Ecuador: no, no es lo mismo Lenin Moreno que Guillermo Lasso – Por Eloy Osvaldo Proaño

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Contexto Nodal
El 2 de abril se realizará el balotaje presidencial en Ecuador entre Lenín Moreno, del oficialista Alianza PAIS, y Guillermo Lasso, de la alianza CREO-SUMA. En la primera vuelta Moreno obtuvo el 39,36% (3.716.343 de votos) mientras que Lasso alcanzó el 28,09% (2.652.403 de votos)
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Ecuador, con su actual proceso electoral, es el nuevo campo de batalla de una guerra mediática que se viene librando desde hace más de 15 años en nuestra región para (re) imponer gobiernos y políticas económicas neoliberales.

Con gran coordinación y afinidades editoriales, agencias de noticias, diarios, canales de televisión, radioemisoras y sitios web de estos conglomerados mediáticos latinoamericanos y europeos, desplegaron un estrategia de tergiversación y de invisibilización del triunfo electoral del candidato de Alianza País, Lenin Moreno, con una diferencia de 11 puntos porcentuales (más de un millón cien mil votos) sobre el banquero Guillermo Lasso, quien según esos medios cartelizados pronostican la victoria de Lasso en la segunda vuelta.

Por eso es tan importante la creciente concentración de los medios como su cartelización: los principales grupos económicos dueños de los medios hegemónicos repiten el mismo discurso, las mismas imágenes, para imponer un imaginario colectivo virtual, que poco tiene que ver con la realidad real. Lasso, antes de la mitad del escrutinio se apresuró en sentenciar que habría segunda vuelta y que él la ganaría, y que cualquier otro escenario sería producto del fraude.

Lo que sorprende es que ese imaginario impuesto es absorbido por dirigentes de sectores de seudoizquierda y de movimientos sociales. Es sorprendente que Alberto Acosta, quien fuera presidente de la Asamblea Constituyente haya escrito que “en definitiva, el aroma de fraude es inocultable, independientemente del resultado final. Y afectará a cualquiera que sea el ganador: si gana el correísmo en primera vuelta, terminará débil y deslegitimado, y si gana en segunda vuelta, la manipulación electoral le hará sombra y pesará en su contra”.

La consternación de estos días en filas correístas se debe a que el eje de la campaña electoral fue centrada en conseguir más del 40% de los votos y porque una gran parte de sus adherentes ha sido permeable al discurso de la derecha de que en una segunda vuelta el triunfo de Lasso es inevitable. Los sectores opositores construyeron un “sentido común” de que Alianza País indefectiblemente perderá en la segunda vuelta, con el argumento de que 60% de la población votó “contra” la continuidad del proyecto de Rafael Correa, sin querer ver que también que 70% votó “contra” el banquero Guillermo Lasso, señala el analista Pedro Brieger.

Lo que es detectable es la semejanza entre el discurso de Guillermo Lasso y el de oposición en Venezuela, que insisten hace años que el chavismo está acabado y que el 80% de la población está en su contra; aun cuando el chavismo ha ganado todas las elecciones presidenciales desde 1998. Pero, ayudado por la cartelización y concentración de los medios, construyó un sentido común de que la gran mayoría de la población está en contra del chavismo y la única manera que tiene de triunfar es a través del “fraude”. En esta lógica no importan los votos ya que se ha sentenciado que si se pierde es porque hay fraude.

Lo cierto es que en nuestros países siguen incólumes las oligarquías decimonónicas, racistas y excluyentes; los banqueros, financistas, cámaras patronales y empresas transnacionales que aguardan la oportunidad de dar el zarpazo a los recursos naturales y bienes públicos de la región. Y, junto a ellos, una infaltable constelación de figuras de intelectuales y opinólogos que se amontonan tras los grandes medios de comunicación y sus modernos sistemas tecnológicos de difusión cibernética, televisiva, radial e impresa, para impedir cualquier cambio que amenace el orden impuesto por el neoliberalismo.

En su libro La internacional del terror mediático , el periodista uruguayo Aram Aharonian explica que estas maniobras son características de la llamada guerra de cuarta generación (4GW), organizadas “a partir de la colonización mental para dominar una sociedad”, con soldados que “ya no son expertos militares, sino expertos comunicacionales en insurgencia y contrainsurgencia, que sustituyen las operaciones militares por las operaciones psicológicas”, y donde las balas ceden su lugar a las consignas mediáticas bombardeadas durante las 24 horas del día por un ejército encubierto.

Una izquierda confundida

“Si hay segunda vuelta y gana Lasso, su victoria no sería con un verdadero apoyo popular, sino el resultado de un voto útil contrario al correísmo. Semejante incertidumbre augura un futuro aún más conflictivo y el inicio de una grave crisis política e institucional. Situación que llega a su punto más alto en la confrontación entre la derecha del siglo XX -representada en este momento en Lasso- y la del siglo XXI -representada en estas elecciones en el correísmo sin Correa”. El coautor del escrito (Juego de Tronos) es el economista y ex candidato presidencial Alberto Correa.

