¿Integración para la liberación o integración para la dependencia? El futuro del Mercosur – Por Carlos Bianco
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Si se quiere avanzar en un verdadero proyecto de “integración para la liberación” a escala continental, es condición de partida la generación de un amplio consenso político a favor de un modelo productivo basado en la industrialización y la mejora de los salarios en todos los países de la región. Sin estas coincidencias programáticas básicas, será imposible avanzar en un Mercosur que profundice la integración como elemento necesario de la industrialización.
1. La lógica del capital y los modelos de desarrollo
Existen dos “modelos de desarrollo” posibles para la Argentina: por un lado, la producción de alimentos y materias primas para la exportación, sin distribución de la renta de la tierra; por el otro, la industrialización, con distribución de la renta de la tierra hacia la industria y los trabajadores y fortalecimiento del mercado interno. Esos dos “modelos de desarrollo” posibles no flotan sobre el aire, sino que son parte de una forma determinada de relaciones sociales y de producción que es el capitalismo, un sistema que funciona a escala global y del cual Argentina forma parte como componente periférico.
La lógica general de esa forma particular de organización social llamada capitalismo es la auto-valorización del capital (o, más llanamente, la maximización de ganancias). El sujeto del capitalismo es el capital, y su objeto es su auto-valorización. Para nada le importa al capital el bienestar y la felicidad del hombre y la mujer; sólo se preocupa por la reproducción humana en tanto y en cuanto sea un elemento imprescindible para su proceso de auto-valorización.
Ahora bien, ¿cómo se auto-valoriza el capital? Básicamente, a través de la apropiación por parte de los capitalistas de una porción del trabajo que realizan los trabajadores, en virtud de poseer el monopolio de los medios de producción. ¿Y de qué formas concretas los capitalistas individuales de todo el mundo buscan maximizar sus ganancias?
En primer lugar, a través de la obtención de lo que Marx llamó “plusvalía absoluta”, que se puede lograr de varias maneras: i) alargamiento de la jornada de trabajo; ii) intensificación de la jornada de trabajo; y iii) reducción de los salarios por debajo de su valor. Sin embargo, estas tres formas de obtener plusvalía de manera “absoluta” tienen un límite físico bien tangible, ya que no se puede extender la jornada de trabajo más de 24 horas, no se puede intensificar el ejercicio del trabajo concreto más allá de cierto umbral que ponga en juego la propia resistencia física del trabajador, y tampoco se puede reducir a cero el salario de los trabajadores.
En segundo lugar, a través de la obtención de lo que también Marx llamó “plusvalía extraordinaria”, que lleva a que los capitalistas individuales todo el tiempo estén buscando mejoras de eficiencia a través del cambio técnico y la innovación, de modo de captar una porción mayor de mercado y de incrementar sus ganancias por encima de sus competidores. Esta forma de obtención de plusvalía no tiene un límite físico; por el contrario, es una forma de obtención de ganancias cuyo único límite es la capacidad humana de transformar la naturaleza a través del desarrollo científico y tecnológico.
Sin embargo, el proceso mismo de concurrencia capitalista lleva a que esas innovaciones, que fueron el resultado de la acción deliberada y consciente de algunos capitalistas, tarde o temprano se difundan. Si estaban protegidas por el secreto industrial, en algún momento los competidores podrán copiar los métodos más eficientes; si estaban protegidas por patentes, en algún momento vencerán o podrán ser adquiridas por otros capitalistas. De esta manera, al difundirse al resto de los capitalistas, el efecto general que se produce es el abaratamiento de los medios de vida de los trabajadores por una mayor eficiencia productiva en su proceso de elaboración. Por consiguiente, el conjunto de los capitalistas se ve beneficiado al apropiarse de una mayor plusvalía de manera “relativa”, que reduce en el tiempo los salarios de los trabajadores.
