Oscar López Rivera, líder independentista puertorriqueño: “El tema de la descolonización está mucho más claro que hace diez años”

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Por Mari Narváez.

Su primera noche en San Juan fue recibido por un coro de coquíes santurcinos, seguidos de madrugada por un cantío de gallos. «Son experiencias bien lindas, al día siguiente me levanté bien tempranito, como a las cuatro y cuarto y empiezo a mirar el cielo, había bastante aire fresquecito, miré las estrellas, y de nuevo pues son experiencias bastantes lindas, pues oí coquíes, oí gallos, yo hacía 35 años que no oía un gallo».

Mientras muchos de nosotros apenas podíamos concentrarnos en los asuntos cotidianos, pensando obsesivamente en el frágil e infausto destino de Oscar López Rivera, el exprisionero político pintaba apaciblemente en la prisión de Terre Haute Indiana.

Un guardia penal lo llamó para informarle que tenía una llamada a las 3:30PM. Cuando llegó la hora, Jan Susler, su abogada, le dio la noticia: «Oscar, el presidente Obama acaba de conmutar tu sentencia». López Rivera se quedó tranquilo. «¿Cómo te sientes, Oscar? ¿No estás alegre?», le preguntó Susler. «Me siento igual que ayer, igual que siempre», le contestó él.

Fueron demasiados años preparándose emocionalmente para el peor de los escenarios. Eso tal vez explica por qué no se sintió inmediatamente eufórico con la noticia de su liberación física.

Mientras tanto, en Puerto Rico, nos íbamos enterando poco a poco y por diversidad de medios. Hubo llantos colectivos, abrazos sentidos, miles de mensajes de textos, las redes sociales se volcaban emotivamente con la noticia. Esa noche se celebró por todas partes. Los pleneros se juntaron en varias plazas, en distintos puntos de la ciudad las amistades se encontraban para celebrar. Y Oscar López seguía apacible. Tal vez no se lo creía.

Vino a internalizarlo realmente el día que le abrieron las puertas de la cárcel. Lo primero que lo sorprendió de la libertad fue el tremendo espacio físico que se abría ante él. «El día 9 de febrero, estoy en un salón de espera en la prisión y me dicen ‘llegaron’. Clarisa es la primera que sale del carro y nos encontramos pero para mí lo primero fue la cuestión del espacio, porque cuando uno está preso está en un espacio bien limitado, entonces de momento uno empieza a ver espacio sin ninguna limitación, es algo bien liberador. Ellos están hablando, yo los estoy escuchando pero ahora no hay verjas, no hay murallas interviniendo, ahora no hay nada».

Cuando llegó al inmenso aeropuerto de Indianapolis, de nuevo lo sorprendió la holgura extrema de aquel lugar. «Pero ahora venía acompañada de gente, casi nadie hablando sino texteando. Es algo bastante diferente. No estoy acostumbrado a esto».

Su primera noche en San Juan fue recibido por un coro de coquíes santurcinos, seguidos de madrugada por un cantío de gallos. «Son experiencias bien lindas, al día siguiente me levanté bien tempranito, como a las cuatro y cuarto y empiezo a mirar el cielo, había bastante aire fresquecito, miré las estrellas, y de nuevo pues son experiencias bastantes lindas, pues oí coquíes, oí gallos, yo hacía 35 años que no oía un gallo».

Una de las cosas que más lo impresionaron desde el primer día fue el aburguesamiento (gentrification) de los barrios populares de Santurce. «Yo en el clandestinaje viví como cuatro meses entre la San Jorge y la Loíza. Cuando llegué no lo conocía. Cuando me dieron permiso para correr vi la ‘gentrificación’. El que no ha vivido la gentrificación no sabe lo dañina que puede ser para el pueblo puertorriqueño. La primera comunidad en Estados Unidos que se gentrificó fue una comunidad boricua en Chicago, Lincoln Park. Ahí nació y se crió Luis Gutiérrez y las  hermanas Rodríguez hasta 1969».

El Puerto Rico que recibe a Oscar López Rivera tras una lucha que muchas veces pareció imposible, es posiblemente el Puerto Rico más difícil de la modernidad. Pero Oscar dice que es un hombre que gusta ver el lado bueno de las cosas y rápido contesta que la crisis puertorriqueña tiene elementos positivos. «El tema de la descolonización está mucho más claro que hace diez años».

Y lo de la Junta, «eso venía», dice y, acto seguido, se adentra en un relato ávido y elocuente, evidentemente muy bien estudiado, sobre cómo este desenlace se viene cuajando, calculando, desde los años setenta.

