El TLC y la destrucción de la economía mexicana – Por Carlos Herrera de la Fuente

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

De todos los mitos y fábulas neoliberales que se esgrimen a la hora de “defender a México” de la amenaza trumpista, tal vez ninguno sea tan cínico y desvergonzado como el que se refiere a la valoración del Tratado de Libre Comercio (TLC) como uno de los elementos fundamentales para el desarrollo de la economía nacional.

Cualquiera con la mínima información al respecto sabe perfectamente que, después de 23 años de la entrada en vigor de dicho tratado, la economía mexicana se ha visto afectada en múltiples sectores, sin que, de ninguna manera, se hayan resuelto los problemas centrales que el país sufre desde antaño: la pobreza, el desempleo, la violencia, entre otros. Al contrario, cada uno de ellos se ha agudizado seriamente en las últimas dos décadas, a la par que el campo y la soberanía alimentaria han sido destrozados, las cadenas industriales desestructuradas, los mecanismos de seguridad social debilitados, etc.

Con el paso del tiempo, la economía mexicana se ha “especializado” en la generación de tres “mercancías” que resultan sumamente atractivas para el mercado mundial: mano de obra barata, drogas ilegales y migrantes indocumentados (y, por lo mismo, muy baratos como fuerza de trabajo). Si se quisiera ser justo con el TLC, éstos son los tres elementos que deberían resaltarse como sus productos más legítimos. Por supuesto, estos tres elementos no son nada halagüeños y tan sólo mencionarlos resulta una afrenta para las verdaderas aspiraciones de la economía mexicana.

Para poder comprender lo absurdo y contradictorio de la política internacional del gobierno de México, quien dice proteger al país al defender el TLC, es indispensable revisar ordenadamente algunos datos que nos permitan tener mayor claridad sobre el tema.

1. El campo, la industria y la mano de obra

Si existe un símbolo que sintetice los efectos negativos del TLC en la economía mexicana, ése es el de la destrucción del campo y la industria agropecuaria. Nada más elocuente ni más desalentador. Veamos algunas cifras (retomamos aquí los datos publicados por Maximiliano Gracia Hernández en su artículo “El impacto del Tratado de Libre Comercio con América del Norte”, Milenio, 31/07/2013).

Del año 1994 (cuando entró en vigor el tratado) al 2013 se habían perdido alrededor de 2 millones de empleos agropecuarios. Puesto que la economía se abrió a la competencia internacional y se quitaron todo tipo de apoyos y subsidios a los productos agrarios (precios de garantía, aranceles, permisos de importación, etc.), los precios reales de los productores cayeron entre 40 y 70 por ciento en ese mismo periodo, desestimulándose así la producción de bienes básicos como el maíz, que se podía obtener mucho más barato a través de la importación. Como consecuencia de estos cambios, la economía agraria se enfocó cada vez más a la exportación de ciertos productos con “ventajas comparativas”, sólo que gracias a la contrarreforma agraria de 1992, aprobada durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, las mejores tierras fueron acaparadas por monopolios internacionales, a tal punto que, para el año 2013, el 80% de los principales productos de agro exportación (jitomate, aguacate, fresa, frambuesa, melón, mango, etc.) y algunas industrias derivadas (tequila, cerveza, etc.) estaba en manos de empresas extranjeras.

El mismo Maximiliano Gracia continúa en su artículo el recuento de daños: “La Comisión Nacional Forestal (CONAFOR) señala que cerca del 64 por ciento de los suelos en México presenta deforestación en diferentes niveles; se tiene un 70 por ciento de población rural en condiciones de pobreza; 20 millones de mexicanos con desnutrición y anemia; 35 millones con obesidad; migración anual de pobladores rurales a los Estados Unidos por 280,000 personas; un promedio anual de 400 migrantes muertos al intentar cruzar la frontera con Estados Unidos durante la duración del TLCAN; 20 grandes corporaciones mexicanas y transnacionales controlan el mercado: Maseca, Bimbo, Cargill, Bachoco, PilgrimsPride, Tysson, Nestlé, Lala, Sigma, Monsanto, ADM, General Foods, Pepsico, Coca Cola, Grupo Viz, Grupo Modelo, Grupo Cuauhtémoc, Wal-Mart, Kansas City, etcétera”.