El problema del capital es el alto costo que implica el desarrollo científico-tecnológico necesario para crear nuevos productos o hacer más eficientes los procesos productivos de modo de multiplicar las ganancias. Ante esta situación, el capital busca a nivel global una serie de “atajos” para poder maximizar sus ganancias. Por un lado, busca establecerse en países de alta fertilidad de la tierra (el campo o la mina) de modo de abaratar los costos de producción de los alimentos y las materias primas. Por el otro, también busca establecerse en países de mano de obra barata y disciplinada, de modo de reducir los costos de producción.
2. Los condicionamientos del capital a la industrialización argentina
Dentro de este contexto general, el capital global necesita que Argentina participe del sistema haciendo uso de su principal ventaja comparativa, que es la altísima fertilidad (condiciones agroecológicas) de la tierra para la producción de alimentos y algunas materias primas. Para ello, el capital (las empresas transnacionales) reclama en los foros internacionales -siempre a través de las propias burocracias de los organismos internacionales, y la mayoría de las veces también a través de las posiciones de los países desarrollados y de sus aliados estratégicos del mundo en desarrollo- sus “tres libertades” y sus “dos seguridades”, a saber:
1. Libertad de comercio de bienes y servicios, a través de la caída de aranceles y barreras no arancelarias;
2. Libertad de inversiones extranjeras, de modo que no se establezca ninguna regulación ni condicionamiento a las empresas extranjeras;
3. Libertad de finanzas, que asegure que tanto el flujo inversor como el giro de ganancias se realice sin conmoción;
4. Seguridad de sus activos tangibles, con objeto de que no se produzcan expropiaciones directas sobre sus activos fijos o indirectas sobre sus ganancias;
5. Seguridad de sus activos intangibles, para evitar que se copien las tecnologías y productos a partir del fortalecimiento de los sistemas de propiedad intelectual.
Dentro de este esquema general de funcionamiento del capitalismo, países como Argentina tienen dos opciones de política: proteccionismo (liberación) o libre comercio (dependencia). Los gobiernos nacionales y populares, que buscan la liberación nacional y el desarrollo de sus pueblos, tienen que sí o sí poner en marcha distintos tipos de medidas de carácter proteccionista y distributivo para asegurar la industrialización y un mejor reparto del producto del trabajo de la nación.
En términos históricos, en los países de América Latina durante los primeros años de la “industrialización sustitutiva de importaciones” (aproximadamente entre los años 30’s y finales de los 50’s del pasado siglo), que se conocieron como la “etapa fácil” de la industrialización, alcanzaban los mercados internos y el conocimiento productivo existente a nivel local como para hacer posible la producción de manufacturas de consumo no durable (alimentos procesados, textiles, alimentos, calzado, juguetes, manufacturas eléctricas y metálicas básicas, etcétera).
Sin embargo, a medida que se fue avanzando en la industrialización y se llegó a la necesidad de avanzar hacia la “etapa difícil” (caracterizada por la producción de bienes de capital, insumos difundidos y bienes de consumo durable) de modo de soslayar definitivamente la restricción externa al desarrollo, aparecieron dos escollos: i) la necesidad de una mayor escala de producción que haga económicamente viable la fabricación de productos con una escala mínima de eficiencia, y ii) la necesidad de adquirir un mayor nivel de conocimientos productivos y, por consiguiente, de un desarrollo científico-tecnológico autónomo (no dependiente).
3. La integración latinoamericana en perspectiva histórica
De modo de mejorar la escala de producción industrial, a partir de los años 60’s se avanzó en diversos procesos de integración regional. El repaso histórico de este proceso muestra dos lógicas distintas de integración. Por un lado, lo que podemos llamar procesos de “integración para la liberación”, entendida como la construcción de espacios de acumulación ampliados necesarios para la industrialización y la transformación de América Latina -o al menos América del Sur- en un verdadero “Estado continental industrial” que pueda competir con las grandes naciones y bloques del mundo (Estados Unidos, la Unión Europea, China, India y Rusia).
Esta lógica de integración -aunque con matices- fue la vigente entre los años 60’s y 70’s, y es la que animó la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA), ambos en 1960; la Asociación de Libre Comercio del Caribe (CARIFTA) en 1965, reemplazada en 1973 por la Comunidad del Caribe (Caricom); y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) en 1969.
