres de todos los tamaños, edades y colores -en representación de 38 países de nuestro continente y de otros también- se reunieron la noche del domingo 18 de noviembre de 1990 en la plaza central de la ciudad balnearia de San Bernardo. Juntas o separadas debatieron acerca de todo lo que se pudiese suponer y mucho más. Este encuentro marcó una bisagra crítica de lo andado. En primer lugar, las asistentes ya no eran exclusivamente feministas, con una militancia clara y explícita alrededor de la problemática de género. Como escribió Gina Vargas: “Ahora, la composición era otra: además de las cristianas, ecologistas, pacifistas, investigadoras, lesbianas, heterosexuales, centroamericanas, conosureñas y andinas, de una cultura urbana de clase media la mayoría de ellas, estuvieron las negras, las indígenas de Honduras, México, Perú, Bolivia, Argentina; las pobladoras guatemaltecas, mexicanas, brasileñas, las sindicalistas argentinas, uruguayas, peruanas”.

Esta novedosa confluencia de identidades, si bien profundizó ciertas líneas divergentes, también reforzó lazos transnacionales y sentó las bases para los acuerdos posibles y necesarios. Entre los puntos de convergencia que trascendieron fronteras pueden nombrarse, los talleres propios que convocaron las académicas feministas, las instancias de intercambio entre militantes de partidos políticos -quienes por primera vez se unieron para diseñar estrategias feministas en el interior de sus propias estructuras-, las indígenas que aportaron herramientas potentes para abordar género y racismo, cultura y etnicidad. Mientras, el grueso del activismo lésbico organizó un espacio alrededor de un tema vital que atravesaba sus experiencias en el movimiento: la lesbofobia dentro del feminismo; y las esotéricas proponían hermosas ceremonias nocturnas en la playa, a la luz de las velas.

Hubo lugar también para aquellas alianzas que marcaban a fuego los horizontes de ese feminismo amplio, en vías de consolidación y crecimiento: nuevas fechas que se transformarán en jornadas de lucha en nuestro calendario feminista latinoamericano comenzaban a consensuar entre todas las presentes en San Bernardo. Uno en particular que aún nos convoca con fuerza inclaudicable: el 28 de septiembre como día de acción feminista latinoamericana por la conquista del aborto voluntario.

Así, se constituyó el Taller sobre Aborto, organizado por la Comisión por el Derecho al Aborto (CDA) de la Argentina, Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) de Uruguay junto con la participación de colectivas feministas de Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay y Perú, entre otros tantos lugares. La propuesta surgió de un grupo de brasileñas al elegir el 28 de septiembre como “Día de la Lucha por la Despenalización y Legalización del Aborto en América Latina”. Se designó esa fecha no de manera casual ni caprichosa: todo lo contrario, se conmemoraba en ese país la resolución de la “libertad de vientres”, sancionada en 1888. Para las latinoamericanas, dicho acontecimiento encarnó un símbolo de soberanía de los cuerpos: “Libertad de vientres. Libertad de esclavos. Legalización del aborto. Libertad de la mujer para decidir”. sta propuesta llamaba también a convocar movilizaciones en cada país para ese día con ese objetivo puntual. Para conquistar la despenalización a lo largo y ancho del continente propusieron acciones para el corto y largo plazo:

“1. Crear comisiones por el Derecho al Aborto en cada país y/o apoyar a las ya existentes. 2. Formar la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe para la movilización por el Derecho al Aborto. 3. Lograr el apoyo de las mujeres de los países que ya cuentan con este derecho en la práctica y a su vez apoyarlas en sus luchas por mantenerlo vigente. 4. Hacer campañas en cada país y conjuntamente en nuestro continente para lograr ejercitar este derecho en forma legal, no clandestina, segura y digna para cada una de nosotras”, como indicaba el volante “Declaración de San Bernardo”, del 28 de septiembre de 2000, de la Coordinadora por el Derecho al Aborto.

28 de septiembre 2017: #UnGritoGlobal por el #AbortoLegal

Rumbo al 28 de septiembre próximo, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y la coordinación regional de la Campaña 28 de Septiembre para América Latina y el Caribe, convocaron a todo el activismo, redes y  organizaciones  en lucha por el derecho al aborto a unirse y a organizar #UnGritoGlobal por la despenalización y legalización del derecho al aborto en nuestro continente. La coordinación regional está integrada por movimientos de mujeres, feministas y de la diversidad organizadxs desde todos los continentes, entre más de 21 países y al menos 7 redes regionales. En cada uno se realizarán acciones de sensibilización, acceso a la información y a políticas públicas.

Se sabe que solo cuatro países de la región (Cuba, Puerto Rico, Uruguay y Guyana) y un distrito (Ciudad de México) cuentan con legislación y políticas públicas que garantizan y reconocen en la interrupción voluntaria del embarazo el derecho a la salud integral de las mujeres. Sin embargo, en el resto de la región la Campaña indica que “los Estados siguen persiguiendo, condenando y siendo responsables de que el aborto inseguro sea la principal causa por la que mueren las mujeres gestantes”. Además, señala que “El aborto practicado en condiciones de salubridad es menos riesgoso que un parto. En más del 95% de los casos es efectivo con pastillas y es una práctica que, cuando se realiza de forma idónea, no pone en riesgo futuros embarazos, no causa cáncer, ni infertilidad, ni afecta la salud mental”. A la vez, instan a los gobiernos de la región y a los poderes e instituciones a despenalizar y legalizar el derecho al aborto y garantizar su práctica en los sistemas de salud públicos y privados. También demandan por el acceso a la educación sexual para decidir y métodos anticonceptivos para no abortar. En cuanto al gobierno de la Argentina, la Campaña propone que para garantizar efectivamente la salud de las mujeres, derecho humano básico, se debe implementar la provisión universal de los servicios de anticoncepción (Ley 25.673), el cumplimiento de los abortos legales (art. 86 inc. 1 y 2 del CP), así como el derecho y acceso a la educación sexual integral en todas las escuelas y niveles (Ley 26.150)”. Por último, la Campaña exige al Congreso de la Nación que en defensa del derecho a la salud de las mujeres ponga en debate y sancione el Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), que viene siendo postergado desde hace más de una década. En homenaje a las propuestas surgidas en el Encuentro de San Bernardo en cuanto a constituir una Coordinadora Latinoamericana y del Caribe para conquistar el derecho al aborto, este año se confluye en acciones conjuntas regionales para un 28 de septiembre global. Como todo en la vida, siempre hay un antes para un después.


(1) Marysa Navarro, “El primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, 1982”, Portal de Ideas Feministas de Nuestra América https://ideasfem.wordpress.com/textos/i/i21/

(2) DIVERSAS PERO NO DISPERSAS, XIV Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, 23, 24 y 25 de noviembre 2017, Montevideo, Uruguay Disponible https://twitter.com/hashtag/14eflacuruguay?src=hash

(3)  S/R, “Documento: El feminismo de los 90. Desafíos y propuestas”, Santiago de Chile, Mujer/Fempress, n° 111,1991.

*Mabel Bellucci es activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Instituto de Investigación Gino Germani (IIGG)-UBA y de la Cátedra Libre Virginia Bolten de la UNLPlata. Autora Historia de una desobediencia. Aborto y Feminismo. Capital Intelectual. 2014

**Gabriela Mitidieri es activista feminista LGTB, militante de Democracia Socialista, historiadora, becaria doctoral del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (Facultad de Filosofía y Letras – UBA)

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