Universidades, la clave para una transformación en México

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JUAN ALBERTO GONZÁLEZ PIÑÓNNota del editor:

Juan Alberto González Piñón es titular de Emprendimiento e Incubación en la Universidad Panamericana. Desde 2004 ha desarrollado actividades profesionales en gestión de la Innovación, gestión de inversión de capital privado emprendedor, la planeación, organización y conducción de las políticas de desarrollo del financiamiento del emprendimiento, la productividad y la innovación. Las opiniones expresadas en el texto son responsabilidad del autor.

En los últimos años, en México se ha reclamado que las instituciones dedicadas a la investigación dirijan sus actividades hacia la atención de problemas y necesidades concretas. Sin embargo, la preferencia por hacer que la ciencia que se genera en el país se correlacione con el desarrollo económico, a través de incrementar el número solicitudes de patentes, no ha sido acompañada por un aumento en la capacidad de gestión del conocimiento y de la tecnología del resto de los actores para formular sus demandas, haciendo muchas veces difícil determinar cuáles son las necesidades y prioridades derivadas de los problemas y obstáculos que enfrentan las empresas o la sociedad.

En la presente década, se ha destacado la relación entre el desarrollo económico de un país y su capacidad para hacer de la educación y por lo tanto de la ciencia y la tecnológica, el instrumento idóneo para alcanzar mayores niveles de competitividad y bienestar.

El trinomio ciencia tecnología e innovación en México es un constructo que ha venido definiéndose de manera formal desde hace poco más de 40 años, tan solo hablando de la producción de ciencia en el país y del establecimiento de los primeros estándares de medición, se tiene como referencia la institucionalización del sistema nacional de investigadores (SNI), el cual se originó en 1984 contando en ese momento con 1,396 investigadores produciendo ciencia y tecnología en el país.

Al 2016, con datos del Conacyt, el SNI agrupó a 25,072 investigadores, en donde la producción de artículos indexados en 2015 ascendió a 18,417, ubicando a México en la posición 28 de las 231 naciones que forman parte del índice de la base de datos bibliográfica Scopus. Con ello México es aportante del 0.57% del conocimiento generado en todo el mundo; por su parte Estados Unidos aporta el 23.42% de la capacidad científica en el mundo. Esta comparación muestra el tamaño que tiene el país en términos de su aporte científico al mundo.

Esto hace que el impacto de la ciencia y la tecnología en el desarrollo económico y social en el país sea de bajo relieve, sobre todo si se considera la correlación que existe entre la generación del conocimiento y su aplicación industrial a través de las patentes. De acuerdo con el IMPI, al 2014 en México se tramitaron 16,135 patentes de las cuales solo 1,246 fueron para solicitantes nacionales, representando el 7.8% del total.

En comparación con Alemania, el porcentaje de patentes registradas por residentes de aquella nación se ubica en 70.4%, en Francia este indicador es de 81%, incluso para el caso de Brasil este porcentaje se ubica a cerca del doble de lo que ocurre en México, situándose en 13%.

Con datos del 2014, si comparamos México y Francia en cuanto a la producción del conocimiento, medido en registro de patentes se evidencia que entre ambos países existe una diferencia poco significativa a favor de Francia de tan solo 398 registros de patente. Sin embargo, México no ha logrado traducir esta capacidad científica y tecnológica potencialmente idéntica al país galo, en beneficios económicos y sociales para el propio país.

Estos datos para México muestran de forma preliminar la evolución que ha tenido el sistema de ciencia y tecnología, así mismo da una aproximación de la importancia que las políticas públicas le han dado a la ciencia en el país.

Estas diferencias indican el bajo interés por hacer de la investigación y el desarrollo la palanca que México requiere. En términos de política pública, al invertir en ciencia, tecnología e innovación, el país busca de forma anticipada resultados a corto plazo, desatendiendo la visión de largo plazo en donde se reconozca que llegar a proceso de desarrollo tecnológico e innovación toma tiempo.

Cuando se examinaron en los años setenta las razones del gran estancamiento económico, se señaló como única causa de los problemas el enorme aumento del precio del petróleo. Sin embargo, a través de estudios más detallados se dedujo que se daba un fenómeno de no explotación de los resultados de la investigación, dándose una muy reducida integración del desarrollo tecnológico en los procesos productivos del país.

Algunos casos que muestran la funcionalidad y correlación entre el uso del conocimiento científico y tecnológico en los procesos industriales y su capacidad para generar beneficios económicos son:

En el caso de los catalizadores de Ziegler del Instituto Max Palank para la investigación sobre el carbón en Mülheim, se logró ganar cientos de millones de marcos alemanes a través de licencias sobre sus patentes. Otro afortunado ejemplo es el de la Fundación de Investigación de los Alumnos de Wisconsin (WARF) en los Estados Unidos, que proporcionó a la Universidad de Wisconsin en Madison más de 100 millones de dólares en concepto de ingresos por licencias.

La explotación de resultados de investigación en Stanford (desde 1981, simplemente por la patente de Cohen-Boyer sobre técnica ARN ribosomal recaudó por licencias otorgadas más de 17 millones de dólares) en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Harvard; en la Universidad de California (la Universidad UCLA, en Alameda, tiene ingresos anuales por royalties de la licencia de cultivos de fresas de 1.6 millones de dólares).

En suma, estas aproximaciones representan la oportunidad para que nuestras universidades se reconozcan como actores relevantes para que México sea una nación más competitiva y desarrollada, a través del impulso de esta tan importante misión de innovación y responsabilidad social de la “universidad transformadora”, lo cual representa una perspectiva proactiva de la universidad por impulsar el desarrollo científico, tecnológico y social.

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