La economía cubana: cambios y retos – Por Roberto Veiga Menéndez
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
La Revolución heredó un país pobre por más de medio siglo, víctima de la corrupción y el desgobierno, atenazado por la dependencia externa y la explotación capitalista e imperialista. En esas difíciles circunstancias eligió como vía para resolver los males que lo asolaban, el único camino que encontró posible: el Socialismo, en nuestro caso, frente a las mismas costas de Estados Unidos. Sus profundas transformaciones tuvieron que vencer constantes y crecientes agresiones de la reacción interna y externa, a tal punto que nuestro pueblo fue condenado al más largo y despiadado bloqueo económico, comercial y financiero que recuerde la historia de la humanidad por parte de la potencia imperial más poderosa del mundo. Estas realidades impactaron en nuestro desarrollo, en el mundo empresarial cubano y en la evolución de sus sistemas de dirección y gestión.
Lo expuesto puede ayudarnos a comprender muchos de los hechos que expondré a continuación. Por supuesto, ello no debe interpretarse como una justificación a errores cometidos que la dirección de la Revolución reconoció y luchó por rectificar.
Después de 1959 surgieron las llamadas “empresas consolidadas”. Estas estaban integradas por pequeñas y, ocasionalmente, medianas unidades productivas de similar actividad o sector, distribuidas por todo el país y, por lo general, con muy bajo nivel tecnológico. Sus ingresos los recibía el presupuesto del Estado y después éste les asignaba los fondos necesarios para su funcionamiento. Por aquellos tiempos sus directivos solían ser compañeros de probada confiabilidad política, pero estrenados en ese nuevo rol. En el desempeño de estas entidades era importante el registro contable, pues su eficiencia se determinaba a partir de los costos. En su funcionamiento se conocieron problemas asociados a la planificación y al sistema presupuestario y afrontaron los lógicos inconvenientes de dirigir desde la capital a infinidad de unidades diseminadas a todo lo largo y ancho de nuestro territorio. Estas empresas nacionales existieron hasta comienzos de 1970, aunque, antes, en 1965, se operaron cambios en el sistema de dirección al eliminarse la contabilidad y casi toda la relación mercantil y medirse la eficiencia teniendo en cuenta, en lo fundamental, indicadores físicos y no económicos. Fue un gran error cuyas consecuencias aún padecemos. Representó un retraso en la gestión empresarial, que repercutió negativamente en nuestra economía.
En 1975 se aplicó el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE). Se concedieron determinadas facultades a las Empresas, quienes debían autofinanciarse y con la ganancia realizar aportes, formar fondos, etcétera. Este sistema nunca funcionó completamente, pues las empresas no lograron articularse con los Organismos Globales, dio paso al “homologuismo” en las diferentes instancias de dirección, inmovilizó recursos por deficiencias en la planificación, presentó dificultades en la contratación, aplicó incorrectamente el pago por resultados y el sistema de primas, se llegó a alterar precios para ofrecer la imagen de una rentabilidad inexistente y otros males. Al mismo tiempo, alimentó la tendencia a creer que los mecanismos económicos resolverían todos los problemas en detrimento del necesario e ineludible trabajo político.
Para enfrentar esta situación, en el año 1986 se declara el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas. Surgen nuevas formas de organización como los contingentes, se introducen iniciativas vinculadas al desarrollo del Polo Científico y se comienzan a dar pasos para expandir el turismo; pero, poco después, en los años 90, el país entra en una profunda crisis al caer el campo socialista, lo cual representó la pérdida de nuestros principales clientes y suministradores. Cuba no tuvo otra alternativa que acceder a una estrategia de sobrevivencia.
Había que salir de la crisis. Era necesario acrecentar nuestros bienes exportables y sustituir importaciones. Se adoptaron un conjunto de medidas que adquirieron un carácter emergente. Entre ellas, como factor desencadenante, se realizó un esfuerzo notable en el desarrollo del turismo y, además, se crearon las tiendas comercializadoras en divisas así como empresas mixtas que operaban con capital extranjero o como sociedades anónimas 100 por ciento cubanas.
