Colombia: café y coca – Por Alfredo Molano Bravo
Con bombo y platillos, alborada, llaves de la ciudad, recepción en el aeropuerto, cabalgata, himnos nacional y de Antioquia y “aspiración de olorosas esencias” llegó Bill Clinton a Medellín para celebrar los 90 años de la Federación Nacional de Cafeteros, con congreso del gremio incluido. Dijo que el café era muy importante y que si él no hubiera sido presidente, no habría podido montar en las escaleras eléctricas que suben y bajan de la Comuna 13. La celebración se da en el mejor momento, sobre todo para el alcalde de Medellín, que con tanto boato logró borrar las imágenes de su secretario de Seguridad yendo esposado a la cárcel delante de las delegaciones internacionales.
La cosecha de café pasó de siete millones de sacos en 2013 a 14 millones, con el dólar a 3.000 pesos y un precio internacional parado en 1,25 dólares por libra, de los cuales seis centavos alimentan el gigantesco engranaje que es Fedecafé y que tiene puerta giratoria con el Gobierno. Se habló de la sostenibilidad cafetera: En 2050 se necesitarán 200 millones de sacos adicionales a los que se producen hoy. Y el gerente resbaló una bomba:
El país tiene que producir robustas en vez de arábigos. A media lengua se disculpó: es la moda en las cadenas McDonald’s y Starbucks y son esos los consumidores de peso. Las robustas no se dan en nuestra cota cafetera entre 1.200 y 2.000 metros de altura sino entre 300 y 500 metros y por tanto el futuro de la caficultura colombiana está en el Oriente, o, más exactamente, en Meta, Caquetá y Putumayo. Ahora cuando ya no habrá guerrilla, esas regiones son ideales. Pero son inversiones fabulosas, por lo que son los grandes empresarios quienes tendrán la palabra. Un escondido más de la política de la Ley Zidres: se cultivará café robusta como se cultivan hoy caña, palma, maíz, para biocombustibles. Nestlé ya debe estar comprando tierras en Casanare y Putumayo.
El café ha cumplido una excepcional función en lo poco de democracia que tenemos y en la tímida distribución de ingresos. La Federación nació de la Sociedad de Agricultores de Antioquia en 1927 y derrotó a las poderosas empresas extranjeras de comercialización del grano, aunque no pudo hacer lo mismo con las tostadoras ni con las distribuidoras aun con las tiendas Juan Valdez. Desde entonces, compra, exporta y distribuye una parte importante del ingreso de intermediación entre cultivadores. La clave está en la garantía del precio de compra, que a pesar de las vicisitudes del negocio y del despilfarro histórico de la Federación le permite al caficultor persistir. La Federación no ha permitido la ruina del productor a pesar de que su política de innovación tecnológica saca del negocio al más pequeño. De todas maneras establecer los precios de compra del grano ha permitido que los cafeteros sobrevivan.
Cambiando lo que haya que cambiar, es el mismo papel que las Farc han cumplido con los campesinos cocaleros: garantizar un precio de compra. Si no hubiera sido por las Farc, que a través de sus estrategias impositivas impidieron que los narcotraficantes controlaran los precios de compra de la hoja y de la base de cocaína, las ganancias del fabuloso negocio se habrían quedado en manos de los grandes carteles de la droga. Así como el café ha sido una economía campesina, también la coca ha defendido al colono de la ruina total y, digan lo que digan, los cultivos ilegales han favorecido el país en su conjunto: no son cualquier bicoca los 3.500 millones de dólares que entran al país anualmente según Salomón Kalmanovitz. Las leyes de la oferta y la demanda rigen para todo el mundo.
(*) Sociólogo, periodista y escritor colombiano.co