Marichuy, Lupita y la hidra capitalista (México) – Por Rafael Landerreche

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El 6 de agosto el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) anunció la creación de la ONG Llegó la hora del florecimiento de los pueblos, “un paso, legal y necesario… para que el nombre de la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, la compañera indígena nahua María de Jesús Patricio Martínez, aparezca en las boletas electorales”. Un par de semanas antes Las Abejas de Acteal habían elegido a su representante, de hecho, la representante mujer de los pueblos tzotziles al CIG. La entrega del bastón de mando a la representante se llevó a cabo en Acteal, en una conmovedora ceremonia en que Las Abejas recrearon sus usos y costumbres dando libre expresión a su peculiar identidad maya-católica. Entre otras innovaciones estuvo el hecho histórico de que es la primera vez que Las Abejas entregan un bastón de mando a una mujer.

La noticia fue recogida y transmitida en las redes sociales y quizá en algún medio local, pero hubo algo a lo que no se le ha dado la atención que merece: la representante o concejala, como se le está llamando, es una sobreviviente de la masacre de Acteal.

Ciertamente, todos los sobrevivientes son algo especial, pero Guadalupe Vázquez Luna lo es todavía más. Lupita era una niña de 10 años cuando ocurrió la masacre. Vio morir a su papá, a su mamá y a cinco de sus 10 hermanos ese aciago 22 de diciembre de 1997. Su padre era el catequista que encabezaba las jornadas de ayuno y oración que aquella comunidad mártir estaba realizando por la paz cuando los paramilitares cayeron criminalmente sobre ella. Veinte años después, aquella niña cuyos ojos vieron lo que el gobierno ha querido callar desde entonces, unirá su voz a la de todos los pueblos indígenas de México para denunciar una política económica que no es más que la prolongación de aquel crimen atroz.

No recuerdo quién dijo por primera vez, hace 20 años, que la guerra de Chiapas era una guerra de símbolos pero es una gran verdad, a condición de que no se pretenda –como alguien ya lo hizo– desfigurar la frase con la insinuación de que es meramente una guerra de símbolos. Y hay que reconocer que para esto de crear y aprovechar los símbolos pocos les ganan a los zapatistas: desde la elección de la fecha del levantamiento el día que entraba en vigor el TLCAN, pasando por los pasamontañas y aquello de que tuvimos que cubrir nuestro rostro para que nos vieran, luego, los miles de zapatistas que recorrieron el país para que la voz indígena se escuchara en los últimos rincones de la nación, hasta la presente propuesta conjunta con el CNI de elegir a una mujer como símbolo para enfrentar a la hidra capitalista, las acciones zapatistas han estado preñadas de un profundo sentido simbólico más allá de su éxito o fracaso político inmediato.

Una de las características más poderosas de los símbolos es que poseen vida propia y hablan, significan, interpelan, más allá de la intención consciente de quienes los crearon; tan es así, que podríamos decir que esos supuestos generadores de los símbolos nada más creyeron que los producían cuando en realidad fueron los símbolos quienes los utilizaron a ellos para ponerse ellos mismos en circulación.

Así, esta última propuesta de elegir a una mujer, vocera-candidata, para enfrentar la nueva acometida del neoliberalismo, eso que los mismos zapatistas han bautizado como la hidra capitalista, tiene, lo hayan pensado así o no sus presuntos creadores, reminiscencias y reverberaciones bíblico-apocalípticas: la mujer indígena y la hidra; ¿Qué es sino un avatar más de la mujer y el dragón que aparecen en el capítulo 12 del Apocalipsis como las dos señales aparecidas en el cielo para representar la gran batalla final? Por lo pronto el dragón, demostrablemente no es más que la transposición a un texto y contexto judeo-cristiano de la hidra griega, toda vez que el texto fue escrito en una isla de Grecia donde las festividades populares reproducían cada año el mito del monstruo que perseguía a la mujer para devorar a su hijo. En cuanto a las características de la hidra-dragón, no hay más que leer las páginas subsiguientes: la Bestia tiene el control del comercio mundial (nadie podrá comprar ni vender si no está marcado con el signo de la Bestia, el logo, diría esa otra profeta judía Naomi Klein), la complicidad de las demás naciones ricas, el control de los medios de información y propaganda, las armas de destrucción masiva, el poder de seducción de los pueblos y la habilidad, como el capitalismo, de recuperarse de lo que parecen crisis terminales y volver a asombrar al mundo con su poder.

Por lo que toca al significado simbólico de la escena apocalíptica, curiosamente –¿quién lo diría?– es un hombre de talante conservador como Benedicto XVI quien, yendo más allá de las interpretaciones eclesiocéntricas, mejor lo ha iluminado: es la alianza de la fe de los pobres de la tierra y de la tierra misma la que va a resistir y finalmente a vencer a los poderes que dominan este planeta.

(Aquí un paréntesis para enfurecer a mis amigos zapatistas después de haberlos elogiado. La grandeza de la concepción simbólica de una mujer indígena para enfrentar a la hidra capitalista es cosa muy aparte de la pertinencia política de la propuesta de una candidatura. ¿Qué tiene de maravilloso aparecer en las boletas del despreciado y desprestigiado INE? ¿Qué caso tiene participar en una elección en la que no se cree y por dos décadas se ha criticado? Ya. Lo tenía que decir por honestidad aunque disguste a muchos, pero ahora vuelvo y termino con los símbolos.)

La niña que sobrevivió a la masacre de Acteal, cuando los paramilitares gritaban ¡hay que acabar con la semilla!, y ahora es parte de la voz de una asamblea de pueblos que se organiza para enfrentar a la bestia capitalista simboliza mejor que nada aquella frase de la sabiduría maya guatemalteca (atribuida al Popol vuh): Arrancaron nuestras ramas, se llevaron nuestros frutos, cortaron nuestro tronco, pero no pudieron arrancar nuestras raíces.

(*) Asesor de proyectos educativos en Chenalhó.

La Jornada

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