Lula condenado y Temer encantado – Por Rafael Cuevas Molina

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La cacareada democracia ha tocado fondo en América Latina. Todos la esgrimen como justificativo de sus acciones u omisiones, denuncian y buscan respaldo internacional y se erigen como impolutos defensores de sus sacrosantos valores.

Luego de las dictaduras, las guerras, los coroneles, los Planes Cóndor, las Escuelas de las Américas, los golpes de Estado, los desaparecidos y los asesinados por fin, dijimos, arribamos a un espacio de sosiego y respeto.

Pero no, era un espejismo. Creímos ingenuamente que la derecha, representante política de los que siempre han tenido la sartén por el mango, se avergonzaría de esos años oscuros, recapacitaría y aceptaría las reglas de juego del sistema que decían defender.

Es decir, que como tontos entramos por donde querían. Deben haberse reído mucho entre bambalinas porque habíamos caído en la trampa que nos tendieron.

Empezamos, sin embargo, la partida siguiendo sus reglas y fuimos ganando. Increíble, imposible, inaguantable. ¿Dónde se ha visto que los antidemocráticos, los autoritarios, los dictatoriales ganen elecciones?

Había que corregir la plana, enmendar ese espejismo que cada vez más gente se estaba creyendo. Eso no era libertad, eso no era democracia, eso era un engaño, un abuso que debía corregirse.

Y a eso marchó la derecha latinoamericana, a corregir los entuertos en los que había caído la democracia que, sin ella, no es democracia; es otras cosa, cualquier cosa pero democracia no.

Tienen mucha práctica en todo esto; llevan ciento de años practicando artimañas y descalabros; se manejan al dedillo los vericuetos del Estado que ellos mismos fundaron; han sabido, además, construir o apropiarse de un andamiaje clave para moldear las conciencias.

Y cuando todo eso no les ha funcionado, faltaba más, han pateado el tablero enfurecidos y echado por la borda a quien se le hubiera pasado la mano. Es decir, si la cosa no resulta por un lado, pues resultará por otro, en eso no hay problema.

Y en esas estamos. Es una farsa todo eso de si esto es legal, democrático, constitucional o legítimo, porque lo que a la derecha le interesa es volver a apropiarse de los resortes que le permiten llenarse los bolsillos; si eso lo logran con elecciones, qué bueno; si lo logran poniendo alambre de púas para que queden ensartados los transeúntes, también que bueno.

Y nosotros ¡que renunciamos a aquella idea que todo era lícito para tomar el poder! Nos tragamos la pildorita que no, que había que portarse bien, ordenarse en la fila para votar y esperar hasta las once de la noche frente al televisor para ver si habíamos ganado.

Escondimos la imagen del Che porque remitía a otros tiempos; le creímos a las encuestas; participamos en debates televisados y llamamos dinosaurios a quienes por ahí, en medio de la multitud democratizada, puesta al día, posmoderna y consumista, de pronto se atrevían a decir que el rey andaba paseándose desnudo entre nosotros.

Hasta nuestros más preclaros liderazgos entraron en el juego y ahí los tienen; Dilma fuera de Planalto por una movida sucia comandada por una caterva de corruptos que no le llega ni a los tobillos. Y ahora Lula condenado, mientras el jefe de los gánsteres brasileños se refocila en su sillón presidencial y gasta sus millones mal habidos.

¿No aprenderemos nunca? ¿Seguiremos aceptando esta farsa que nos han montado, en la que nos estrangulan mientras sonríen para la foto que difundirá mañana el aparato transnacional de las noticias?

(*) Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.

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