Historia de dos desarmes (Colombia) – Por Cristian Valencia

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Hace más de 25 años, en el municipio de Marsella, en Risaralda, también hubo un desarme muy exitoso. Gracias a ese desarme se evitaron miles de muertes a lo largo de este tiempo. En ese entonces lograron reunir casi 400 armas, que fueron debidamente inventariadas y expuestas en un museo. Tal vez fue la primera exhibición de su tipo. El objetivo de ese museo era –y es– que las generaciones venideras entendieran el poder regenerador de la paz y la terrible capacidad de destrucción de las armas. El museo se hizo tan famoso que no tardó en tener visitantes de otros países.
La entrega de armas fue un hecho. Dejaron de usarse para matar. Al entregarse quedaron convertidas en otra cosa: en objetos de museo. Todo su poder de aniquilación se convirtió en historia, en anécdotas que serían usadas para promover que otros entregaran sus armas. La violencia fue perdiendo seguidores en la medida en que ‘la dejación de armas’ cada día tenía más adeptos. Poco a poco regresó la paz a los campos de Marsella y comenzó a restituirse la armonía para siempre.

Cuando se entrega un arma, por obvio que parezca, esa arma dejará de usarse. Queda neutralizada. A partir de la entrega pierde su razón de ser y comienza a transitar un destino diferente. En el caso de Marsella, las armas se expusieron en un museo; en el caso de las Farc, las armas serán usadas para hacer un monumento. En ambos casos, las armas dejaron de usarse para matar.

El desarme de las Farc no es un invento. Es un hecho real que ha sido registrado por las principales cadenas noticiosas del mundo como uno de los más rigurosos que se han hecho hasta el momento. La ONU no solo ha inventariado cada una de las armas entregadas, también las tiene bajo su custodia. Los detractores del proceso han comenzado a decir que no están todas, que si son dos o son tres o son cuatro, y con eso quieren hacer pasar como un hecho menor este desarme. Vale decir que es el único en la historia en donde se ha entregado al menos un arma por individuo. Si ustedes han visto las fotos del tipo de armas entregadas, notarán que no son fusiles hechos en casa, o ‘hechizos’, como se les dice vulgarmente. Son armas modernas y poderosas, entregadas a manos de la ONU. Cuando esas armas se conviertan en una o varias esculturas, comenzarán su labor pedagógica, como las armas del museo de Marsella.

Debo aclarar que el museo de Marsella se llama el Museo de la Cauchera y fue idea de Iván Zapata Duque cuando fue director del Jardín Botánico Alejandro Humboldt. Como quería enseñar la importancia de las aves en la comunidad rural, se le ocurrió la grandiosa idea de un ‘desarme infantil’. La propuesta tuvo tanta acogida que niños de todos los municipios cercanos entregaron sus caucheras. El resultado de esa iniciativa no es un museo, es el increíble poder pedagógico de lo simbólico. En Marsella, muchas generaciones se educaron bajo los conceptos irradiados por el Museo de la Cauchera. Por eso, los habitantes de Marsella en materia de cultura ecológica están tan aventajados con relación a sus vecinos.

La dejación de las armas de las Farc tiene el mismo talante y el mismo poder. Ya no son armas para matar. El solo hecho de entregarlas tiene un valor pedagógico impresionante. Quiero ser repetitivo en esto: esas armas ya no serán usadas para matar. Nunca más serán usadas para matar. Esas armas quedaron neutralizadas para siempre. Y eso, en este país, debe ser un motivo de regocijo general, sin importar qué partido político le guste más. Repito: esas armas entregadas jamás volverán a ser usadas para matar.

¿A quién le pude disgustar algo así?

(*) Escritor y periodista colombiano. Columnista de El Tiempo.

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