Raquel Chan, científica argentina: “No nos mandaron a lavar los platos, pero estamos en ese camino”

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Por Nadia Luna

La doctora en Bioquímica Raquel Chan reparte su tiempo entre sus investigaciones relacionadas con el mejoramiento genético de semillas, la dirección del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL) y la defensa de los logros científico-tecnológicos que hoy se ven en riesgo. Chan es investigadora superior del CONICET e integrante del Grupo CYTA (Ciencia y Técnica Argentina), uno de los colectivos de científicos conformados en rechazo a las políticas de ajuste aplicadas por el Gobierno de Mauricio Macri.

En el IAL (perteneciente a la Universidad Nacional del Litoral y al CONICET) la mayoría de los grupos de investigación buscan entender mejor cómo funcionan los mecanismos moleculares que les permiten a las plantas adaptarse a los diversos ambientes en que les toca vivir. El estudio de esos mecanismos de adaptación también deriva en la creación de organismos genéticamente modificados, como cultivos que toleran mejor distintos tipos de estrés ambiental.

Hace algunos años, el equipo dirigido por Chan logró repercusión internacional por el desarrollo de la tecnología HB4, que permite producir semillas resistentes a la sequía y fue la primera tecnología transgénica desarrollada 100% en la Argentina. Por este logro, Chan recibió el Premio Konex en Biotecnología y el premio Jorge Sabato del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación (MINCYT).

HB4 es una tecnología desarrollada a partir del gen Hahb-4, que confiere a los cultivos tolerancia a la sequía y la salinidad y mejora su productividad entre un 1 y un 25% con relación a las variedades comerciales actuales. A diferencia de lo que ocurre con otras variedades, este gen mejora la capacidad de adaptación de las plantas a situaciones de estrés sin afectar su productividad.

TSS habló con Chan sobre el trabajo que realizan en el IAL y los problemas que enfrentan a raíz del ajuste en el sistema científico-tecnológico local. “Nuestro trabajo tiene sentido en un modelo de país que apuesta por el desarrollo nacional”, sostiene.

La investigación sobre semillas tolerantes a la sequía tuvo gran repercusión internacional y fue pionera en su tipo en la Argentina. ¿Cómo se inició y de qué manera continúa el desarrollo?

Todo comenzó cuando descubrimos un gen del girasol que tiene tolerancia al estrés por sequía. Lo pusimos en una planta de Arabidopsis, que se usa como modelo de laboratorio, y tuvimos buenos resultados. Comenzamos el camino para patentar y proteger la construcción genética y la empresa Bioceres firmó un convenio con la UNL y el CONICET para licenciar esa patente y que se pruebe la tecnología en plantas de interés agronómico, como soja, trigo y maíz. Todo ese desarrollo llevó mucho tiempo: transformar las plantas, estudiar su comportamiento en el invernadero, posteriormente en el campo… Los organismos transgénicos deben pasar por tres instancias de regulación en el Ministerio de Agroindustria. En las dos primeras, aprobadas en 2014 y 2015, tuvimos que demostrar que el cultivo transformado tiene el mismo valor nutricional que el cultivo del cual proviene, que tiene más tolerancia a la sequía y que no genera daño ambiental ni a la salud. Ahora estamos esperando que pase la última instancia, cuando chequean que la liberación de la semilla no perjudique a otros sectores de la economía del país. Nos dijeron que debería estar listo para 2018.

¿También buscaron obtener semillas tolerantes a otras circunstancias desfavorables, como anegamientos?

Exacto. Queríamos seguir probando otras tecnologías. Entonces, desarrollamos en el instituto una plataforma de transformación de cultivos, que es una tecnología que no existía en el país, excepto en algunas empresas. Esto fue fundamental, porque si uno recurre a una empresa para que te transforme la planta, solo podés usarla para investigación. Si el objetivo es generar un producto comercial, hay que aprender a transformarlo y no es sencillo. Pero en el instituto lo logramos y pusimos a punto la tecnología para transformar soja, maíz y arroz. Eso fue gracias al apoyo que tuvimos del CONICET en su momento, que otorgó becas a dos personas que fueron a aprender a Estados Unidos, además de un apoyo económico para montar un invernadero en el instituto.