En 1996 el país logró detener el brusco descenso que, a partir del año 1990, registró el Producto Interno Bruto (PIB). Se resistió heroicamente a contrapelo de los cantos de sirena de los enemigos y las preocupaciones de muchos amigos. Aquellos años del “Período Especial” fueron muy duros, cargados de sacrificios y privaciones, donde tuvimos que acudir a males necesarios que restañaron valores y nos dejaron secuelas indeseables, como la doble moneda, aún sin poder erradicarse.
En 1998 se comenzó a introducir el Perfeccionamiento Empresarial (PE). Fue un buen momento. Era una valiosa idea experimentada en la actividad civil del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), que se extendió a más de 1,000 empresas del sector estatal de la economía. El PE contribuyó a mejorar la contabilidad y alcanzó logros económicos cuantificables y tangibles, las empresas alcanzaron ciertas facultades, no todas las necesarias, y algunas de las concedidas no fueron ejercidas correctamente. Sin embargo, por primera vez, en tal dimensión, directivos y trabajadores se comenzaron a identificar con conceptos y técnicas de dirección y gestión empresarial frutos de la experiencia internacional: Misión, Visión, Estrategias, Objetivos, Liderazgo, Sistemas, Subsistemas, Manuales, Procedimientos, Diagnósticos, Trabajo Grupal, Tormenta de Ideas… Fue una etapa en la cual sentí satisfacción. En la consultoría, con mi grupo de trabajo, participé directamente en las entidades asesorando la elaboración de decenas de proyectos de “Expedientes”. El PE no dejaría todo el saldo esperado; sin embargo, fue una gran iniciativa implementada con un alto nivel de organización y rigor, cuyos resultados, además de ser satisfactorios, constituyeron una premisa que nos indicó un rumbo, un derrotero, una meta que debemos firmemente proponernos, alcanzar “La cultura necesaria en el proceso de dirección y gestión empresarial”.
Las repetidas re-estructuraciones en los organismos centrales obligaron a las empresas a cambios constantes. Estas se vieron sujetas a diversos sistemas de dirección y sufrieron de gigantismo, verticalismo, “homologuismo”, burocratismo, la operación con diferentes monedas, el “copismo”, la ausencia de carácter sistémico y otros desajustes y males que les impidieron desempeñar su verdadero papel.
Por otra parte, en los últimos años, dentro del contexto de la actualización de nuestro modelo económico y social, se han adoptado algunas medidas tendentes a favorecer la autonomía de las empresas; sin embargo, paralelamente han surgido otras que contradicen ese objetivo.
Cuando conocí la decisión de conceder más facultades a las empresas lo asocié a la necesidad de descentralizar la dirección de la actividad económica, pero, de hecho, los resultados fueron inversos. Al disminuir la cantidad de empresas existentes y convertirlas en Unidades Empresariales de Base (UEB), las facultades aprobadas las recibieron otras instancias intermedias (territoriales, provinciales o nacionales) denominadas ahora Empresas o las Organizaciones Superiores de Dirección Empresarial (OSDE), cuyos directivos, al estar físicamente desvinculados de los colectivos laborales, carecen de influencia directa en el cumplimiento de los planes económicos; no están allí donde se gana o se pierde la batalla. Estas últimas –antes empresas, ahora UEB– vieron disminuidas sus pocas prerrogativas disponibles, perdieron su muy limitada autonomía y hasta se quedaron sin personalidad jurídica. Un jefe que carezca de la posibilidad de transformar los acontecimientos, pues casi todo debe consultarlo y no puede ser creativo, y no pueda adoptar decisiones y asumir riesgos no es jefe, y nunca se desarrollará como tal ni podrá ejercer un liderazgo.
El auge sin precedentes alcanzado por la ciencia y la técnica durante el pasado siglo dio paso a la llamada globalización, y ella, a un impresionante crecimiento de la competitividad. En tales condiciones las técnicas de dirección y gestión empresarial en el mundo cambiaron radicalmente buscando adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos. Hoy predominan otros conceptos e ideas.
Las empresas, para sobrevivir y obtener progresos en el mercado actual –altamente competitivo– están obligadas a innovar constantemente. Ello no puede dilatarse un solo instante, de lo contrario, corren el riesgo de quedar rezagadas ante la celeridad y complejidad con que acontecen los descubrimientos científico-técnicos en casi todas las ramas de la economía, lo cual también incide en las diferentes tendencias prevalecientes en el mercado.
