Latinoamérica: La emergencia …. silenciosa – Por Eduardo Camín

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Al comienzo del año la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) reportó 175 millones de pobres en Latinoamérica e informó que, además, en sólo un año el número de indigentes en la región pasó de 70 a 75 millones
En realidad, la pobreza pasó de afectar a 168 millones de personas a 175 millones.

El riesgo es ahora mucho más real porque los buenos tiempos de la economía no van a volver. Al menos a medio plazo. La región parece haber entrado en una fase de bajo crecimiento y su diferencial de crecimiento respecto a las grandes economías desarrolladas prácticamente desaparece. Lejos estamos de los niveles de entre el 4% y el 5% de los años “dorados” previos a la crisis financiera internacional y que reducen, por tanto, las supuestas oportunidades derivadas del crecimiento, de la creación de empleo y del margen presupuestario que permiten unos ingresos generosos. Poco muy poco se ha utilizado la recuperación para reducir la vulnerabilidad frente a los ciclos económicos

Pero si no se hace nada para compensar ese menor margen de crecimiento y gasto público, es previsible pensar que el ritmo de reducción de la pobreza y de la desigualdad de estos últimos años se frenará considerablemente. Aunque hay quien advierte que puede que ni siquiera las hipotéticas mejoras registradas en la reducción de la desigualdad sean tan espectaculares como se da a entender. De hecho 10 de los 15 países más desiguales del mundo están en Latinoamérica. De media en la región, los ingresos del 10% más rico suponen 27 veces los ingresos del 10% más pobre, una relación que es de 15 veces en el caso de Estados Unidos o de 9 veces en la media de los países de la OCDE. Por muchas vueltas que damos la realidad nos indica que la pobreza sigue esclavizando a grandes poblaciones y denegando a 1.200 millones de personas – entre ellas 600 millones de niños de 1 a 5 años de edad – el goce de una buena salud y vidas productivas. Como asegurar a todos y cada uno de los 130 millones de personas que vienen anualmente al mundo el mejor comienzo posible en la vida.

Tal vez la nuestra es la primera generación de la historia que posee los conocimientos y los recursos necesarios para mejorar sobre manera la salud de toda la humanidad. Pese a ello, cientos de millones de vidas siguen oscurecidas en las tinieblas de la malnutrición, que constituye más de la mitad de los casos de mortalidad infantil una proporción que no tiene precedentes en la historia de la humanidad desde la época de la peste negra. Familias de la miseria librando una vasta e invisible batalla contra la enfermedad, el agua contaminada, el saneamiento deficiente, la ignorancia, la desnutrición, cómo podemos entonces seguir sorprendiéndonos de que en este combate desigual pierdan la vida cada año 6 millones de niños antes de los 5 años debido a su situación de extrema pobreza, según un informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef ) que además señala que 289.000 mujeres fallecen todos los años durante el parto y 58 millones de niños y niñas no están matriculados en la escuela primaria. Se considera que cerca de 12 millones de niños menores de cinco años y millones más pierdan su potencial físico e intelectual. Más de 6 millones, o el 55 % perecen por causas relacionadas directa o indirectamente de la desnutrición. La desnutrición y las reiteradas enfermedades que la acompañan producen un sopor letal que puede impedir que un niño de corta edad reciba la atención que merece. Están son perdidas previsibles cuyas soluciones son conocidas, si se logran establecer y revitalizar los servicios sociales básicos que permitan concertar alianzas con las comunidades pobres. Cuando hay tiempo para ofrecer el estímulo y el aprendizaje precoz estos redundan después en mayores logros escolares, cuando hay acceso al agua no contaminada y a los sistemas adecuados de saneamiento, así como escuelas primarias acogedoras para los niños se procuran los factores que permiten iniciar la vida con un buen pie.

Hay muchas razones por las que los países no respetan los derechos humanos más básicos de los niños, en algunos casos la guerra ha destruido la infraestructura, la economía y las comunidades, en otras enfermedades que continua a propagarse activamente erosionando todas las estructuras sociales que ya eran frágiles. En muchos otros países la corrupción vacía las arcas públicas y en otras la espiral de la deuda perpetua una sobre carga en los presupuestos ya endebles y redunda en un desastre para los niños. La mitigación de la deuda no solo está en un callejón sin salida, sino que además también ha disminuido la asistencia para el desarrollo, desde un promedio de 033% del Producto Nacional Bruto (PNB) en 1990 hasta el promedio de 0,24% actual. Esto está ocurriendo en el marco de una economía mundial que pese a que los recursos existen estos se destinan en una escasa proporción, impidiendo de la forma más bochornosa y egoísta promover el bienestar de millones de seres humanos, frenando el avance de la pobreza, el sufrimiento y la muerte que amenazan con sumergirnos a todos.

Se puede continuar a blindar fronteras ,a endurecer las legislaciones contra la inmigración se podrá continuar a no aplicar las Convenciones Internacionales postergando y sacrificando el principio de los «derechos para todos los niños» pero todo esto es profundamente inmoral, los niños continúan a morir silenciosamente en las empobrecidas aldeas del planeta lejos de la mirada y la conciencia del mundo desarrollado ..apenas se les oye …apenas se les ve invisibles en la vida ..pero visibles en las estadísticas de la muerte.. muchas demasiadas tal vez son las injusticias de la absurdidad que gobierna… esta emergencia silenciosa.

(*) Periodista uruguayo. Jefe de redacción internacional del Hebdolatino, Ginebra.

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