Trumpización – Por Jorge Elbaum (Especial para Nodal)

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Días atrás, el reconocido novelista Stephen King, twiteó desde su cuenta: “Las acusaciones contra Donald Trump pueden no ser ciertas. Pero verlo ingiriendo una dosis de su propia medicina no deja de tener una cierta dosis de justicia”. El narrador de Portaland se refería de esta manera a los trascendidos indiscretos,relativos a tertuliasprostibularias que se habrían producido en el Hotel Ritz de Moscú, videofilmadas por agentes de inteligencia británicos. El comentario instalala evidencia de una insólita “grieta” en la cultura política estadounidense cuya últimoejemplo –afirman diferentes analistas— puede encontrarse en el “Caso Watergate”, previo a la renuncia de Nixon como presidente, por los niveles de conflictividad que expresa.

Pero la conflictividad interna, que también fue expresada por los estamentos artísticos y académicos en las últimas semanas, no pueden ser interpretada como ajena a la irrupción de las derechas integracionistas que escenifican a nivel global un nuevo patrón de vinculación internacional. Las tensiones intrínsecas del modelo civilizatorio postulado como teleología autoconfirmada, vuelve a mostrar sus contradicciones originarias. Trump es la evidencia del fracaso postulado apenas veinte años atrás por el intelectual hegeliano Francis Fukuyama, quien auguraba el “Fin de la Historia”, como resultado de la caída del muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética, y que pretendía imponer el «Consenso de Washington» sobre América Latina, instalando una lápida sobre cualquier postulado emancipador y soberano.

Muchos de sus acólitos hipotetizaron la “paz perpetua” kantiana, basada en el neoliberalismo triunfante, sin entrever las deudas que occidente albergaba en relación a la democracia, los derechos sociales y la perpetuación de las asimetrías internacionales. En los últimos cuarenta años la Escuela de Chicago hegemonizó el discurso biempensante, constituyéndose en el «pensamiento único» del empresariado internacional y del establishment político (tanto conservador como de la socialdemocracia). Su discurso se conformó como salvoconducto para desvalorizar el empoderamiento de los sectores trabajadores que el Estado de Bienestar viabilizaba, incrementando los costos sociales al interior de los países hegemónicos y periféricos.

América Latina no fue ajena a ese triunfalismo de la derecha internacional: sus referentes locales impusieron en las décadas del ´80 y el ´90 estrategias de endeudamiento, privatizaciones y farandulización de la política orientados a quebrar todo tipo de resistencia popular. La supuesta victoria del “american wey of life” se transmutó en precarización creciente al tiempo que sus salarios tendieron a caer en forma tendencial, limitando sus sueños de consumismo líquido. La “maquila”, la deslocalización y la transnacionalización productiva, motorizada por el neoliberalismo y que funcionaba como una «dádiva» para economias de América Latina– tuvo entre sus efectos la pérdida de las capacidades de negociaron de los sindicatos y el “aumento de la productividad”, a costa de la caída de los salarios.

El proceso que ampulosamente se dio en llamar “globalización” escondió prioritariamente intereses corporativos basados únicamente en la internacionalización a gran escala de la lógica financiera, impulsada por las propias corporaciones trasnacionales. El proyecto “optimista” empezó a flaquear cuando las relocalizaciones generaron cambios geopolíticos, algunos de los cuales incluyeron la constitución de China como un actor prioritario de la factoría mundial. Las intenciones iniciales de disciplinar a la clase obrera de los países centrales y de expandir los “valores” occidentales generaron reacciones varias basadas en conflictos fronterizos y el crecimiento de lógicas milenaristas y fundamentalistas.

Los indicadores más evidentes de esa resistencia a las imposiciones de modelos económicos neoliberales, y su consecuente –y brutal—negación de las soberanias nacionales azuzaron por un lado los integrismos y separatismos y por el otro la emergencia de nacionalismos populares en América Latina. En el primero de los casos, Gianfranco Miglio, intelectual orgánico de la Liga del Norte italiana deslizó apotegmas separatistas en relación a los “africanos” (ciudadanos peninsulares ajenos a su cultura septentrional) y advertencias a la Europa eslava que pretende irrumpir en “su” civilización, en conjunto con los refugiados y los fundamentalistas islámicos. El Brexit aparece también como un claro indicador de este cambio de época, dispuesto a levantar muros frente a la sistemática invasión de quienes son considerados los nuevos “barbaros”. En Israel, la políticas neocoloniales de ocupación militar cercenan cualquier atisbo de paz y convivencia pacífica entre israelíes y palestinos. En Hungría y Polonia los gobiernos deslizan permanentes diatribas contra los refugiados y migrantes asociándolos despectivamente a quienesocuparon el lugar de “fantasmas” en el pasado: los gitanos y los hebreos.