En esas circunstancias la excesiva centralización que se deriva de las estructuras empresariales verticales, resultan obsoletas, contraproducentes. Casi todos los países las han desechado por ineficaces, pues entorpecen la coordinación y toma de decisiones, son lentas, pesadas y tampoco responden a la dinámica que reclama el flujo de la comunicación. Esas viejas estructuras piramidales son herencia de otros momentos y situaciones.
Por otro lado, pasaron los tiempos de Ford y de Taylor (cuando la persona era una prolongación de la máquina); ahora constituye un ser pensante. Asistimos (y cada día lo será con más fuerza) a la era del conocimiento y la información (algunos analistas pronostican que en este siglo los avances científico-técnicos crecerán 20 veces en relación con lo alcanzado en la anterior centuria).
En el mundo moderno no es posible una continua mejora tecnológica y aumento de la competitividad, sin promover la participación y preparación de los trabajadores, pues es indispensable desatar toda su energía creadora. En eso los japoneses tienen mucho que enseñar. Muchos capitalistas aprendieron esa lección, por eso no solo aspiran a contar con directivos, sino con líderes: dirigentes capaces, proactivos, carismáticos, consagrados; no solo motivados, sino con posibilidades de motivar también a los demás.
Algunos empresarios de éxito en el mundo, al escribir sus memorias o ser entrevistados, entre los factores apuntados como causa de sus resultados han destacado la atención a las personas; pero no solo, ni principalmente, se han detenido en los salarios, primas, condiciones de vida y trabajo y esos temas que comúnmente enumeramos al respecto. No, le han otorgado mucha importancia a todo lo asociado a estimular y propiciar sus posibilidades de realización, es decir, a contar con ellas, a tener en cuenta sus opiniones, a darles acceso a todo lo que pueda elevar sus conocimientos y competencias, y hasta señalan reconocer públicamente los resultados de su trabajo. Sí, nadie se confunda, los tiempos han cambiado, hoy los capitalistas también hablan de estímulos morales y algunos los utilizan mejor que nosotros. Desde luego, puede que muchos de ellos se inspiren en una motivación que se incline a los intereses económicos, incluso individuales, y nosotros preferimos destacar el necesario carácter social que garantice el beneficio de todo el pueblo; pero no podremos lograr este objetivo si no aseguramos también la motivación económica.
No creo que cuando al exponer mi opinión en torno a las medidas centralizadoras adoptadas doy una noticia a los compañeros que tienen la alta y compleja responsabilidad de estudiar estos temas y emitir las propuestas correspondientes. Desde luego no es igual estar en el centro del rodeo capoteando al toro, que ver el espectáculo desde las gradas. Soy un convencido de que en la conducción de la economía, para tener éxito, es un imperativo insoslayable la descentralización; es decir, que los jefes posean facultades. Sin embargo, también soy un convencido de que descentralizar exige un riguroso control y es ahí donde está una de nuestras debilidades, esa es todavía una situación a preocuparnos y ocuparnos mucho más, es una cuenta todavía pendiente. Esto no me lo ha dicho nadie, ni lo he leído en ningún artículo, lo he constatado personalmente, pues llevo 17 años inmersos en estos andares. Y es ahí a donde quiero llegar.
En Matanzas, en el escenario donde actúo, todo indica que los controles, supervisiones y otras medidas adoptadas para detectar, prevenir y contrarrestar los delitos económicos no han sido efectivas. Estos, en vez de disminuir, han crecido y extendido a actividades fundamentales como la agricultura, la alimentación y el combustible. Se ha puesto de relieve, además, señales de superficialidad en la selección, control y preparación de los cuadros y también de los funcionarios administrativos.