Frente a este panorama desolador, lo sucedido en la industria mexicana después de la firma del TLC no se queda de ninguna manera atrás. Como consecuencia directa del acuerdo comercial, entre los años noventa y el comienzo del presente siglo, varias ramas industriales que anteriormente habían tenido cierto auge se vieron seriamente dañadas. Tal fue el caso de la industria del plástico, la textil, la del vestido, la del calzado, la dedicada a la fabricación de juguetes, la dulcera, la refresquera, etc. Por su parte, la industria de bienes de consumo intermedios (cemento, acero, vidrio, combustible, etc.), si bien ha resistido parcialmente por su carácter oligopólico y de alta concentración de capital, se ha visto sometida a una creciente ola de importaciones que, por ejemplo, para el año 2014, hizo que se acumulara un déficit en la balanza comercial de 101 mil 958 millones de dólares (Susana González G., “Déficit comercial histórico en bienes para la manufactura”, La Jornada 18/01/2015), lo cual significa que las empresas que producen en México prefieren comprar la mayoría de sus insumos en el extranjero antes que en el propio país. Éste es un claro ejemplo de la desarticulación de las cadenas productivas en México.

Ahora bien, mucho se ha presumido sobre la fortaleza de la industria automotriz y su impulso al sector exportador. Lo cierto es que no existe ninguna empresa automotriz autóctona. El diseño, la tecnología, las piezas y los materiales provienen en su mayoría del extranjero, por lo que el papel de las fábricas mexicanas es el de ensamblar las autopartes en el país para después exportarlas. El principal interés de las empresas automotrices extranjeras es el de aprovechar los bajos costos derivados de la mano de obra barata.

“México es la respuesta a la necesidad de la industria de bajar sus costos en Norteamérica. (…) Con salarios en las plantas automotrices que son más de cuatro veces menores que los de Estados Unidos, México ha recibido en los últimos cuatro años inversiones por 13,365 mdd para nuevas plantas o para ampliar las existentes armadoras japonesas, europeas e incluso estadounidenses (…), cuyo fin es abastecer desde aquí a las agencias de autos estadounidenses” (Zacarías Ramírez Tamayo, “¿De verdad México es importante en la industria automotriz?”, Forbes, 15/04/2015).
En términos generales, México ofrece los salarios más bajos de toda la OCDE (1.01 dólares por hora), y su mano de obra es una de las más baratas del mundo, incluso más que la de China. Esto, por supuesto, ha contribuido al aumento de la pobreza en el país. “A medida que la población de México aumenta, la pobreza se incrementa. Se estima que hay 14.3 millones más de mexicanos que viven en la pobreza que cuando se firmó el TLCAN” (Sin Embargo, 10/06/2016, “México es uno de los países con la mano de obra más barata en todo el mundo… y sin sindicatos”).

Obviamente, la catástrofe económica no se queda sólo en el recuento de las cifras. Las consecuencias sociales y humanas son terribles. A continuación resumimos brevemente las más visibles y brutales.

2. Desempleo, narcotráfico y migración

Tomando en cuenta lo barato que es la mano de obra en México y el aumento constante de la inversión extranjera (que es la que realmente promueve el crecimiento económico del país), uno podría suponer que la tasa de desempleo es relativamente baja. De hecho, así lo reporta año tras año el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Por ejemplo, en el segundo trimestre de 2016, el INEGI reportó que la Tasa de Desocupación (TD) promedió 3.92% de la población económicamente activa (PEA), un comportamiento favorable con respecto a la TD del mismo trimestre en el año anterior, que ascendió a 4.39% de la PEA (Alejandro Gómez Tamez, “La realidad del empleo y desempleo en México”, El Financiero, 08/08/2016).

No obstante, vistas las cosas más de cerca, resulta que la mayoría de la gente empleada trabaja en el sector informal de la economía, lo que significa que ni el sector productivo ni el de servicios es capaz de absorber la mano de obra disponible. De esta manera, en el segundo trimestre de 2015, la Tasa de Informalidad Laboral, según el INEGI, pasó del 57.83% al 57.22% en el segundo trimestre de 2016. “Así –escribe Alejandro Gómez Tamez–, queda claro que casi 6 de cada 10 empleos en México se encuentran en la informalidad ya sea por cuenta propia o porque las personas laboran en una empresa informal o porque su empleo no está sustentado con un contrato, lo que se traduce en que no cuenten con seguridad social”.

Sin contar a los trabajadores informales, el desempleo real en México asciende al 60%. ¿Cómo es esto posible? En gran medida, porque la inversión extranjera (la fuente principal del triste crecimiento de la economía mexicana) se dirige al sector especulativo y es capital “golondrino” que poco o nada contribuye al mejoramiento de la situación económica de la población. Para el primer trimestre del año 2012, por ejemplo, “de cada 100 dólares que ingresaron por dicho concepto (inversión foránea total), 78 se canalizaron a la Bolsa Mexicana de Valores o al mercado de deuda, esto es, a rubros poco productivos y benéficos para la población. Lo anterior significa que sólo 22% fue Inversión Extranjera Directa (IED), aquella que genera crecimiento, crea empleo, estimula el ahorro y promueve la competitividad, por mencionar algunas bondades” (Fernando Franco, “Capital golondrino, la mayor parte de la inversión extranjera en México”, El Economista, 28/05/2012). Por supuesto, la tasa de inversión extranjera dedicada al ámbito de la especulación (inversión de cartera) es variable, pero, por ejemplo, para el tercer trimestre de 2016 representó el 68% de la inversión foránea total (según datos de Banxico).

