De ahora en adelante – El Tiempo, Colombia

716

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El día llegó. Las Farc ya no son una organización armada. Paso fundamental para dejar, por fin, de matarnos por las ideas, tal y como lo expresó este martes en la histórica ceremonia de Mesetas, Meta, el presidente Juan Manuel Santos.

A partir de hoy, cuando esa guerrilla terminó la entrega de 7.132 armas, la revolución tendrá que ser la corrección constante –por la vía del debate y las ideas– de una democracia imperfecta como todas. Este 27 de junio, luego de cinco años de negociaciones de paz y ocho meses de discusiones sobre aquel acuerdo enmendado por el acuerdo del teatro Colón, se ha dado un nuevo paso hacia la derrota del natural escepticismo de no pocos colombianos.

Santos y Timochenko en dejación de armas

Viene, para las antiguas Farc, la posibilidad de corregir en la realidad democrática las prácticas políticas que tanto criticaron por medio de la violencia; viene la posibilidad de objetar, sin intimidarlo, un sistema inacabado que sin embargo no merece un solo agente de horror; la posibilidad de sacudirse los modos agresivos de aquellos que, en medio del acalorado debate democrático, se saben respaldados por las armas; el deber de resarcir no solo a las víctimas, sino a una sociedad que durante varias generaciones asumió la lógica de la guerra.

Viene, para esta sociedad, hecha en su gran mayoría por ciudadanos que se jugaron sus vidas dentro de la ley y defendieron sus ideas sin disparar a nada y a nadie, la oportunidad soñada de vencer los radicalismos en las urnas, la oportunidad –que después de 53 años de conflicto solo esperaban los cándidos– de reclamarles coherencia y seriedad y respeto por nuestra Constitución a los políticos que alguna vez formaron parte de las Farc: quienes no estén de acuerdo con las ideas de los líderes exguerrilleros ahora sí, por fin, podrán derrotarlos. Sin seguir atados al odio ni perdiendo la vida en la desazón de la guerra.

»El Estado tiene por delante el reto gigantesco de proteger a todos los que tengan el coraje de batirse dentro de la democracia».

Viene, para el Estado en pleno, para los gobernantes y sus gobernados, para los legisladores y los magistrados, para los comunicadores y los ciudadanos, el comportamiento pacífico, democrático, republicano que se ha estado reclamando a los extremistas y se ha convertido en una verdadera resistencia en un país en donde ha sido común resolver las diferencias con las armas: el Estado tiene por delante –y es evidente ante los repugnantes asesinatos, en estos meses, de 37 líderes sociales– el reto gigantesco de proteger a todos los que tengan el coraje de batirse dentro de la democracia.

Es la hora, también, de la justicia: está más que claro, luego de estos cinco años de discusiones tensas pero inevitables, que la violencia no tiene justificación, pero tanto la participación política como la justicia especial –pasos fundamentales por seguir en la implementación de los acuerdos– deben probarles no solo a las Farc y a los ciudadanos llenos de desconfianza, sino a tantos colombianos atrapados en el círculo vicioso de la venganza, que no es cierto que en este país la justicia esté en las manos de cada quien.

De ahora en adelante serán los hechos los que convenzan a los descreídos. Serán las cifras, que, en medio de las imperfecciones, han estado a favor del acuerdo, las que demostrarán –a quienes quieran darle una oportunidad a este nuevo capítulo– que muchas cosas pueden cambiar para bien aquí en Colombia.

El Tiempo

Más notas sobre el tema