Por el otro, y más contemporáneamente, se encuentran lo que podemos denominar procesos de “integración para la dependencia” o, como los bautizó la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) a principios de los años 90’s, esquemas de “regionalismo abierto”.
Este tipo de integración -que en algunos casos implicó la creación de nuevos acuerdos y en otros la transformación de los ya existentes- tiene como objetivos tanto potenciar a los países de la región en tanto plataformas de exportación de productos que hacen uso de las ventajas “estáticas” existentes (recursos naturales y mano de obra de bajo costo) como servir de “anclaje institucional” de las reformas liberalizadoras del Consenso de Washington aplicadas en la región a partir de los años 90’s.
En esta segunda lógica se inscribe claramente el Mercosur. Si bien a partir del 2003, en el marco del “Consenso de Buenos Aires” logrado por Lula y Néstor Kirchner, se avanzó en el fortalecimiento del Mercosur en múltiples aspectos políticos, sociales y civiles, en términos económicos no se pudo salir de la lógica de “regionalismo abierto”. Esto fue imposible porque, más allá de los consensos políticos de los líderes de los países integrantes del acuerdo, los modelos de desarrollo productivo que empujaba cada gobierno eran absolutamente incompatibles los unos con los otros y, por consiguiente, no existió una “matriz de intereses comunes” para avanzar en una integración de otro calibre, que priorice “lo productivo” sobre “lo comercial”.
Puntualmente, en Brasil se dio un proceso de primarización productiva, desindustrialización y financiarización crecientes, al tiempo que los lineamientos principales de su política exterior apuntaron mas a los BRICS que al Mercosur. Uruguay, por su parte, luego de la fuerte desindustrialización de su aparato productivo durante los 90’s como consecuencia de la liberalización comercial intra-MERCOSUR, pasó a apostar a la especialización de su economía en la producción de alimentos y en la “terciarización”, tratando de transformar al país en un hub regional de servicios (puertos, logística, software, servicios financieros, etcétera).
Paraguay, por su parte, decidió avanzar en un proceso de industrialización de tipo “maquila” sobre la base de sus ventajas comparativas regionales: salarios bajos, energía regalada y bajísima carga fiscal. Venezuela avanzó con su modelo de apropiación y distribución de la renta petrolera por parte del Estado, al tiempo que intentó sin éxito un mayor desarrollo productivo local a partir de las “fábricas socialistas” y de la incorporación de tecnología regional para la producción de alimentos y otros productos de la “industrialización fácil”. Por último, Argentina puso en marcha y sostuvo durante doce años un modelo de “desarrollo con inclusión social” basado en la reindustrialización con salarios altos y mercado interno robusto.
4. De nuevo, liberación o dependencia
En síntesis, si se quiere avanzar en un verdadero proyecto de “integración para la liberación” a escala continental, es condición de partida la generación de un amplio consenso político a favor de un modelo productivo basado en la industrialización y la mejora de los salarios en todos los países de la región. Sin estas coincidencias programáticas básicas, será imposible avanzar en un Mercosur que profundice la integración como elemento necesario de la industrialización.
Actualmente, el Mercosur se está degradando hacia un sistema más “flexible”, basado en la negociación, a veces individual y otras colectiva, de múltiples acuerdos de libre comercio (acercamiento con la Alianza del Pacífico, tratados de libre comercio con la Unión Europea, Canadá, Japón y EFTA, entre otros).
El desafío a futuro es lograr los consensos necesarios a escala regional de modo de poner en marcha un proceso de integración que priorice “lo productivo” sobre “lo comercial”. Para ello, se debe dejar de lado el “regionalismo abierto” y transformar al Mercosur en una fortaleza proteccionista que asegure el mercado interno ampliado a los productores locales, de modo de avanzar en la industrialización, la generación de empleo y la mejora de las condiciones de vida de nuestros pueblos.
(*) Docente-investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Ex Secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería argentina.