Para estos “intelectuales progres”, aupados generalmente por ONGs europeas, la hipótesis general que lo que estaría en juego en esta encrucijada no sería otra cosa que solo una disputa de dos vertientes de la derecha ya que «todas terminarían haciendo lo mismo para mantenerse en el poder» y que por ende, el resultado de la segunda ronda sería indiferente para los sectores populares y las corrientes de izquierda, anticipando la conveniencia de la prescindencia en la disputa que se viene.

Se hacen eco de lo mismo que quiere imponer la derecha nacional e internacional, que una derrota del correísmo es demostración que se ha cerrado el período del «populismo latinoamericano», que en realidad no hay ninguna disputa política y social en juego, sino una riña personal y egoísta de «dos grupos de poder que se disputan la batuta para llevar al páis hacia un nuevo neoliberalismo».

Tal perspectiva tan tranquilizadora para los grupos de poder habría sido ya avalada por el apoyo de más del 90% de electorado confundido que habría votado alegremente a engañosos candidatos de derecha, discurso que ha sido y es preámbulo para «tecnócratas» o, peor aún «salvadores de mano dura » se adueñen del poder. Las sospechas, de fraude que lanzan al inicio de la larga nota –desmentidas por la realidad-real- seguramente reaparecerán si la próxima elección fuera ajustada.

Pero hay mucho más en juego en esa elección. Ecuador fue parte positiva de una ola antineoliberal histórica progresista y esperanzadora de América de Latina de los primeros años de este siglo, que llevó a contar con gobiernos que repriorizaron el rol del Estado y la agenda social, una dinámica avalada inicialmente con mayores recursos que parecía haber llegado para sepultar definitivamente la siempre condena recurrente de los «stop and go» de los países periféricos, al punto que hasta se llegó a suponer que podríamos estar desconectados de la crisis internacional 2007/2008.

Pero hoy la situación económica y política de la región se ha deteriorando rápidamente Los gobiernos de la región, incluido sin duda el de Correa, referentes de una perspectiva antineoliberal ante la encerrona del cambio negativo y recesivo económico y financiero, los cuales ante la suma de su falta de respuestas y los intereses en juego, comenzaron a tomar el camino de los ajustes regresivos tradicionales como único camino posible.

En algunos casos, como en Brasil, desconcertando y desmoralizando el apoyo y las expectativas populares y permitiendo que la derecha pudiera presentarse como renovada, sensible y ganar apoyo social y político con su demagogia.

Hay muchos que hablan de un estilo autoritario, pedante, narcisista y hasta paranoico de Rafael Correa , presentado como modernizador y visionario, pero incapaz y desconcertado para afrontar el nuevo escenario. Lo acusan de convertirse en un “caudillo del siglo XXI» en cuanto volvió al neoliberalismo al haber podido llevar adelante «logros» que no pudieron concretar gobiernos neoliberales anteriores (como los de la megaminería). Y hablan de la década desperdiciada.

Es saludable que existan justificadas críticas al correísmo desde la izquierda y el progresismo, pero ¿ello debe llevar a interpretar que sería lo mismo votar a cualquier o directamente no votar de haber segunda vuelta,? Sin duda un gobierno de Lasso tendría la «ventaja» para llevar adelante un ajuste regresivo –con un cuadro mucho más duro de retroceso político y represión social- en nombre de la «herencia recibida» (argumento central de los nuevos gobiernos en Argentina y Brasil).

La derecha en Ecuador prefiere cambiar y mide que el correísmo es ahora más una carga que un activo para realizar ajustes y reestructuraciones que le exigen desde el Norte. En tal sentido, es ejemplo la inmediata definición de Cynthia Viteri llamando a votar por Lasso-Páez en la segunda vuelta, en tanto, significativamente, Paco Moncayo declaraba que «no apoyaré a nadie», aun cuando es consciente de que podría tener ahora paradójicamente un rol clave en la definición de la próxima elección, manteniendo sus principios con una posición independiente y no subordinada.

Los sectores de izquierda y progresistas que sostienen una posición crítica al correísmo podrían mantener sus principios con una posición independiente y no subordinada. No debería ella vincularse con la muletilla de «votar al mal menor», sino haciendo un llamado abierto a Lenin Moreno a asumir compromisos públicos básicos y elementales diferenciadores de la derecha como prioridad de su gobierno, como ser: que no se reducirán gastos sociales, se transparentarán e investigarán todos los contratos de obras públicas, no se introducirán ajustes impositivos regresivos.

Las propuestas de la izquierda no debieran ser caricaturizadas como nostálgicas, impracticables o apenas declamativas, sino como realistas, prácticas, realizables para afrontar los desafíos actuales. En el plano económico mayor de ellos, estratégico en un mundo en pleno cambio, es el de proponer un modelo de acumulación-desarrollo alternativo de cambio de matriz productiva e inclusión social viable-sustentable.