«En el 1971, los billonarios en Estados Unidos decidieron tomar las riendas del poder de una forma diferente», cuenta Oscar. «Decían que había demasiada democracia. Era la época de David Rockefeller. Crearon los think tanks que a su vez crearían las estrategias para proyectarse veinte años hacia el futuro. (El presidente) Reagan desregula la banca y comienzan a nacer los hedgefunds y los procesos (financieros) usureros. Comienzan los payday loans y, simultáneamente, procesos de globalización como NAFTA. Se puede decir que es el neoliberalismo en todo su esplendor. Antes, las familias podían vivir con un solo sueldo. Del 1976 en adelante, con la situación económica comienzan a tener que trabajar todos en la familia, esposa, hijos. Se desmantela el sindicalismo. Los Right to Work Laws eliminan o minimizan dramáticamente los sindicatos. Por otro lado, la delincuencia empieza a aumentar, se da el fenómeno de la vida en el guetto. En 2007 aparece un artículo de John Polson, entonces secretario del Tesoro de George Bush y hedgefunder en Puerto Rico. Hace mucho tiempo aprendí a ‘follow the money’. Siempre he seguido el dinero. Apartamentos para la venta en dos millones de dólares, eso no es para puertorriqueños. Todo esto ha sido planificado. No es casualidad».

Para Oscar siempre fue obvio que, en Puerto Rico, «siendo colonia, era donde peor estarían las condiciones. Rosselló (padre) empieza a privatizar», recuerda. «Los Koch Brothers, un club de millonarios, buscaron conformar el poder con legislaturas municipales y estatales bien conservadoras. Por todo Estados Unidos lo hicieron así. Con ese fenómeno comienza la posibilidad de que un Trump llegue al poder. Empezaron temprano y todo fue minuciosamente calculado. Ahora tenemos un presidente cuya política pública es la del racismo. Trump y el racismo en ese país ilustra lo sofisticado del trabajo que hicieron».

Si no se hace nada, el destino de Puerto Rico será el de las reservaciones indígenas en Estados Unidos, dice López Rivera. Ha salido poco pero ya se ha percatado de la proliferación de extranjeros estadounidenses por todas partes, especialmente en pueblos como San Juan, Isabela, Rincón, etc. «O una reservación indígena  o un Hawaii, un Alaska..».

Sin embargo, existen condiciones para impedirlo, insiste.

«Es un momento de grandes retos que se puede aprovechar. Viendo el primero de mayo, fue positivo. Hay un entusiasmo por la lucha. Creo que es posible trascender el kioskismo, el protagonismo. Hay un denominador común, que es la descolonización de Puerto Rico. Hace falta armar una carpa amplia donde quepamos todos los que amamos esta patria».

Confiesa que gran parte de su entusiasmo viene, por supuesto, de la lucha estudiantil. «Muy entusiasmado con la lucha de esos estudiantes», dice. «Los estudiantes son el futuro de la patria».

Al señalársele las resonancias de la lucha estudiantil actual con el escenario desesperante y represivo de la época de los 70, cuando él luchaba en Chicago, así como cierto desafío de la legalidad como modo de lucha de algunos grupos aunque muy distintos y menos organizados que entonces, se queda pensativo unos segundos.

«Luchar no puede ser un ejercicio fútil. Cuando uno es joven, come fuego, comete errores y son costosos. A veces se necesita experiencia. Si vamos presos, nos amarran, los sacas de circulación. Y la cárcel puede romper. O puedes salir débil. La lucha tiene que hacerse con cuidado. Depende de cuán bien preparados estemos en ese momento. Cuando veo a (Héctor) Pesquera me preocupa mucho. Esto no es accidental. Tiene acceso a agentes provocadores. Él puede halar a toda una agencia (FBI) con todos sus vicios: matar gente, meter gente presa, reprimir».

Lo que logró la figura de Oscar López en Puerto Rico ha sido arrollador. Todo el mundo coincide en que no ha habido una causa tan unificadora como la de su excarcelación probablemente desde Vieques. Su capital político es inmenso. Probablemente de las personas más admiradas y respetadas en el país. Qué va a hacer con eso, preguntamos. ¿Dónde pondrá ese capital de resistencia, valentía y dignidad?

Nuestro exprisionero político contesta y, al final de la entrevista, fuera de récord, lo reitera otra vez, casi en un murmullo, casi por si acaso: «Yo lo único que sé hacer es luchar. Mi compromiso no para hasta el último suspiro».

Movimiento Independentista Nacional Hostosiano

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