Hay casos que resultan incomprensibles. En la contabilidad e implementación del control interno se detectan insuficiencias que provocan señalamientos; los hay por desactualización, falta de orientación o mala interpretación, que pueden ser tolerados por primera vez; no hay que ser extremistas, podemos hacer las aclaraciones y organizar las acciones de rectificación indispensables, eso es correcto; pero hay señalamientos que, en algunas entidades, por su naturaleza, los originan deficiencias que no se conciben en que incurran especialistas a quienes se les paga por esa responsabilidad y se deduce que deban saber lo que hacen. Hay falta de interés y voluntad para hacer bien su trabajo. ¿Por qué admitimos que esos señalamientos se reiteren a las mismas personas de inspección en inspección? No me estoy refiriendo aquí a infracciones ocasionadas por quienes caen en hechos delictivos o los favorecen y toleran. Esto constituye otro asunto, y ante esto siempre habrá que actuar de forma radical e inmediata.
Hay empresas donde, con reiteración, se informa que se ha “chequeado” el Control Interno por la administración o sus instancias inmediatas superiores, así como por sus organizaciones políticas y sindicales, sin detectar problema alguno; y después, al ser inspeccionadas por organismos u organizaciones externas, han aparecido insuficiencias, a veces muy graves. ¿Qué sucedió? Que los controles realizados a nivel de empresa fueron superficiales, se realizaron para cumplir una meta y no proyectaron acciones de control preventivo con el objetivo de evitar que esos hechos lamentables tuvieran lugar. Donde predomine esta práctica nunca habrá control económico y lo mal hecho pasará inadvertido.
No quiere decir que no existan también controles externos cosméticos; es decir, que proceden a la ligera y se dejan impresionar por los papeles, sin ir al fondo de los problemas. Esos controladores no se hicieron sentir, estuvieron como el “pescado en nevera”: asistieron al lugar de los hechos con los ojos abiertos sin ver lo que les rodeaba. Ese método formal, burocrático, debe cesar; quienes así actúan no pueden ejercer esa responsabilidad.
No es menos cierto que hay jefes que para encubrir su menosprecio e insensibilidad ante sus responsabilidades en relación con el control interno, se nos presentan como abanderados de la lucha contra el burocratismo y no podemos aceptar esos argumentos.
Es verdad, a nombre de un control que nunca llegan a alcanzar, hay quienes son muy pródigos inventando modelos, papeles, planillas, procedimientos, etcétera. Resulta un barraje insoportable que hace perder tiempo y esfuerzo a quienes quieren trabajar. Esto es consecuencia del exceso de personal, funcionarios y especialistas en los intermedios y altos niveles que, por lo general, pugnan por tener sus homólogos en las instancias inferiores. Ellos se sienten obligados a inventarse un contenido de trabajo y pretenden hacerlo inundándose en papeles, que en ocasiones nunca leen. Ese mal algún día debe ser extirpado de raíz.
No necesariamente tenemos que esperar restablecer el control económico en todos los centros de trabajo para conceder facultades a sus directivos, a los que están ahí, luchando “en la concreta.” Esta puede ser una decisión selectiva, un reconocimiento a quienes se lo merecen porque su contabilidad y control es veraz y un claro reflejo del comportamiento de los hechos. Por supuesto, eso hay que probarlo, debe certificarse con regularidad y por organizaciones o entidades externas subordinadas al Estado, que respondan a sus intereses y estén integradas por profesionales competentes, íntegros, probados y comprometidos. La orientación y observancia de las normas y regulaciones que dicte el Estado sólo debe ser competencia del propio Estado.
Podemos ser flexibles, pero no tontos –y esto no es una prevención infundada. No faltan quienes tienden estimular un “Frankestein” que comience a despertar vicios, por supuesto que dañinos. Hace muchos años, antes del triunfo de la Revolución, cuando me inicié en los “ditirambos” sindicales y discutía los Convenios de Trabajo con los patronos y sus abogados, ellos para disuadirme de la imposibilidad de acceder a los reclamos de los trabajadores, me sacaban un librito que contenía los ingresos y gastos (debe y haber). Yo era muy joven, tenía aún poca “carretera”, pero era estudiante nocturno de la Escuela Profesional de Comercio de Matanzas (tercer año); en esos casos les respondía: “guarden ese librito que reservan para cuando vienen los inspectores, tráiganme el bueno, el que esconden, el que dice la verdad”.
Cuba ha de insertarse en la economía global y el mercado mundial capitalista, y será mucho mejor si lo hace integrada a la fuerza capaz de desatar la unidad de la patria grande. Ello supone apoyarse en tecnologías de punta y en un desarrollo intensivo; es decir, a partir de la eficiencia, ofertando productos y servicios competitivos por su calidad y precios.
