Ya son 10 los extranjeros que pidieron refugio en Uruguay por motivos de persecución sexual

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Acosados en su país, refugiados en Uruguay

Tras amenazas de muerte y dos semanas de reclusión, un homosexual ruso solicitó el asilo en Uruguay. Ya son 10 los extranjeros que pidieron el refugio en el país por motivos de persecución sexual. Al igual que otros migrantes, la mayoría descubrió por internet su nuevo destino.

El cuchillo no llegó a cortarles, pero su sola presencia fue suficiente para tomar la decisión: había que escapar de Rusia. Alejo y su novio acababan de salir del cine. Era una noche fría de invierno. Caminaban por una calle de Moscú agarrados de los brazos para darse un poco de calor porque en las madrugadas la temperatura puede alcanzar los 10 grados bajo cero. De repente, un hombre se les paró enfrente y les empezó a gritar «¡Pidor! ¡Pidor! ¡Pidor!». Les estaba diciendo «maricones» en su idioma. Acto seguido sacó de su sobretodo el arma blanca y se abalanzó sobre Alejo para lastimarlo. Con algo de suerte y mucho de conocimientos de defensa personal, evitó el ataque. Pero ya no había nada más que pensar. Allí no se podía ni caminar tranquilo, llevaba así más de 30 años y era el momento de aprontar las valijas.

Aunque Buenos Aires fue el primer destino elegido por Alejo —ya conocía la ciudad por las veces que había viajado a hacer negocios de cosmética—, desde 2015 vive en Montevideo. Un año y cuatro meses después le fue otorgado el asilo por persecución sexual. En la última década en Uruguay hubo 10 solicitudes de refugio por este motivo, contando tres homosexuales cubanos cuyo trámite aún está en proceso de resolución de la Comisión de Refugiados.

Más allá de Alejo, que solicitó asilo formal, el Mides viene trabajando con una pareja de hombres trans también rusos que escaparon de Vladivostok por temor a represalias. En su país la homosexualidad era penada con cárcel hasta 1993. El tiempo no borró los atropellos contra esta comunidad e incluso dos décadas después se prohibió la propagada gay —una iniciativa que promovió el presidente Vladímir Putin y que aprobó una abrumadora mayoría del legislativo.

«Esta última ley, aunque en el discurso era para evitar la promoción de la homosexualidad ante menores de edad, terminó legitimando la discriminación», cuenta Alejo con un buen dominio del español que aprendió mientras cursaba peluquería en la UTU. Esa escalada de segregación fue la que terminó «expulsando» a Alejo y es la que hace que su pareja —un profesional con buen pasar económico— esté planificando también su huida a Uruguay.

Alejo, nombre que eligió en castellano, está lejos de ser un mártir del orgullo gay: casi no habla del tema y no participa de manifestaciones. A diferencia de muchos homosexuales que tienen un momento en que salen del «armario», él vivió la mayor parte de su vida sin saber que era gay porque ese era un tabú en Rusia. De eso «nadie habla».

La represión.

Alejo nació hace 36 años en los montes Urales, en una «pequeña» ciudad de 420 mil habitantes llamada Magnitogorsk, a 2.000 kilómetros de la capital rusa. Por su manera de torcer la muñeca y de fruncir los labios, cuenta, en la escuela sus compañeros siempre lo aislaron y, alguna que otra vez, le celebraron el 8 de marzo como si fuera una mujer.

Recién en la adolescencia, tras la caída de la Unión Soviética y la llegada de internet, descubrió que existían hombres a los que les gustaban los hombres. Pero nunca pudo comentárselo a nadie ni tampoco mantuvo una relación amorosa. De hecho, cuando cumplió la mayoría de edad, su madre lo quiso casar con una chica del barrio. Y entonces él tuvo que confesar su situación.

En un viaje a Suiza, invitado por un multimillonario que conoció en un chat, pudo ver por primera vez la movida gay: boliches, hombres de la mano y la clásica bandera con los colores del arcoíris. Pero debió regresar a Rusia por un trabajo, uno de los pocos empleos en que lo aceptaron a pesar de que tiene estudios en Economía y manejo de lenguas.

El gran golpe le llegó a los 24 años. La psicóloga le hizo una sola pregunta: «¿Sos gay?». Eso bastó para que Alejo fuera recluido dos semanas en una clínica de salud mental. Le explicaron que Rusia no puede permitirse que un homosexual cumpla el ejército obligatorio y lo mandaron al pabellón de las mujeres. Los médicos pasaban a su lado y no le indi-caban ningún tratamiento porque, di- ce, «ellos sabían que esto no es una enfermedad».