Hace varios años se viene denunciando el desmonte de zonas que no se usaban tradicionalmente para agricultura a partir de las posibilidades que brindan los cultivos transgénicos. Más allá de las ventajas económicas que representan estas tecnologías, ¿podrían propiciar el desmonte?

Eso es algo que supera nuestra mirada científica y depende mucho de las decisiones políticas. Es como decir que la teoría de la relatividad generó la bomba atómica. Con políticas correctas, el mejoramiento de los cultivos debería disminuir el desmonte porque permite aumentar la productividad en regiones que ya se usan para ese fin. Nosotros intentamos mejorar los cultivos para producir más en el mismo lugar y después depende de las políticas de Estado. De hecho, se pueden tomar medidas para disminuir o prohibir el desmonte.

Antes habló sobre todos los años que les llevó desarrollar el proyecto, que como muchos otros en ciencia, exige una planificación de largo plazo. ¿Cómo los afectó el ajuste en el sistema científico-tecnológico en el trabajo cotidiano?

El primer golpe que tuvimos fue la devaluación del dólar. La mayoría de los reactivos que usamos están dolarizados porque la Argentina no los produce y los subsidios que recibimos del CONICET y el MINCYT son en pesos. Para hacer ensayos fuera del laboratorio necesitamos permisos del Ministerio de Agroindustria y tienen costos bastante altos. Después viene el inspector a chequear que se cultivó en el espacio autorizado y también tenemos que pagar esas inspecciones. Además, el trato que se le da al desarrollo local de tecnología no tiene privilegio con respecto al desarrollo que hace cualquier empresa. Y una de las cosas que faltaba mejorar era una mayor articulación entre los ministerios: si el MINCYT apoya una cosa, pero después no prospera porque se traba en el Ministerio de Agroindustria, se desperdician recursos. Ese era un problema muy importante para resolver y no ha mejorado.

Un aspecto que sí cambió fue que antes había una mayor restricción a las importaciones con el objetivo de proteger la industria nacional. Esto complicaba en algunos casos conseguir los insumos necesarios. Con la política actual de apertura de importaciones, que ha perjudicado a una parte de la industria local, ¿obtuvieron facilidades para la compra de insumos en el exterior?

No, sigue demorando, es igual o peor. Hace poco, desde Estados Unidos, me mandaron unas semillas que no tienen valor comercial y eran solo para realizar un trabajo práctico con mis alumnos, pero igual cayeron en el sistema “puerta a puerta”. Recibí una notificación del correo tres meses después de que habían llegado. Con eso, tenía que entrar a la página de AFIP, abonar algo y esperar a que la AFIP se comunicase con el correo. Pasó un mes más hasta que me llegaron las semillas. Para la importación de equipos y reactivos, tenemos un sistema de excepción de impuestos que hay que tramitar para cada compra y se hace desde el MINCYT, pero eso también sigue tardando mucho.

¿Cómo impacta en el IAL el conflicto por los ingresos en el CONICET?

No hemos tenido casos entre los investigadores recomendados para entrar a la carrera que aún están luchando simplemente por una cuestión estadística, porque para este año no se presentó gente para entrar al instituto. Lo que no tenemos es personal de apoyo, que es muy importante para nuestro trabajo, ya que no hay convocatoria desde hace un año y medio. En general, las consecuencias se van a ver más gravemente dentro de unos años. La mayoría de los que están haciendo tesis doctorales acá están buscando un lugar para irse al exterior. Es bueno que hagan experiencias afuera, pero no es bueno para la ciencia argentina que se queden allá porque el CONICET les cierra las puertas.

Además, el Estado invirtió en la formación de esos científicos…

Ni hablar. El 100% de nuestros becarios e investigadores son egresados de la universidad pública. Hay una inversión muy grande en su formación de grado y posgrado, y en la provisión de los equipos e insumos que necesitan para investigar. Regalar los recursos humanos a otros países es un crimen, sobre todo porque hay muchos muy buenos y que podrían enriquecer el sistema científico nacional.

