México: la elección que se viene y la oportunidad histórica de Morena – Por Tomás Forster (especial para NODAL)

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El próximo domingo 4 de junio, México vivirá una jornada electoral que marcará el pulso político de cara a las presidenciales del 2018. Tres estados considerados bastiones históricos del oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI) elegirán a sus respectivos gobernadores para los próximos seis años: el neurálgico Estado de México (Edomex), Cohauila (ubicado al noreste, en la frontera con Estados Unidos) y Nayarit (en el oeste, costero al Pacífico).

Con 16.187.608 millones de habitantes –el 13,5 por ciento de la población total del país según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadísticas (INEGI) y más de 10 millones registrados en el padrón- el Edomex es el más poblado de los 32 que, incluida la Ciudad de México, componen los Estados Unidos Mexicanos. Además, luego de la capital, tiene el PBI más voluminoso y es uno de los que más recursos recibe del gobierno federal.

Sin embargo, el Edomex está atravesado por graves problemáticas que lo vuelven un condensador de la realidad política y social mexicana. Pese a ser uno de los estados más ricos en términos generales, más de 9,4 millones de sus habitantes viven en situación de pobreza. Además, tiene la mayor cantidad de femicidios registrados en el país. Y allí se radican el 22.5 por ciento de los secuestros también a escala nacional. Todos datos del 2016 brindados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad.

En el plano político, el Edomex no conoce la alternancia. Estuvo siempre bajo el control del PRI y de ese territorio surgieron algunos de sus dirigentes más influyentes como es el caso del actual presidente Enrique Peña Nieto. Antes de llegar a la residencia de Los Pinos, Peña Nieto fue gobernador en el período 2005-2011.

Esta relevancia vuelve central al Edomex en la disputa política y lo que suceda el 4 de junio impactará directamente en las posibilidades de las tres fuerzas con chances de llegar a la presidencia en 2018: el ascendente Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) de la mano del liderazgo y la candidatura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el derechista Partido Acción Nacional (PAN) y el PRI que, exceptuando el interregno del PAN entre 2000 y 2012, manejó las riendas del país sin interrupciones desde que pasó a tener esa denominación en 1946 y fue licuando progresivamente sus raíces revolucionarias.

En un derrotero ideológico semejante al de otros partidos-movimientos de la región como el MNR boliviano de Paz Estenssoro o el APRA peruano que fundara Haya de la Torre, el PRI (cuando era el Partido de la Revolución Mexicana –PRM- durante la presidencia de Lázaro Cárdenas en la segunda mitad de la década del `30) pasó de vehiculizar desde el Estado las demandas y anhelos de la revolución de Emiliano Zapata y Pancho Villa a masacrar a los estudiantes en la plaza de Tlatelolco en 1968 y luego posibilitar la instauración del neoliberalismo a comienzos de los años `80. En esta línea histórica se ubica el gobierno de tecnócratas que encabeza Peña Nieto.

En los últimos tiempos, la excepción en la política mexicana aparece cuando irrumpe una fuerza con capacidad de representación de mayorías y al mismo tiempo con un contenido que cuestione el status quo impuesto por el PRI y el PAN.

Según los investigadores Ricardo Espinoza Toledo y Juan Pablo Navarrete Vela (en un interesante trabajo titulado Morena, en la reconfiguración del sistema de partidos en México), el sistema político mexicano se caracterizó por “el establecimiento de tres ofertas políticas predominantes” desde la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) a fines de los años ´80. Dicho de otro modo, una opción reformista batallando contra una fuerza de derecha (PAN) y otra de centro-derecha (PRI) que no se diferencian entre sí en lo que refiere a la aplicación del programa neoliberal y su paradigma represivo.

Este esquema tripartito se reconfiguró recientemente a partir del surgimiento y el ascenso de Morena que irrumpió en la elección intermedia de 2015 en la que logró quitarle al PRD su larga hegemonía en la Ciudad de México.

La debacle del PRD, el principal partido progresista durante más de tres décadas, comenzó en los primeros meses del gobierno de Peña Nieto cuando aceptó participar en el Pacto por México junto al PRI y el PAN en un posicionamiento que fue tildado de colaboracionista desde diversos sectores de la oposición.

En los años siguientes, la decadencia perredista se aceleró con los diferentes escándalos de corrupción y vínculos con el narcotráfico que se destaparon en algunas de sus gobernaciones. Las salidas resonantes de sus principales cuadros dirigentes -primero de AMLO y luego de Cuauhtémoc Cárdenas (fundador, primer líder e hijo del ex presidente Lázaro Cárdenas)- y la pérdida de percepción de las demandas populares de la mano de una creciente burocratización interna, agravaron el cuadro de situación.