Por acciones como estas, Rusia es uno de los países en el mundo que siguen limitando la libertad de expresión de su población por razones sexuales (ver mapa en la página siguiente). Según la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas, hay otras 73 naciones que criminalizan la homosexualidad y la castigan con prisión, y 13 Estados aún aplican pena de muerte.

Hoy Alejo disfruta de los derechos que encontró en Uruguay. Sentado en un café de Carrasco Norte, muy cerca de la peluquería en la que trabaja, pierde la mirada en la ventana. El pasado lo atormenta y por eso prefiere centrarse en el hoy. «Cuando llegué a Argentina, al salir de Rusia, me sentía muy bien», admite. «Pero en ese momento Cristina (Fernández) estaba negociando una base militar con Rusia y, leyendo en internet, noté que Uruguay era un mejor país para mí».

Ya no le gritan «¡Pidor», pero sí unos pisteros se le rieron una vez. Ya no tiene que ocultarse, pero sí demandó a su primera jefa en una imprenta en Uruguay que no le quiso pagar y le dijo que era homofóbica. Ya no tiene miedo, pero tampoco están las condiciones dadas para que llegue su pareja de Rusia porque no le dan los ingresos y por su condición de extranjero aún no consigue garantía de alquiler.

¿Gay friendly?

«Uruguay es el único país de las Américas en que existe una total equiparación de derechos», dice Oscar Iroldi, presidente de la Cámara Uruguaya de Negocios LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales). Eso hace que a los 300 mil integrantes de esta comunidad que, se estima, viven en el país, se le sume una cifra similar de turistas gays cada año.

Un grupo cada vez más importante de extranjeros, explica Iroldi, están optando por Uruguay como segunda residencia. El matrimonio igualitario, la adopción y el cambio de sexo en el documento de identidad son algunos de los atractivos.

Si bien el cambio cultural de los ciudadanos «corre de atrás», las normativas están generando un cambio, señala el empresario. Cita como ejemplos que cada vez es menos necesario «salir del clóset» para que la familia los acepte y que más del 80% de los ciudadanos aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando era el 62% al momento de votarse la ley.

Prueba de este cambio, el Estudio Mundial de Valores revela que al 10% de los uruguayos «no le gustaría tener de vecino» a un homosexual. En 1996 la cifra era tres veces superior. En aquel entonces, para el 45% de los encuestados no se justificaba la homosexualidad y dos décadas después el número descendió al 18%. Estos resultados ubican a Uruguay en la cabeza de los países que más justifican la diversidad sexual, solo superado por Suecia, Holanda, Australia y España.

Las malas condiciones de la población trans, cuya esperanza de vida apenas supera los 35 años, es hoy la exclusión más evidente que vive el país por motivos de sexualidad. Según el censo que presentó el Mides en 2016, en Uruguay viven 853 personas trans, de las cuales el 58% dice haber sido discriminado en su familia.

Más allá de esta exclusión y de la violencia que aún persiste hacia los trans, muchos extranjeros que sienten haber nacido en un cuerpo equivocado optan por Uruguay como el lugar donde iniciar su transformación.

El gran cambio.

La última estación del famoso ferrocarril Transiberiano es Vladivostok. Allí el joven AZ (que prefirió no publicar su nombre) pasó más de 20 años viviendo como una mujer heterosexual. Tenía tierras propias, era productora de cabras, vendía quesos y había sido madre de dos hijos. Hasta que empezó a exteriorizar su verdadera identidad: primero lo habló con su pareja, luego se cortó el pelo y más tarde comenzó a imitar la gestualidad típicamente masculina.

Fue entonces que arrancaron los primeros hostigamientos, la expulsión de un centro comercial y la amenaza del instituto del niño de Rusia que quería quedarse con la tenencia de sus hijos. Buscando en internet, recuerda, encontró información sobre un pequeño país al sur de América que estaba a la vanguardia en las leyes de orientación sexual y que realizaba, en forma gratuita, tratamientos de hormonización.