Lo expuesto no es posible accediendo solo a capital y tecnología. Será necesario, además, garantizar una autonomía empresarial, capaz de desencadenar una dinámica que facilite la innovación constante, motive a los trabajadores, y promueva su participación real y efectiva en la gestión económica.
Esto, como es lógico, no será viable repitiendo, directa o indirectamente, las viejas estructuras verticales, la excesiva centralización, la rigidez de un plan, el formalismo y el burocratismo. Todo esto, influidos por las gastadas y copiadas prácticas aplicadas en un gran país y vendidas como verdades absolutas y universales, como expresión genuina de la pureza de una doctrina -de la que su fundador Carlos Marx, nunca hizo alguna referencia al respecto.
Si importante es que la economía estatal predomine y sea competitiva en el mercado externo, lo es también que lo sea en el interno; mucho más en circunstancias en que abrimos espacio, en diferentes formas, a la gestión no estatal, sin que ello signifique una merced o concesión, sino, un complemento necesario.
Puede ser –y de hecho puntualmente ya lo es– que determinados servicios en un territorio dado, sean ofertados por la actividad no estatal con carácter dominante o importante, porque las entidades estatales están aún imposibilitadas de prestarlos o han decidido trasladárselos y, aprovechando esa eventualidad, fijen precios exagerados a la población y, para evitarlo, tengamos que establecer topes a los precios; una decisión siempre indeseable y complicada. Por consiguiente resulta aconsejable, de cara al futuro, que el Estado se prepare para estar en condiciones de irrumpir en esos escenarios con idéntica oferta a precios razonables para lograr un justo equilibrio.
En esa relación mercantil de compra–venta no puede obviarse el impacto de la ley del valor. Por lo tanto, lo importante es tenerla en cuenta y estar en condiciones de contrarrestar los efectos negativos que puedan generarse.
Por eso, lo más importante en nuestro desempeño tiene que ser los resultados. El éxito no es sólo hacer mucho sino lograr mucho; no debemos dejar de reconocer los esfuerzos, pero sólo premiar los resultados. Esos son los que al final determinan. Por supuesto que es indispensable identificar muy bien cuáles son los resultados, pero cuidando con esmero los costos y tomando muy en cuenta la productividad y la calidad. Es oportuno puntualizar, además, que los logros nunca se justificarán transgrediendo el objeto social, las normas jurídicas y nuestros valores y principios éticos; es decir, sin dejarnos tentar por la idea maquiavélica de que el fin justifica los medios.
En este proceso de reformas tienen lugar medidas inteligentes y racionales, aunque algunas, a mi juicio, deben ser objeto de una profunda reflexión. Conocemos los problemas naturales y esperados por la inevitable vigencia de la doble moneda y sus disímiles tasas de cambio. Esto genera un conjunto de distorsiones que, indistintamente, benefician o perjudican a las diferentes formas de propiedad. En cuanto a los salarios debo hacer el siguiente señalamiento. La tasa de cambio del CUC en las entidades estatales es del 1 X 1; pero en las cooperativas no agropecuarias es del 1 X 25. Ello posibilita una situación financiera que concede una ventaja competitiva, en cuanto a la retribución por el trabajo, a una forma de propiedad y gestión sobre otra. Hace pocos meses el director de una importante agrupación estatal constructiva me señaló: “Muchos de mis especialistas más calificados y experimentados fueron captados por las cooperativas de construcción; imagínate, les pagan hasta 10 veces más de lo que yo puedo ofrecer”.
Esto no sólo afecta la estabilidad de los recursos humanos de un sector decisivo y estratégico de la economía estatal, sino también a otros, aunque, quizás, por el momento, en menor medida. Algunos me criticarán por usar la expresión “recursos humanos” y no “potencial o capital humano”, como ahora suele decirse, al alegar que las personas no son recursos y, por lo tanto, no se administran. Estoy de acuerdo con ellos, pero cuando uso la palabra “recursos” no me refiero a las personas, sino a sus conocimientos, competencias, talentos, habilidades, experiencias y eso sí lo debemos potenciar, aprovechar y administrar. Sin embargo, lamentablemente, muchas veces eso lo subestimamos, somos tan estrechos de mente que no comprendemos que pueden constituir nuestra principal ventaja competitiva.