Por todas estas razones (incluyendo las mencionadas en la sección anterior) el desempleo real en México, esto es, el que se deriva de la falta de oportunidades en el mercado laboral formal, es gigantesco. ¿A dónde se va toda esta mano de obra desocupada?

En primer lugar, como ya se mencionó, al mercado informal. Éste es el “gran colchón” de la economía mexicana. Sin él, la crisis económica sería mayúscula y la inestabilidad política y social estallaría en cualquier momento. Los otros dos rubros que absorben todo este gigantesco “ejército obrero de reserva” (como lo llamaría Marx) son el narcotráfico y la migración.

Puesto que no se poseen cifras oficiales sobre la dimensión real del narcotráfico en nuestro país, sólo se pueden mencionar algunas generalidades que den cuenta del fenómeno y la importancia de esta actividad ilegal. En primera instancia, cabe señalar que México fue colocado en 2014 en la lista de las 22 principales naciones productoras de drogas en el mundo. Actualmente, y, en gran medida, gracias a la supuesta “guerra contra las drogas”, México no sólo es uno de los principales productores de marihuana del planeta, sino líder en la producción de heroína y metanfetaminas. “Según un informe de la DEA, la agencia antidrogas estadounidense, existen cuatro áreas principales para la producción de heroína en el mundo. La más prolífica es México. Sólo entre 2013 y 2014, la superficie de plantaciones de amapolas –la materia prima de esta poderosa droga– se incrementó un 62 por ciento, sobre todo en el estado de Guerrero y en el Triángulo de Oro, conformado por Sinaloa, Chihuahua y Durango” (Laureano Pérez Izquierdo, “México, el nuevo gran productor de heroína del mundo”, Infobae, 14/06/2016).

Por otra parte, del sexenio de Miguel de la Madrid al de Enrique Peña Nieto las organizaciones criminales dedicadas a la producción y trasiego de drogas pasaron de ser solamente 2 (la de Guadalajara y el Golfo) a 9 (Caballeros Templarios, Familia Michoacana, Zetas, Golfo, Tijuana, Juárez, Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y el Beltrán Leyva), distribuidas a lo largo de todo el territorio nacional (Tania L. Montalvo, Narcodata, Animal Político, 23/10/2015). ¿Cuántos trabajadores no absorberán estas empresas criminales?

Finalmente, México es el segundo país con mayor número de migrantes en el mundo (12.3 millones), sólo por detrás de la India (16 millones), según cifras de la ONU presentadas en su informe “Tendencias sobre la migración internacional, revisión 2015”. Por supuesto, el principal destino de la migración mexicana es EUA, quien no sólo se beneficia directamente de la mano de obra barata en nuestro país, sino también de la que cruza la frontera. Por lo demás, el hecho de que la mano de obra migrante sea ilegal y esté sometida al odio racista y a la persecución constante de los agentes policíacos, sólo contribuye a disminuir aún más su precio (que, no obstante, es mayor al que se le paga en su propio país).

Con todo lo dicho, queda claro que el TLC, punta de lanza de la política económica neoliberal, no ha sido, bajo ninguna circunstancia, un acuerdo comercial que haya beneficiado a la economía mexicana. Por el contrario, la ha destruido de cabo a rabo, y sólo ha beneficiado a poquísimas empresas de carácter trasnacional, concentradas mayoritariamente en manos extranjeras y en algunas cuantas mexicanas. Modificar o eliminar ese tratado no significaría, a mediano y largo plazo, ninguna catástrofe nacional. Al contrario, podría ser la oportunidad de reconstruir nuestra economía dándole privilegio a las necesidades reales de la población y no de los grandes capitales (productivos y especulativos). Aceptar, sin embargo, una modificación del tratado bajo los supuestos de Trump, como lo está aceptando el gobierno antinacional de Peña Nieto, puede incrementar exponencialmente el daño del TLC a la economía de México. Esto es algo que se debe impedir a toda costa.

(*) Carlos Herrera de la Fuente (México, D. F., 1978) es un filósofo, poeta y ensayista. Licenciado en economía por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad de Heidelberg, Alemania.

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