El hecho de que un dirigente del PRD (Ángel Aguirre Rivero) se vio obligado a renunciar a la gobernación del Guerrero, cuando sucedió en ese estado la masacre de los 43 normalistas de Ayotzinapa, refleja la degradación que transitó en este último período el partido que tiene como símbolo al Sol Azteca.

Esta caída del PRD se dio en simultáneo con el crecimiento de Morena de la mano de su fundador y emblema: justamente AMLO, un ex perredista, ex jefe de gobierno de la Ciudad de México y dos veces candidato presidencial.

En tren de saber si la tercera será la vencida, AMLO se involucra de lleno en cada instancia electoral de menor o mayor relieve en la que participa su partido. Y lo hace con un marcado tono plebiscitario y personalista en vista de sus intenciones presidenciales. Hasta ahora, no lo fue nada mal. Pese a la acusación de “populista” con la que buscan estigmatizarlo desde los centros de poder mediático, AMLO es una figura carismática que traspasa las fronteras de la clase media progresista y se muestra a la cabeza en las preferencias de los mexicanos. Experimentado en el arte de endurecer o ablandar su discurso según la conveniencia táctica del momento, en los últimos días AMLO les advirtió a las otras fuerzas de la izquierda mexicana que “van desde ahora juntos” en las elecciones estatales o “no habrá posibilidad de alianza en el 2018”. El objetivo es escaparle a la fragmentación y articular desde su liderazgo un frente contra el PRI y el PAN. Pero la principal preocupación de AMLO no parece tener que ver tanto con tender puentes con las otras cúpulas partidarias progresistas, sino en seducir al votante histórico del PRI hastiado de las promesas incumplidas. También, claro, sabe que tiene que garantizarse el apoyo de los electores decepcionados del PRD y de otros partidos de izquierda menores si quiere dar la pelea en serio. Necesita, en fin, tanto del electorado priísta desencantado como del conjunto del electorado que va del centro a la izquierda para alcanzar su sueño presidencial.

Todos estos elementos, algunos más estructurales y otros coyunturales, se pondrán en juego en las elecciones del Edomex. Como nunca antes, el PRI se encuentra frente a la posibilidad inédita de perder su principal coto de poder y recursos. La deteriorada imagen de Peña Nieto y del gobierno priísta es el factor principal que lleva al tradicional partido y a su candidato, Alfredo del Mazo, a tener que esmerarse para remontar una campaña en la que crecen día a día las posibilidades de Delfina Gómez Álvarez. Candidata de Morena y ex alcaldesa de la ciudad de Texcoco, esta maestra de profesión pone en jaque el dominio del PRI pese a los ataques y operaciones de priístas y panistas que buscan frenar su crecimiento. A la fecha, Delfina Gómez aparece en situación de empate técnico con del Mazo hasta en las encuestas encargadas de instalar en la opinión pública la imposibilidad de un triunfo de Morena en un escenario siempre adverso para la izquierda. La otra candidata mujer, por el PAN, Josefina Vázquez Mota, sufrió una baja pronunciada en las últimas semanas que la deja casi sin posibilidades.

Mientras tanto, la gestión de Peña Nieto naufraga entre la falta de resultados positivos en materia económica, la caída de todos los indicadores sociales, los recientes casos de corrupción que involucran al PRI y la profundización del paradigma de la militarización como única respuesta frente al flagelo del narcotráfico y la criminalidad que asolan al país. En total, se registran 23 mil homicidios dolosos en el 2016 según el último informe anual del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS por sus siglas en inglés) que deja en evidencia el fracaso del paradigma represivo en el que coinciden el PRI y el PAN. Este es el trasfondo de los asesinatos de activistas sociales como el que en la noche del miércoles pasado se llevó la vida de Miriam Rodríguez, líder del Colectivo de Desaparecidos de San Fernando, en el estado de Tamaulipas.

A todo esto, hay que sumarle el frente externo. El viraje en la relación con los Estados Unidos a partir de la asunción de Trump, los desaires diplomáticos del magnate inmobiliario devenido presidente y su decisión de construir un muro en la frontera entre ambos países, expusieron a Peña Nieto como un presidente con evidentes signos de debilidad en cuestiones de política exterior. Además, el proceso de resquebrajamiento del TLCAN y el proteccionismo creciente de Washington conspiran contra las políticas de libre mercado que promueven a rajatabla priístas y panistas.

Es una incógnita aún si este escenario se traducirá en un fuerte rechazo electoral hacia los dos partidos hegemónicos y conducirá a una apuesta masiva por la propuesta de Morena basada en el liderazgo revitalizado de López Obrador. Lo que sí es seguro es que los interrogantes comenzarán a despejarse en menos de un mes cuando las elecciones estatales comiencen a perfilar el México que se viene.

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