¿Qué similitudes y diferencias observa entre la situación actual y el desmantelamiento que sufrió el sistema científico en los años noventa?

Por suerte todavía no llegamos a que nos manden a lavar los platos, pero estamos en ese camino. Los noventa fueron terriblemente duros, con un ingreso a la carrera de investigador que estuvo cerrado durante años. A mí me tocó volver del exterior en ese momento. En 1989 estaba con beca externa del CONICET y me mandaron una carta para que me volviera porque no me podían seguir pagando. Espero que no volvamos a esos tiempos porque fue una época muy oscura para la ciencia. La situación es distinta por el crecimiento que hubo entre 2003 y 2015, que tuvo un impacto enorme y generó una comunidad científica que es mucho más grande que la que había en los años noventa, y que permite que haya una mayor resistencia.

El ranking internacional SCImago reconoció al CONICET como la mejor institución científica de América Latina. ¿Eso habla del buen resultado que tuvieron las políticas aplicadas en años anteriores?

Esa estadística está basada en datos del período 2009-2014 y que el CONICET haya alcanzado ese lugar es un orgullo y demuestra lo que hace la inyección de dinero y de recursos humanos. Al tener una masa crítica de buenos investigadores hay más chances de tener trabajos sobresalientes. Me preocupa que el presidente de la institución más prestigiosa de América Latina diga que es inviable. Si esa es su conclusión, tal vez no esté a la altura de las circunstancias. El CONICET tiene que seguir creciendo, pero tiene que ser en un contexto de país que quiera desarrollar tecnología. No tengo mucho optimismo, pero espero que no sigamos retrocediendo casilleros. Al Plan Argentina Innovadora 2020 lo tiraron por tierra. Hubo una disminución en el número de ingresos con respecto a lo proyectado. Todo eso hace que no vea una perspectiva de crecimiento.

El ministro que había planificado crecer es el mismo que ahora dice que los científicos sobran…

Como dice un colega, en el MINCYT ahora hay un señor muy parecido físicamente al que había antes pero que tiene un discurso totalmente distinto. No sobran los científicos: los países más desarrollados tienen muchos más científicos por habitante que nosotros e invierten mucho en ciencia porque saben que hoy la riqueza es el conocimiento. Si la ciencia y la educación son consideradas solo como gastos, estamos mal. Es verdad que los productos de estas inversiones no se ven de inmediato porque son a largo plazo, pero no invertir en ciencia y tecnología nos hace dependientes de otros países, volvemos a la época en que se llevaban el oro y comprábamos las joyas. Tenemos que decidir qué tecnologías queremos desarrollar y protegerlas.

¿Ha participado en las movilizaciones que se han hecho en Santa Fe en contra del ajuste en ciencia y tecnología?

Sí, sobre todo con el grupo de Científicos y Universitarios Autoconvocados (CYUA), que se movilizan siempre, tienen mucha fuerza acá y son más. El Grupo CYTA es un colectivo y en el interior hay pocos miembros. Tuvimos algunos encuentros con legisladores y participamos de distintas manifestaciones en espacios públicos.

Usted mencionó que el panorama no le parece alentador. ¿Cómo se puede proteger lo construido hasta ahora?

Es difícil decirlo. Estamos discutiendo constantemente cómo proteger lo que tenemos. Hay gente de nuestro colectivo que ha ido al Congreso a promover una ley de financiamiento de la ciencia, que tiene cierto grado de avance. Pero todo esto tiene sentido en un contexto de país que se base en ciencia y tecnología. No queremos ser como esa imagen del científico loco que se la pasa en el laboratorio, sino que queremos participar de la vida cotidiana del país. Por eso nuestro trabajo tiene sentido en un modelo de país que apuesta por el desarrollo. Todos los días estamos discutiendo qué medidas tomar para frenar el ajuste mientras seguimos trabajando en nuestros laboratorios para demostrar que lo que hacemos sirve. No somos solo productores de papers, queremos contribuir al desarrollo del país.

Agencia TSS

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