El paro del miedo – La Nación, Argentina
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
«No ven la realidad», fue la crítica que el presidente Mauricio Macri tuvo que escuchar en aquella cena que dio lugar a tanta polémica, por la forma y por el fondo. Tal vez fue un remate innecesario, luego de un mes de marzo con seis marchas y 500 piquetes en contra de las políticas del gobierno nacional señalando la misma ceguera.
La realidad es que durante 12 años no se invirtió en redes eléctricas pues las tarifas estaban congeladas y las empresas distribuidoras, en cesación de pagos. Lo mismo ocurrió con el gas natural, el transporte de personas, la producción de hidrocarburos y una larguísima lista de etcéteras. Durante años no se conocieron estadísticas de inflación y, de esa forma, se ocultó la pobreza, para no «estigmatizar» a los pobres. Se incrementó el empleo público para realizar clientelismo y encubrir la destrucción del empleo privado. Se incorporaron al sistema jubilatorio tres millones de personas sin aportes y ocho millones a los planes sociales sin financiación alguna. Desapareció la inversión productiva mientras la inversión pública se planeó con finalidades privadas. Las obras se diseñaron para inflar costos y cobrar retornos. Las importaciones de gas, para negociados del poder. Se cubrió el déficit con emisión monetaria y deuda interna, alcanzando récords mundiales de inflación.
Durante 12 años se generó, desarrolló y ocultó un tumor gigantesco en el cuerpo social de la República. Ahora que llega el momento de extirparlo, se irrumpe en el quirófano y se acusa al cirujano de crueldad, pues el enfermo lucía mucho mejor cuando aún estaba en su casa, bien diferente que ahora, con un tajo en el abdomen, respiración artificial y las crueles manchas de la sangre.
«No ven la realidad», repiten los dirigentes sindicales, los gremios docentes, los activistas de la memoria y los kirchneristas de la victoria, mostrando las fotos sacadas en el quirófano e ignorando las ecografías anuales que anunciaban la gravedad de la neoplasia.
La realidad es que todos ellos conocen la herencia recibida y todos tienen buenas razones para distribuir helicópteros amarillos en sus marchas, pues todos tienen miedo al cambio.
El kirchnerismo tiene miedo pues necesita volver al poder para evitar la cárcel de sus principales dirigentes. Ésa es la verdad cruda y dura: no los motiva una ética solidaria ni una épica de justicia social. Son acusaciones gravísimas que están en la raíz de la tumefacción: el diseño de estructuras para la corrupción, el armado de asociaciones ilícitas, la traición a la patria y hasta el posible asesinato de un fiscal de la Nación. Corrupción en la obra pública, en la provisión de gas licuado y de agua, en los negocios con Venezuela, en las contrataciones a través de universidades nacionales, en el manejo de subsidios, exhibiciones y festivales; en las compras de trenes, en la gestión de Aerolíneas y en las adquisiciones torcidas, en todos los ministerios. Ahí están la valija de Antonini, los bolsos de López, el dragón de Carbone, las cajas de Florencia, la bóveda de Báez y los fajos de La Rosadita.
Los sindicalistas también tienen miedo. Saben que guardaron silencio durante el gobierno de los Kirchner y, como buenos hombres de negocios, entienden perfectamente la coyuntura actual. Pero también saben que si la Argentina se convierte en un país en serio, desaparecerá el esquema de poder mediante el cual hicieron política y dinero en lugar de mejorar el nivel de vida de los asalariados y aumentar el empleo. Saben bien que el desempleo, la pobreza y la marginación tienen su causa en la «década ganada» que tanto aplaudieron y ahora rememoran.
¿Creerán acaso que subiendo las retenciones al campo, revirtiendo los aumentos de tarifas y aumentando los sueldos por encima de la inflación se logrará una patria justa, libre y soberana? Nadie lo cree, pero el kirchnerismo descoloca a los gremialistas y éstos tienen sus propios miedos ante un futuro de cambio en serio.
Tienen miedo de mostrar si sus manos están limpias y de explicar patrimonios personales, como condición indispensable para predicar desde la tribuna. Tienen miedo de que se auditen los fondos que han administrado sin control, como las obras sociales o los muchos aportes arrebatados al homologarse sus convenios colectivos.
Algo de eso puede explicar la inaceptable amenaza formulada el martes por el titular del Sindicato de Peones de Taxis, Omar Viviani, a sus propios compañeros, cuando llamó a «dar vuelta los autos» de los taxistas que no se adhirieran al paro. Se trata de una amenaza agravada y una incitación a la violencia y al delito, además de una atentado contra la libertad de trabajar, que no puede ser paliada por la posterior retractación del sindicalista, cuando explicó que se le «salió la cadena». Ninguna persona que actúa de ese modo puede estar al frente de un gremio; su lugar debería ser la prisión.
Tienen miedo los activistas de los derechos humanos que acusan a la gobernadora Vidal de ser una asesina que mata de hambre a la gente y «lleva comida podrida a los chicos a los comedores». Más que miedo, es desesperación. Cuando reivindican al ERP y a Montoneros en realidad demuestran su pavor de que se hagan públicos expedientes que el kirchnerismo mantuvo secretos. Las indemnizaciones indebidas, mediante trámites torcidos, todavía ocultos al escrutinio público por tratarse de datos «sensibles». Así como los desvíos de recursos en planes como Sueños Compartidos, la Universidad de las Madres o los administrados por Milagro Sala.
Tienen miedo quienes se desgañitan gritando que «no ven la realidad», aferrándose a designaciones clientelistas aun a sabiendas del costo que implica para la sociedad mantenerlos, natural correlato del desempleo en el sector privado. Tienen miedo quienes operan en estructuras de corrupción en áreas críticas, como la seguridad, la Aduana o la salud; en particular, a perder los vínculos con el narcotráfico, los contenedores truchos, los medicamentos adulterados y las licitaciones amañadas.
El paro de hoy es a sabiendas de que el principal obstáculo a la inversión es la duda acerca de la capacidad del Gobierno para introducir cambios duraderos, teniendo minorías parlamentarias frente a poderosísimos intereses creados. El paro pretende demostrar que el pasado tiene más fuerza que el futuro, que esa capacidad no existe y que lograrán la profecía autocumplida.
Será entonces otro paro teatral, con consignas falsas y de palabras huecas. Impulsado por el miedo de que la República cambie hacia una nación más normal, donde se retribuya el mérito, se aplauda el esfuerzo y se libere al Estado de quienes lucran de lo público en forma inmerecida o ilegal, destruyendo el empleo y expulsando la pobreza. Quienes no advierten esto no ven la realidad.