Colombia: Adiós a las Zonas Veredales – Por Alfredo Molano Bravo

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El pasado 15 de agosto se terminaron formal y legalmente las Zonas Veredales Transitorias de Normalización (ZVTN), que alojaron a las guerrillas de las Farc en la dejación de armas, un paso trascendental en la historia de Colombia. Estuve el último día en la Antonio Nariño, situada en la vereda La Fila, municipio de Icononzo, oriente de Tolima en la pata del macizo de Sumapaz.

Es una zona cafetera abierta por muchos de aquellos campesinos que pusieron en jaque las grandes haciendas cafeteras de los empresarios bogotanos a fines del siglo XIX. Colonos rebeldes que hicieron causa común con Juan de la Cruz Varela contra poderosos terratenientes —como los Pardo Roche— y defendieron sus derechos a la propiedad basados en el trabajo y no en el papel sellado.

Fue una región ensangrentada por esa siniestra llave entre chulavitas y policía durante los gobiernos de Ospina y Laureano. El puente natural de Icononzo, o Cueva de los Guácharos, que tanto asombro le causó a Humboldt en 1801, se convirtió durante la Violencia de los 50 en el botadero de los cadáveres que arrojaban las volquetas de Obras Públicas. Icononzo sufrió también las acciones de los bloques paramilitares Tolima y Tequendama durante el gobierno de Uribe. En el año 2005 en la vereda Guatimbol mataron a cinco campesinos que fueron torturados antes de ser asesinados, uno de los tantos falsos positivos de la época.

Durante la discusiones para acordar el cese bilateral del fuego en La Habana, las Farc propusieron ubicar la ZV en el corregimiento de Nazaret, Alcaldía local de Sumapaz, perteneciente a Bogotá. El alto mando militar objetó el sitio y las Farc propusieron entonces Villarrica, un pueblo bombardeado por Rojas Pinilla en 1955 que tiene también un gran valor simbólico para la guerrilla, pero el negocio no se pudo concretar. Al fin las Farc propusieron Icononzo por haber sido el único municipio del Sumapaz donde había ganado el Sí en plebiscito de octubre.

La ZV adoptó el nombre de Antonio Nariño y hoy sus construcciones están terminadas en el 80 %. Ha sido el campamento de mostrar. universidades públicas y privadas, sindicatos, asociaciones gremiales, periodistas nacionales y extranjeros y ONG de todo tipo han visitado el pueblito y comprobado que los guerrilleros no tienen colmillos ni garras, ni tienen encerrados a los niños, ni esconden armas estratégicas. El pueblito —como ya se comienza a llamar— está construido sobre terrazas y la mayoría de los alojamientos son casas individuales.

Frente a ellas se abre un panorama espléndido: el páramo del Sumapaz al oriente, al occidente el río Magdalena y al norte Fusagasugá y el Tequendama. Hoy hay 300 guerrilleros, ocho bebés y 18 exguerrilleras embarazadas. En la tienda comunal se venden pañales, cremas para la cola de los bebés, ositos, celulares, labiales, betún para zapatos, paraguas, maquillaje y hasta jabón para mascotas. Es la normalización propiamente dicha.

Los exguerrilleros han colgado el uniforme y visten de civil. Cultivan maíz, plátano, yuca para abastecerse por ahora; estudian primaria y bachillerato, visitan a sus familias y participan en asambleas para discutir el futuro. Sus preocupaciones centrales son tres: de qué van a vivir, cómo crear un partido político y —lo más complicado— cómo vincular estas dos actividades. La normalización ha implicado una muy fuerte democratización tanto en las decisiones económicas como en las políticas. ¿Cómo conservar la mística guerrillera en la construcción del partido y en la creación de una economía solidaria?

Ya no se enfrentarán contra el Ejército sino con fuerzas distintas y no menos poderosas: los partidos políticos y las empresas privadas. Se habla sin concretar de la posibilidad de una especie de partido-empresa que pueda hacer frente a sus luchas políticas sin depender de la mermelada, ni de donaciones, ni de aportes y mucho menos de los sobornos empresariales. Un gran reto: mantener los principios políticos en la plaza pública y al mismo tiempo entrar en el juego de la ley del valor sin apelar a fórmulas conocidas es el desafío del momento. Es lo que se discute hoy cuando entran a llamarse Territorios de Capacitación y Reincorporación.

(*) Sociólogo, periodista y escritor /colombiano.co

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