Organizaciones sociales y la derecha

Algunas organizaciones sociales se hicieron eco también de este imaginario. Y lo que no se comprende desde el exterior es cómo las organizaciones indígenas puedan preferir volver al ignominioso pasado, cuando los pueblos originarios no eran considerados siquiera ciudaanos antes de la Revolución Ciudadana.

“…Es preferible un banquero que una dictadura”, sentenció el presidente de la organización indígena Ecuarunari, Carlos Pérez, dejando en claro que prefiere la dictadura del capital y su pensamiento único, antes que cualquier forma de gobierno popular. Estas organizaciones, trabajadas desde hace más de dos décadas por la socialdemocracia europea, se han alineado no solo con la derecha y la extrema derecha, sino que explican también el triunfo del banquero en zonas como la Amazonia y la Sierra centro.

Estas organizaciones olvidan el racismo, el clasismo, el sexismo del discurso hegemónico, quizá convencidos de que la Revolución Ciudadana ha dividido al país, al colocar en el escenario a grupos sociales (clases) anacrónicos con las figuras de poder tradicional. Al respecto, entre las manifestaciones de animadversión más emblemáticas figura la oposición a la presencia de afrodescendientes -ex futbolistas- en la Asamblea Nacional, de indígenas en el servicio exterior, o de tres mujeres jóvenes en la presidencia y vicepresidencias de la Asamblea Nacional, entre otros, señala la socióloga Irene León.

La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) en comunicado del 23 de febrero habla del “restablecimiento de los derechos sociales, individuales y colectivos”; llama a asambleas regionales y provinciales para “implementar la plataforma de lucha por las demandas de los pueblos y de la sociedad en general y elaborar la agenda política del movimiento indígena para exigir del próximo gobierno su implementación y cumplimiento”.

Pero lo que sorprende son los últimos puntos de su resolución: “No al continuismo de la dictadura ni a la consolidación del capitalismo” para reimir estas resoluciones al Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik para su implementación. Humberto Cholango, ex presidente del Ecuarunari y la Conaie, y candidato a Asambleísta Nacional que obtuvo más de 315.000 votos, dijo que “en lo personal y con mi posición ideológica de izquierda yo jamás votaré por un banquero pero soy respetuoso de la decisión que se tome dentro del movimiento Pachakutik”.

El futuro hay que construirlo

Para tener posibilidades de éxito en la segunda vuelta, Alianza País y sus candidatos deberán recomponer el lazo con la sociedad y sus movimientos, no en términos electoralistas, sino como oportunidad de corregir y profundizar la llamada Revolución Ciudadana. Además, deberán evitar traiciones, como las que se sucedieron en 2015 entre la primera y segunda vuelta electoral en Argentina.

Uno de los graves problemas que tiene la izquierda latinoamericana –sobre todo por la mirada bizca de sus asesores políticos y comunicacionales europeos- es “vender” futuro y esperanza. Ha quedado anclada en las conquistas sociales del chavismo, en la “década ganada” del kirchnerismo, en la inclusión de millones de brasileños sumido en la pobreza extrema durante los gobiernos del PT…

No basta con recordar el famoso feriado bancario de 1999 en Ecuador (la gran estafa de la banca nacional y trasnacional) , similar al corralito argentino de 2001, donde cientos de miles de ecuatorianos perdieron todos sus ahorros y miles debieron emigrar. Se apuesta al pasado ante un universo electoral que siempre quiere cambios para progresar y no se tiene en cuenta la sensibilidad y esperanzas de una juventud para quienes todo eso es pasado.

Se recita pero no se entiende que la guerra hoy es virtual y, entonces, la batalla mediática y cultural sigue siendo una asignatura pendiente. No basta con medios públicos para convencidos, sin público, sin calidad, sin contenidos seductores para las más amplias audiencias, más preocupados por ser reactivos a los mensajes de la prensa hegemónica, que a desarrollar una agenda propia. La guerra –también la electoral-, hoy se desarrolla en las redes sociales y para poder combatir en ella hace falta saber manejar las herramientas y los nuevos lenguajes.

Se recita pero no se comprende qué significa diversidad y pluralidad. Por ende, no puede considerarse a los movimientos sociales como seguidores de la campaña oficial ni meros comparsas para llenar mítines. Su potencial radica en su capacidad para desarrollar una campaña propia, muy pegada al territorio, barrio por barrio y casa por casa, explicando de qué se trata.

Además, hay que mantenerse firmes en la defensa de la institucionalidad de las nuevas constituciones de este siglo. La derecha no tiene pruritos democráticos: ataca parlamentos, consejos electorales, poder judicial, ejecutivo, ejércitos, fuerzas de seguridad en sus intentos desestabilizadores, con el único fin de apoderarse de los Estados y sus riquezas. La victoria en las urnas también debe ser defendida en las calles.

*Periodista ecuatoriano, investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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