Mi democracia buena, tu democracia mala – Por Rafael Cuevas Molina
Las democracias malas, las que hay que corregir quitando del medio a quienes sus procesos malos han elegido, están siempre en la periferia del centro que resplandece. Ese centro que resplandece es el que otorga los certificados de calidad: Alemania: excelente, Turquía: mala; Italia buenísima, Nicaragua malísima; España excelente, Venezuela una bazofia. Y así podríamos seguir.
Antes las cosas eran más fáciles: las democracias occidentales eran las buenas y lo que estaba atrás de la “Cortina de hierro” era una abominación. No solo no había democracia sino que los que fungían de gobernantes eran unos sanguinarios cuyo modelo era Stalin y, por lo tanto, una lacra que había que derrotar. Cualquier medio para hacerlo era legítimo.
Fidel Castro fue representación fehaciente de este modelo. Era una especie de Stalin tropical y barbudo al que la CIA intentó asesinar, para bien de todos, más de cien veces. Y todos contentos, ¿qué más se podía hacer en esos lugares en donde el régimen era tan férreo que nadie se atrevía a hacer lo que tenía que hacer la CIA?
El mundo contemporáneo, sin embargo, parece ser más complejo, para desgracia de esa transparencia que antes nos permitía discernir con tanta claridad entre el bien y el mal. Hoy, en muchos países hay elecciones (que es el Santo Grial de la democracia), separación de poderes, estado de derecho y todo el aparataje necesario para pasar el test de admitido en el Club de Tobi, pero ya eso no es suficiente.
Ahora resulta que se trata de un tema de calidad: hay democracias buenas y democracias malas. La democracia italiana, por ejemplo, no solo es buena sino superbuena. No importa que el Primer Ministro haya sido removido hace tres años por órdenes de la llamada “troika” europea (que impulsa a rajatabla el modelo neoliberal de la Unión) sin que mediaran las elecciones.
Ahora es buena la democracia griega, pero hubo un tiempo (hace tres años también) en el que a Grecia le dieron de palos porque quienes eran elegidos no hacían lo que esa famosa troika quería. Hasta que enderezaron al señor que con su partido se estaba oponiendo, de nombre Alexis Tsipras para más señas, y entonces todo en paz.
Esa es democracia de primera calidad, con sello de garantía; puede comprarse sin problemas, puede usted citarla en cualquiera de sus sesudos análisis académicos; no debe tener temor a que lo tilden de dinosaurio comunista en las redes sociales; y lo invitan a simposios y encuentros internacionales en donde todos se toman la foto sonrientes en alguna cena regada con buen vinito después de haber presentado su ponencia.
No se le ocurra, por favor, mencionar a los otros “regímenes”, los de la democracia mala, los falsos, los falaces, los que solo engañan a los bobos y que están subidos en una ola populista perniciosa que solo lleva a la perdición al país respectivo. Esas democracias malas son, en realidad, dictaduras disfrazadas.
Miren a esos venezolanos taimados. Han convocado elección tras elección pero esas elecciones… ¡quién sabe!; han comprado máquinas para votar electrónicamente que se usan además del voto directo tradicional pero… ¡seguro están amañadas!; llaman a referéndums y a constituyentes a cada rato, más de lo que un país con democracia buena, un pueblo civilizado debería llamar.
Porque, ¿qué es eso de andar consultando al chusmerío ignorante? Estorba tanto ruido, tanta confusión. ¡La democracia también tiene que ser ordenada! Pero sobre todo, responder a los designios, a la concepción a los intereses de quienes están sentados, impolutos, en el trono de los jueces.
Las democracias malas, las que hay que corregir quitando del medio a quienes sus procesos malos han elegido, están siempre en la periferia del centro que resplandece. Ese centro que resplandece es el que otorga los certificados de calidad: Alemania: excelente, Turquía: mala; Italia buenísima, Nicaragua malísima; España excelente, Venezuela una bazofia. Y así podríamos seguir. No incluiríamos en esta lista a Cuba porque ella ya se salió hace años del redil. Todo su sistema para elegir a la Asamblea del Poder Popular no sirve, lo dice el Miami Herald y punto.
Para ser niño bueno con nota diez en conducta ya no basta con adscribir al aparataje de la famosa democracia. Ahora hay que competir por el certificado de “buena” o “mala”, “trasparente” o “manipuladora”, “ejemplar” o “populista”.
De propalar a los cuatro vientos el veredicto se encarga después el aparato mediático transnacional. Lo que sigue ya lo sabemos todos.
(*) Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.