La vida me enseñó que constituye un gran error acudir a posiciones igualitaristas, y que la mejor forma de hacer prevalecer la igualdad es brindar un tratamiento desigual a las cosas desiguales. En la situación y momentos que vive el país es inevitable aceptar el incurrir en determinadas desproporciones y desigualdades; pero, por supuesto, una cosa es lo bueno y otra lo demasiado.
La actualización del modelo económico y social cubano, como se conoce, ha creado condiciones para alentar la inversión externa, aunque aún sus resultados distan de nuestras necesidades. El Presidente, General de Ejército Raúl Castro, ha instado a romper prejuicios y esquemas mentales que entorpezcan el avance de esta opción, indispensable para alcanzar el esperado desarrollo y crecimiento de la economía. Aspirar a este objetivo es un gran desafío, pues atravesamos una difícil situación económica, en medio de la globalización y las nefastas consecuencias de un injusto y agudo bloqueo económico, comercial y financiero; sin embargo, en este mundo incierto, convulso, violento, amenazado por tantos peligros, Cuba posee condiciones excepcionales para lograrlo. Contamos con estabilidad y unidad interna y, en especial, con un pueblo instruido, preparado y calificado, fruto de la inmensa obra cultural promovida e impulsada por la Revolución.
En el país se introducen nuevas formas de propiedad y gestión. Se negocian y crean empresas mixtas con capital extranjero, se incrementan los trabajadores por cuenta propia, se fortalecen las cooperativas agropecuarias y se fomentan las no agropecuarias. Son iniciativas novedosas no concebidas como males necesarios, sino como importantes y oportunos complementos a la actividad económica estatal.
Los pasos emprendidos abren espacio en nuestra sociedad a la propiedad privada, al mercado y como algo consustancial, a la competencia. Ninguna de ellas puede quitarnos el sueño, porque no tienen necesariamente que estar reñidas con nuestros objetivos. Lo estarían –como no debería ocurrir nunca en nuestro caso– si alimentaran el liberalismo, si se subordinaran al capital y respondieran al insaciable afán de lucro de unos pocos.
Algunos hablan mucho de “libre mercado” y “libre competencia”, y presentan ambos elementos con un carácter absoluto. Esto último es pura fanfarria e hipocresía; pues en diferentes momentos históricos, al considerarlo necesario, todo tipo de gobierno ha recurrido a medidas económicas y extra-económicas, para regular el mercado y la competencia. Nada nos impide a nosotros hacerlo también. Desde luego, para ello siempre debemos inspirarnos en la búsqueda de relaciones económicas que beneficien al país y a todo el pueblo.
La propiedad social sobre los medios fundamentales de producción siempre deberá ser preeminente. La salud, la educación y la cultura, deben continuar siendo universales y hemos de asegurar el desarrollo de su calidad, incluso en medio de situaciones adversas. De igual modo debe garantizarse la seguridad social. Las conquistas históricas de la Revolución deberán ser imperecederas.
Las transformaciones emprendidas no resultan concesiones, ni son el resultado de presiones externas de ningún tipo. Ellas resultan decisiones libres y soberanas, determinadas por apremiantes necesidades internas.
Muchos enemigos de los fundamentos de la Revolución han apreciado estos cambios como una oportunidad, además dentro de los marcos del proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ellos alegan que estas novedades van a potenciar, en nuestro país, la influencia de actores y condiciones que servirán de sostén y de aliados a quienes desean derrotar a la Revolución. No obstante, estoy seguro de que los cubanos, con su proverbial inteligencia y la preparación, adquirida sobre todo en estos años de Revolución, no se dejarán seducir en contra de sus principios y convicciones.
La dirección de la Revolución aceptó el reto. El hecho de que sea un gran desafío explica que las medidas adoptadas tengan que ser muy pensadas y consensuadas. Debemos avanzar de forma sostenida aunque sin precipitaciones, ni improvisaciones. Los impacientes deben comprender que transitamos por un camino preñado de riesgos y peligros y, por ello, debemos resguardarnos de cometer errores cuya rectificación, no podría ser posible en nuestras condiciones.