«México puede prosperar sin Trump» – Artículo escrito por el expresidente Ernesto Zedillo en el que analiza los desafíos de la relación bilateral entre México y EEUU en la presidencia de Trump
El Gobierno mexicano se ha mostrado cortés con Donald Trump, tanto cuando era candidato como ahora que es ya presidente. De hecho, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, ha pagado un gran precio político por su disposición a trabajar de manera constructiva con él. Pero Peña Nieto hizo bien al poner los intereses de México y la protección de la relación con nuestro vecino, mutuamente beneficiosa, por delante de su popularidad personal.
No obstante, ha llegado el momento de reconocer que las acciones de la nueva Administración hacen imposible, al menos en un futuro inmediato, un acuerdo obtenido mediante el diálogo y la negociación y capaz de satisfacer los intereses de ambas partes.
Es una situación lamentable y desafortunada, pero es evidente que los esfuerzos para adaptarse a los caprichosos deseos de Trump no han merecido la pena y no deben continuar. No sirven de nada ni para México ni para Estados Unidos.
En retrospectiva, la probabilidad de lograr un acuerdo mutuamente ventajoso sobre los temas que planteaba el presidente Trump a México fue mínima desde el primer momento, dado que sus exigencias desafiaban toda lógica legal y económica.
Por ejemplo, su deseo de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) nace de dos ideas equivocadas: que la balanza comercial entre los dos países parte de unas ventajas para México inherentes al Tratado, y que una balanza positiva para México significa el traslado automático de puestos de trabajo de Estados Unidos al país vecino. Las dos cosas son falsas.
También es un error que el presidente Trump no tenga en cuenta hasta qué punto los sistemas de transporte actuales y la tecnología de la información han transformado el comercio internacional. Los avances realizados han permitido crear complejas cadenas de suministro que abastecen de productos y servicios, incluidos los más nuevos, a bajo precio.
Con su asombrosa capacidad tecnológica y empresarial, Estados Unidos ha sido el principal beneficiario de esta nueva organización de la producción y el comercio internacionales. Muchas empresas estadounidenses tienen la posibilidad de competir en todo el mundo con las de Europa y Asia —y, por tanto, crear más puestos de trabajo de calidad y bien remunerados en Estados Unidos— precisamente porque pueden construir eslabones de su cadena de suministro en otros países; por ejemplo México, gracias al TLCAN. Por eso, debería haber estado claro desde el principio que era imposible el objetivo del presidente Trump de equilibrar la balanza comercial con México solo modificando el Tratado. Si Trump persiste en su error y su obsesión, estará bastante claro que lo que quiere es acabar con el TLCAN, cosa que tiene la capacidad legal de hacer, desde luego.
Sería una pérdida de tiempo que el Gobierno mexicano juegue con el estadounidense a hacer modificaciones en el Tratado. Las autoridades mexicanas no deben reanudar el diálogo mientras el Gobierno de Trump no presente una lista seria y definida de cuestiones relacionadas con el TLCAN que tenga en cuenta los intereses de los dos países. Por ahora, eso parece bastante improbable, y lo más prudente es suponer que Trump va a revocar el acuerdo. Esta decisión tendrá un gran coste para las dos economías, aunque, al menos al principio, muchísimo mayor para México.
Ahora bien, aunque el Tratado se anule, eso no es motivo para que mi país se desespere. El TLCAN ha sido un instrumento excelente, pero no es sino una herramienta más para perseguir los objetivos de desarrollo y crecimiento económico. En contraste con nuestro vecino del norte, México debe reforzar su compromiso de abrirse y llevar a cabo políticas económicas sensatas. No podemos permitirnos el lujo de no hacerlo.
México puede crear condiciones nuevas que mantengan e incluso refuercen nuestra posición como un buen sitio para que las empresas de todo el mundo establezcan en él su producción, tanto destinada a nuestros mercados como a otros, incluido Estados Unidos. Debemos asegurar a las empresas multinacionales, con medidas concretas, que México va a seguir con las puertas abiertas y que nuestro Gobierno no va a tratar de intimidarlas ni decirles qué, dónde ni cómo deben producir. El Gobierno mexicano actual, que hizo unas reformas económicas increíblemente ambiciosas y fructíferas en sus primeros años, debe recuperar ese impulso reformista. La cancelación del TLCAN, por desestabilizadora y costosa que fuera a corto plazo, podría compensarse con las políticas adecuadas.
Por supuesto, es posible que, como ya ha amenazado, el presidente Trump vaya más allá del TLCAN e intente imponer más barreras al comercio con México. Mi país debe estar dispuesto a utilizar todos los instrumentos legales posibles, en particular los que ofrece la Organización Mundial de Comercio (OMC), para oponerse a cualquier actuación arbitraria e ilegal. Cabría la posibilidad de que Trump pensara que Estados Unidos se retirase del organismo que hace de árbitro central de las disputas comerciales internacionales; en ese momento, el problema de México se convertiría en un problema mundial, y toda la comunidad internacional debería abordarlo.
En cuanto al muro en la frontera, es evidente que el Gobierno mexicano no puede hacer gran cosa para que Estados Unidos aplique unas políticas de inmigración más liberales; son una cuestión interna aunque tengan consecuencias para otros países, empezando por México. Pero, desde el punto de vista económico, no cabe duda de que es mejor hacer buenas leyes que levantar muros dañinos, unas leyes que sostengan un mercado laboral eficiente en Estados Unidos y no ofrezcan incentivos para el florecimiento de un mercado negro de trabajadores no cualificados y sin papeles.
Decirle todo eso al presidente Trump no sirve de nada; el muro parece ser otra de sus obsesiones y, si el Gobierno estadounidense quiere aumentar su deuda nacional construyendo un elefante blanco en su propio territorio, eso no es problema de México. Lo que sí rechazamos, en cualquier circunstancia, es que se utilice un solo centímetro de nuestro territorio para levantar una estructura tan abominable. Todos los mexicanos apoyan al presidente Peña Nieto cuando le dice al presidente Trump que no vamos a pagar su extravagante, insultante e inútil proyecto.
Ernesto Zedillo es profesor de economía y política internacional en la Universidad de Yale y fue presidente de México entre 1994 y 2000.
El País, de España