OEA, imperialismo y diplomacia de gánsteres – Por Andrés Mora Ramírez

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Hoy, aparece una nueva variante de las prácticas del imperialismo en la ofensiva brutal que Washington despliega, desde la OEA y sus usinas mediáticas, para asfixiar a la Revolución Bolivariana: la diplomacia de la extorsión y del chantaje contra los gobiernos latinoamericanos, a partir de la amenazas en temas sensibles, como la política migratoria, la cooperación económica y el acceso a mercados.

El imperialismo estadounidense se ha proyectado de varias maneras hacia América Latina –especialmente en los países del Caribe y Centroamérica- para imponer su dominación bajo la falacia de la defensa de sus intereses nacionales, que no ha sido otra cosa sino la actualización progresiva de la Doctrina Monroe, según los diversos escenarios creados a partir de la dinámica de las luchas populares y las revoluciones, lo mismo que los cambios en la coyuntura global.

Entre finales del siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX, y hasta hoy, la expansión territorial, la penetración cultural, la sujeción económica y la imposición del vasallaje político a nuestras oligarquías y nuevas élites políticas se entretejió a partir de la ejecución de diversas estrategias, sobrepuestas unas a otras, sin renunciar a ninguno de sus métodos ni posibilidades : arrancó con la diplomacia de marines y cañoneras, que despejaba el camino para los capitales monopólicos de Cuba a Panamá, de Honduras a Nicaragua, de Haití a República Dominicana, a la que siguieron la diplomacia del gran garrote –con la que Estados Unidos se arrogó funciones de policía de la región- y la diplomacia del dólar, que compró conciencias y endeudó a nuestros países por varias generaciones.

Más tarde, en la segunda posguerra y bajo el clima de confrontación con la URSS, fue el tiempo del panamericanismo como expresión de la ideología imperial, que ofrecía seguridad hemisférica mientras avanzaba los mecanismos de tutelaje –como la OEA- en los que todavía estamos entrampados. La diplomacia del buen vecino, como se le quiso presentar, no hizo otra cosa sino disfrazar de cordero al lobo.

Y con la irrupción de la Revolución Cubana a finales de la década de 1950, punto de inflexión en la historia de América Latina, el imperialismo optó por las soluciones de fuerza y sin escrúpulos para preservar su dominio: vino entonces el tiempo de la contrarrevolución y la guerra sucia, de la tierra arrasada y el apoyo al terrorismo de Estado, y luego, del llamado nuevo siglo americano de los halcones y la trampa del libre comercio, con los que pretendía poner freno al huracán bolivariano de Hugo Chávez y al auge de los movimientos y gobiernos progresistas y nacional-populares.

Hoy, aparece una nueva variante de las prácticas del imperialismo en la ofensiva brutal que Washington despliega, desde la OEA y sus usinas mediáticas, para asfixiar a la Revolución Bolivariana: la diplomacia de la extorsión y del chantaje contra los gobiernos latinoamericanos, a partir de la amenazas en temas sensibles, como la política migratoria, la cooperación económica y el acceso a mercados, para doblegar voluntades y forzar un “consenso” con el que pretende legitimar una intervención a todas luces ilegal en Venezuela, el derrocamiento del gobierno de Nicolás Maduro, la restauración del neoliberalismo a ultranza –como ya ocurre en Argentina- y la apropiación de las valiosísimas reservas de petróleo de la franja del Orinoco.

En ese escenario político, en el que el presidente Donald Trump y sus secuaces se mueven a gusto, como personajes extraídos de una novela de Mario Puzo, quien mejor encarna el modus operandi de la mafia que mueve los hilos del poder en la Casa Blanca es el senador republicano Marco Rubio: presidente del Subcomité para América Latina del Senado, se ha dedicado durante los últimos meses a amenazar, una y otra vez, a los gobiernos que no se alinean en la campaña antibolivariana y antilatinoamericana que se urde en las sombras de la OEA.

El Salvador, República Dominicana y Haití son los últimos blancos del gansterismo de Rubio, quien se mueve impunemente a vista y paciencia de la Administración Trump, que le deja hacer el trabajo sucio al estilo de un matón a sueldo. “Estamos viviendo en un ambiente muy difícil en Washington, donde se están considerando recortes masivos a la ayuda en el extranjero y para nosotros va a ser bien difícil justificar la ayuda a estos países si ellos, al final del día, son países que no cooperan con la defensa de la democracia en la región”, había dicho el pasado mes de marzo, palabras que ratificó tras el fracaso de la asamblea general del organismo hemisférico celebrada en Cancún, en el mes de junio.

El actual senador de Florida aprendió las artes del oficio a la sombra de la excongresista cubano-estadounidense Ileana Ros-Lethinen, esa furiosa anticomunista que, durante 38 largos años, apoyo todos los golpes de estado perpetrados en nuestra América y todas las guerras emprendidas por Estados Unidos en el mundo. A Ros-Lethinen la llamaban “la loba feroz”. Esta claro que Rubio, que con lobos sigue andando, aprendió bien a olfatear el olor de la sangre y a degustar el sabor de la carroña.

(*) Académico e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Centro de Investigación y Docencia en Educación, de la Universidad Nacional de Costa Rica.

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