En Turquía –de la misma forma que a principios del siglo XX se difundieron proclamas basadas en el etiquetamiento de las minorías—que concluyeron con el genocidio contra el pueblo armenio–, en la actualidad los señalados como enemigos de la nación son los kurdos, quienes son sistemáticamente son raleados de espacios de responsabilidad pública y acusados de terrorismo por el solo hecho de intentar perpetuar su cultura ancestral. En Holanda Geert Wilders, candidato a primer ministro del Partido de la Libertad, hace campaña promoviendo la deportación de musulmanes y exigiendo la prohibición del Corán en todo el territorio nederlandés. En Francia, Marine Le Pen, continúainclinando al electorado hacia el fascismo maquillado, bajo la mirada cabizbaja del sistema político francés que se vuelca crecientemente hacia un racismo descarado para no abandonar el espacio (ya legitimado) de la segregación social. En Siria e Irak los conflictos militares asumen las máscaras, muy redituables para las empresas de seguridad privada y para el complejo industrial-militar, de conflagraciones tribales y religiosas, habitualmente financiadas para resquebrajar los diferentes statu-quo regionales e imponer fronteras nacionales arbitrarias, acordes a las necesidades geopolíticas de las corporaciones.

En el caso de Latinoamérica, Hugo Chávez a finales del siglo X, inició una campaña de enfrentamiento al ALCA (tratado de librecambio de las Américas) que concluyó –con su sepultura– en 2005, en la Ciudad de Mar del Plata, en la IV Cumbre de las Américas, consolidando un pre-acuerdo entre Venezuela, Argentina y Bolivia, de enfrentamiento a la lógica neoliberal.

Europa y Estados Unidos se muestranhoy aterrorizados ante la llegada de los “diferentes”. Durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, los “extraños” eran los judíos, los gitanos, los gay y algún que otro colectivo vulnerable. Para mitad de siglo un tercio demogáfico de todos esos grupos habían sido exterminado. La “tribalización” actual –que muchos analistas denominan des-globalización—no es más que una oleada paranoica del occidente neoliberal, alarmado por las externalidades geopolíticas que generaron las propias invasiones militares, las imposiciones políticas y económicas y sus respectivas guerras. Todas estas acciones han sido desarrolladas para controlar las rutas comerciales y los reservorios de materias primas.

Gran parte de los arengas de campaña de Donald Trump fueron ideadas por una de las usinasultra conservadoras del supremacismo blanco, el “Breitbart News”, dirigido por Steve Bannon, quien será desde fines de enero uno de los asesores estrella del presidente electo. Sus antecedentes comunicacionales lo posicionan como un fiel representante del movimiento “alt-right”, caracterizado por su discursividad islamofóbica, misógina, judeofóbica y partidaria de la expulsión de los latinos, nombre despectivo con el qeu se refieran los WASP a los latinoamericanos. Lasfalsarias promesas del “mundo libre y abierto” (transformada en ilusión redituable por los servidores republicanos de “la razón”) han postulado diferentes formas de liberalismo, en los tres últimos siglos. Dichas concepciones, recurrentemente, tienden a darse una vuelta por los territorios del odio, para congregar fuerzas contra quienes son considerados como diferentes. Y una gran parte de esos «deformidades» somos los propios latinoamericanos catalogados –como lo ha denunciado reiteradamente Trump– como narcotraficantes, raperos criminales y potenciales terroristas. El occidente “colonialista” vuelve –cada tanto– a fabricar monstruos para afirmarse en su supuesta superioridad civilizatoria.
El problema es que suele dejar millones de despojos en ese viaje.

(*) Sociólogo, Dr. en Ciencias Económicas. Director de Investigación del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico en Argentina.

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