Primero llegaron a Montevideo el padre biológico con los hijos. Los pequeños de 11 y 12 años se adaptaron con mayor rapidez de la imaginada, aunque por diferencias en el sistema escolar quedaron desfasados de los niños de su edad. Se instalaron en una chacra de Canelones y no tuvieron necesidad siquiera de tramitar la solicitud de refugio. Entre tanto, la pareja se pelea y AZ comienza una relación con otro trans masculino con quien viene a Uruguay un año después.

AZ no corrió la misma suerte que su exmarido. Por ser una persona trans, quedó en situación de calle y el Mides tuvo que ayudarlo a encontrar una pensión —no existen refugios para parejas trans. De hecho, al día de hoy está en busca de un trabajo digno y de revalidar sus estudios universitarios.

Eso sí, dice, en Uruguay pudo hacer realidad su sueño de verse como hombre. Es usuario de ASSE, un requisito básico para acceder al tratamiento de hormonización gratuito en el hospital Saint Bois. De a poco le ha ido creciendo la barba y le ha cambiado la voz.

«Uruguay es líder en este tipo de tratamientos», señala el médico Daniel Márquez, docente de Udelar y director del programa especial en el Saint Bois. Más de 30 médicos extranjeros vinieron a Montevideo para capacitarse en la materia, dice y explica que «no se trata tanto de la hormonización en sí sino de cómo atender a la población trans.

Es frecuente que los hombres trans —aquellos que nacieron en un cuerpo de mujer— no se realicen el Papanicolau para detectar el cáncer de cuello de útero. También es habitual que, por el hostigamiento que han vivido, sea necesario un trato diferencial y más atento a la detección de abusos. Esa experiencia ha ido posicionando al equipo uruguayo en la vanguardia, por más que recién en febrero se cumplirán tres años de existencia.

En este tiempo, 160 personas han iniciado el tratamiento de transformación en el Saint Bois, 10 de las cuales son de nacionalidad extranjera. Rusia es el país más «exótico» de los que figuran en esta lista, que también integran Brasil, Argentina, Venezuela y «algún país de Centro-américa» que Márquez no recuerda con precisión. Como en el caso de AZ, el 40% de quienes se someten a estos tratamientos son hombres que nacieron en cuerpo de mujer. Sin embargo, este grupo solo representa el 10% de la población trans.

Al llegar a Uruguay, AZ fue inmediatamente a manifestar su interés de hacerse el tratamiento y desde que fue aceptado mantiene una continuidad que le permite hacer más evidentes los cambios.

Pero quizás el gran cambio, dice, ha sido salir de Rusia. En eso coincide Alejo que otra vez pierde la mirada en la ventana y cuyos ojos se humedecen. No quiere volver a ese pasado, no quiere siquiera pensar en aquella gélida noche, en el cuchillo y el grito de «¡Pidor».

Un país líder en derechos y en tratamientos con hormonas

El 6% de las 160 personas trans que se sometieron a tratamientos de hormonización en el hospital Saint Bois es extranjero. Uruguay está sumando a su fama de «país con equiparación de derechos», una relevante popularidad como destino para iniciar una transformación física. Si bien solo acceden al procedimiento médico los usuarios de ASSE, cada vez hay más consultas desde el exterior y más de 30 médicos de otros países vinieron a aprender del tema, dice Daniel Márquez, docente de Udelar. En solo tres años que lleva funcionando el proyecto, el país quedó en la vanguardia y se complementa con Argentina, que es especialista en transexualidad infantil. Aunque a nivel normativo Uruguay «no tiene mucho más» que hacer para eliminar la desigualdad por razones sexuales, el empresario Oscar Iroldi aconseja que se apruebe el casamiento de extranjeros sin necesidad de residir en el país.

Los “jóvenes nómades” y su viaje al Uruguay del turismo gay

Uno es francés, el otro es noruego y juntos se hacen llamar los “nomadic boys” (jóvenes nómades). Esta pareja de hombres tiene su sede en Inglaterra, pero son popularmente conocidos en internet por viajar por todo el mundo. El último setiembre estuvieron en Uruguay. Por más que la Cámara de Negocios LGBT les ofreció un paquete turístico armado, ellos optaron por alquilar un auto y hacer su propio recorrido durante 10 días. Al término de la travesía, cuenta el presidente de la Cámara, Oscar Iroldi, “quedaron fascinados con el país y destacaron que jamás habían sentido tanta tolerancia en los hoteles, los bares y la gente”. Por eso Iroldi insiste en que hay que apostar al nicho LGBT, que alcanza los 300 mil visitantes al año.

El País

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