Viendo el ascenso de Donald Trump desde el sur – Por Rafael Cuevas Molina

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Por culpa de los enredos de este reyecillo bárbaro estamos en babia y seguimos en ascuas. Ya se aclararán los nublados del día conforme el nuevo mandamás gringo vaya tomándole el gusto a eso de mandar desde las orillas del ahora gélido Potomac.

Donald Trump y su pandilla llegaron a la Casa Blanca. Tanto en su facha como en su mentalidad, son lo más parecido a una banda de forajidos de las añejas películas del Oeste. Se ha lucido el señor millonario rebuscando personajes sórdidos, cuestionados y retrógrados para conformar su gabinete: un machito “señor de la guerra” por aquí; un usurero prestamista por allá; un racista rechazado para ser juez federal acullá. En fin, un verdadero ramillete.

Esa es la idea que tiene el millonario Señor Nuevo Presidente de los Estados Unidos de lo que es un grupo exitoso, confeccionado a la altura de su reality show que, en última instancia, fue el que lo llevó hasta la Casa Blanca, tatuada como estaba su imagen en el cerebelo de los gringos teleadictos.

El imparable ascenso de este remake posmoderno del señor Ui es un signo de nuestra época, la de los años del declive paulatino pero cierto del Imperio, cuando llegan al poder los Calígulas y los Nerones, los incendiarios, los depravados y los ególatras. En muy mal momento nos ha pillado este declive, cuando estamos a un tris de tornar irreversible el desmadre que hemos hecho con el planeta y los incendios guerreros se atizan alrededor de todo el orbe.

Años oscuros, no cabe duda, que serán recordados como bárbaros, si es que la humanidad alcanza a sobrevivir lo suficiente como para vernos en la lontananza de su pasado. Y en ese aquilatamiento futuro entraremos todos, los que quieren a Trump -que parecen ser los menos- y nosotros, todo el resto, los que vemos con horror como se entroniza la chabacanería y la ignorancia en el trono del mundo.

Mientras tanto aquí, en el entorno bárbaro que amenaza la estabilidad del reino del rubio de copete ridículo, los reyecillos locales sacan cuentas y envían emisarios para tratar de congraciarse. Deben escoger bien a quién envían, y cuentan los minutos que les otorga la benevolencia imperial. Pendientes como están de la mirada que sobre nosotros tenga, emisarios furtivos dieron cuenta que don Trump se había reunido con “expertos de América Latina” apenas unos días antes de pasearse por la Avenida Pennsylvania en limusina negra haciendo ostentación de su nuevo cargo.

Entre los invitados ”expertos”, fíjense ustedes apreciados lectores, estuvo Juan Lagorría, embajador del comediante presidente de Guatemala, Jimmy Morales, quien -como nos informa Silvina Romano de CELAG-, se ha dedicado a la asesoría política a través de su empresa “Interimage Latinoamérica”, y se lo conoce por haber estado involucrado en una estafa al Estado guatemalteco junto con el grupo empresarial Magdalena de la familia Leal Pivaral.

No se sabe si por la calidad de los “expertos”, la unanimidad de las apreciaciones y los diagnósticos, o por las limitaciones de las mentes convocadas, la reunión duró solo veinte minutos, bastante menos que la fiesta con “las mejores prostitutas del mundo” –según Putin- en Moscú.

Vaya usted a saber si este es buen o mal augurio porque de lo conversado no se sabe. El señor Jimmy Morales, quien era seguramente el más indicado para ser informado puesto que don Juan Lagorría es su embajador en el centro que resplandece, no pudo ponerle atención cuando lo llamó presto por teléfono. Tenía cosas más importantes en qué pensar: en primer lugar, en la metida de pata de su vástago veinteañero que, sin darse cuenta –dice él, creyendo que eso era lo normal-, quiso hacerle un favor a su suegro y tramó una estafa contra el Estado cobrando por servicios que no se prestaban y, precisamente cuando el pesado de Lagorría llamó por teléfono desde Washington, lo habían metido a la cárcel junto con su hermano.

Así que por culpa de los enredos de este reyecillo bárbaro estamos en babia y seguimos en ascuas. Ya se aclararán los nublados del día conforme el nuevo mandamás gringo vaya tomándole el gusto a eso de mandar desde las orillas del ahora gélido Potomac.

Ojalá no estuviera lejano el día en que todo esto no nos importara tanto porque nosotros estuviéramos unidos, y fuéramos fuertes en la promoción y defensa de nuestros intereses, y viéramos al gringo de igual a igual, como supimos hacerlo frente a Obama cuando vivía Chávez, y en Jamaica todos juntos reclamamos airados por el trato a Cuba, y el príncipe oscuro se vio obligado a recular hasta llegar a lo que llegó más tarde y que ya todos conocemos.

(*) Rafael Cuevas Molina. Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.

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