Buscando el futuro: Crisis civilizatoria y posneoliberalismo – Por Rafael Cuevas Molina

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La discusión sobre la pertinencia o no de las alternativas al neoliberalismo que se han erigido en América Latina deben discutirse en este contexto límite al que estamos llegando. No hacerlo es una irresponsabilidad.

Vincular los dos conceptos, el de crisis civilizatoria y el de posneoliberalismo, nos parece crucial; en primer lugar, porque América Latina ha sido el escenario más relevante en los últimos veinte años de las búsquedas de alternativas a la expresión actual del capitalismo, que hemos denominado neoliberalismo.

En este sentido, cabe la pregunta sobre si los experimentos sociales que han tenido lugar en nuestra región apuntan o no hacia temas centrales, cruciales podíamos decir, de nuestra época.

Cuando decimos temas cruciales nos estamos refiriendo, sobre todo, al tema que está asociado a la superviviencia misma de la especie humana, es decir, el ambiental o ecológico.

En este sentido, se ha discutido bastante, entre otras cosas, si la perviviencia e, incluso, resucitamiento del extractivismo como opción de desarrollo es compatible con procesos que expresamente se auto caracterizan como vinculados a los intereses populares y, en algunos casos, como de izquierda.

Como se sabe, uno de los más fuertes defensores de la continuidad y, en algunos casos, mayor generalización y profundización del modelo extractivista ha sido el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera. No pretendo aquí suplantarlo en la exposición de sus argumentos ni me es posible resumirlos en su totalidad, pero sí se puede evidenciar una idea central de su razonamiento que nos parece relevante: la explotación de recursos naturales, que proporciona muchas veces la mayoría de los ingresos de algunos países, debe continuar, pero los recursos económicos que produzcan deben reorientarse hacia el beneficio de las mayorías marginadas y tradicionalmente explotadas.

Las aseveraciones de García Linera y, más en general, las preocupaciones por el tema ambiental, no habrían tenido la relevancia que hoy tienen en la discusión del futuro, si no nos encontráramos en un momento de encrucijada en la historia de la humanidad.

Como se sabe, el primer campanazo en relación con las implicaciones nefastas del desarrollo industrial y del progreso entendido como crecimiento continuo fue dado en 1972 con la publicación del llamado Informe del Club de Roma, que anticipó las consecuencias nefastas que traería.

En aquellos años, el Informe fue visto con escepticismo por la mayoría de científicos sociales y no digamos de los políticos. La izquierda, incluso, llego a catalogarlo de reaccionario y desviacionista de la problemática central, que tenía que asociarse a la lucha anticapitalista.

Hoy, 45 años más tarde, nos damos cuenta de las verdades ahí contenidas. Lo que entonces parecía casi ciencia ficción, elucubraciones de científicos a los que, incluso, se les podían achacar intenciones aviesas, aparecen en nuestros días como atisbos tibios de los que se puede avecinar en un futuro a mediano plazo.

Hoy nos damos cuenta que lo que se avecina en no más del lapso de una vida, tal vez la de nuestros hijos o nietos, es una hecatombe que pude poner fin a la vida humana tal como la conocemos.

Decirlo de esta manera es fácil, pero los escenarios que pueden deducirse de tales circunstancias escapan incluso a nuestra imaginación, porque no se trataría solamente de trastornos de tipo climático, sino de escasez de recursos básicos para la superviviencia como el agua y los alimentos, e incluso la contaminación del aire que respiramos, lo que traería perturbaciones sociales de magnitud y alcances inimaginables en nuestros días, cuando apenas se han empezado a manifestar algunos disturbios climáticos que sirven como anuncio de lo que podría venir.

Es nuestra opinión que la discusión sobre la pertinencia o no de las alternativas al neoliberalismo que se han erigido en América Latina deben discutirse en este contexto límite al que estamos llegando. No hacerlo es una irresponsabilidad.

Y pensamos también que la única alternativa a esa carrera desbocada que nos lleva al precipicio es un cambio cultural sin precedentes, radical, que seguramente sería traumático y encontraría muchísima resistencia.

Ese cambio, que tendría como núcleo un modo de vida y una visión de mundo totalmente distinto al actualmente existente, solo puede tener un carácter de izquierda, pero de una izquierda que sea expresión, en primer lugar, de este tema que aquí tratamos, y de otros sin los cuales no podremos avanzar en un mundo distinto; al decir esto, tenemos en mente el tema de género y dentro de él, el de las mujeres y el de la sociedad patriarcal.

Punteamos aquí dos de las dimensiones que una nueva izquierda debería tener en el centro de su atención y de sus luchas. Otro mundo será posible solo si sabemos renovarnos.

(*) Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.

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