Será que no te perdonan ser machi, Francisca Linconao (Chile) – Por Richard Sandoval

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Francisca Linconao pesa 42 kilos, no se está alimentando y sus huesos delgados se siguen debilitando, quebrando de a poco, junto con sus ojos que se van cerrando. Francisca, la machi, está muriendo a cada minuto. En los pocos días que lleva presa luego de su cuarto ingreso a la cárcel en diez meses, ha perdido cuatro kilos, casi medio kilo por día. Su cuerpo está desapareciendo junto con el aumento de los dolores en cada rincón de su existencia: gastritis erosiva antral crónica, hipertensión arterial crónica, lumbago mecanopostural, hombro doloroso leve, osteoporosis lumbar con un alto riesgo de fractura, osteopenia en ambas caderas. Triste, crueles destrozos en un cuerpo que recién alcanza los sesenta años, adelantados ataques a una figura que lo que más lamenta no es lo físico, pues a los avatares de la carne ha enfrentado toda la vida; lo que más lamenta es haber caído en la depresión, en la ansiedad, en la inmersión en la tristeza ante la imposibilidad de ejercer lo que ha asumido como destino: Francisca es machi, es una autoridad espiritual de su pueblo, el mapuche, pero hoy no la dejan curar, no le permiten conectarse con sus divinidades, le han despojado su capacidad de reunir, de juntar, de recibir almas que se encuentren y se miren. La han metido presa otra vez por sospechosa del atentado al matrimonio Luchsinger-Mackay, mismo caso del que fue absuelta hace tres años con una indemnización millonaria del Estado por los perjuicios causados a su rol espiritual, con las mismas dos pruebas que no son pruebas, las mismas dos pistas que parecen la patética construcción de realidad de un niño ingenuo: un vínculo a partir del relato de otro procesado, quien luego se desmintió denunciando presiones de un fiscal que ya había sido acusado por un superior en la fiscalía de la Araucanía por persecución y discriminación a los mapuche; y -la segunda “prueba”- la señal de una antena telefónica que indicaría que, la noche del asesinato, Linconao estuvo en su casa con otros cuatro de los acusados. Esto último, sobre la base de unos números telefónicos que ni la empresa telefónica ha podido asegurar a quien corresponden, como tampoco han podido asegurar la exactitud de la ubicación de los aparatos desde los que se identificaron los celulares. O sea, ninguna exactitud. A todas luces, una tesis menos que débil, una tesis antojadiza, amparada en la aplicación de una Ley Antiterrorista que hoy está matando, matando a una machi, descorazonando lo más profundo que mantiene hasta hoy unida a la nación mapuche: su cosmovisión, su religiosidad, su sensibilidad, su reunión política y ceremonial. Es la tesis que está matando a la autoridad que conecta a un pueblo con la tierra y la trascendencia, la autoridad que inspira a muchos a seguir siendo mapuche. Quizás esa es la razón más profunda del Estado para la denostación pública e internacional de una machi: masacrar ya no sólo tierras, ya no sólo jóvenes y niños indefensos por la espalda, ya no sólo un idioma y su cultura, masacrar también el centro espiritual de un pueblo siempre acorralado. Masacrar la razón de ser de lo mapuche.

La primera vez que la metieron presa, a la machi la trataron como estropajo, la zamarrearon frente a su nieta, y cuando le constataron las lesiones, la desnudaron despojándola sin el mínimo respeto de su vestimenta ceremonial. Esa es la imagen más decidora de la persecución: el Estado chileno, la “sana” democracia chilena que reclama airada por la precariedad de la venezolana, violando todos sus acuerdos internacionales, tirando a la basura el acuerdo de la OIT que obliga a buscar siempre una medida cautelar diferente a la cárcel cuando se trata de un a autoridad espiritual indígena involucrada; metiéndose al bolsillo el principio de inocencia hasta que se compruebe lo contrario, y sometiendo al más profundo deterioro físico y sicológico a una mujer por ser lo que representa, por ser autoridad de lo más preciado del ser mapuche, por ser pobre y a la vez ser luchadora. Será que no se olvidan sus victorias en tribunales defendiendo espacios de bosque y frenando la tala de árboles por ubicarse cercanos a centros ceremoniales, será que no le perdonan ser la primera mapuche en ganar un litigio judicial amparándose en el convenio 169 de la OIT, que resguarda los espacios de valor patrimonial y espiritual de los pueblos originarios. Será que no le perdona su vocación política el país que tardó dos décadas en firmar ese convenio, en 2008, elemental para cualquier democracia. Será que no te perdonan ser machi, Francisca Linconao, en el país que suelta a genocidas por considerarlos pobres viejos miserables, abuelitos que inspiran pena, pero que calla cuando tres años de persecución y cuatro prisiones preventivas erosionan la vida de una mujer mapuche, vieja y sin contactos en la élite política y empresarial. Será que no te perdonan ser machi, Francisca Linconao, los que asumen tu imagen y tu historia, sin mayores pruebas, como señal inequívoca de crimen y desobediencia; los que ven en tus ojos el chivo expiatorio más fácil para resolver casos judiciales que les quedan grandes. Tus ojos, que mientras se cierran siguen sosteniendo dignidad, en el peso que les causa el recuerdo de tantas historias de purgas, de tantos triunfos frente a demonios, de tantas batallas ganadas y perdidas frente a la lluvia y la fertilidad de los campos. Tus ojos, sostenidos en el peso de estar viva en la condena, en el sospecha a priori, en el resistir, un día más, sabiendo que será que no te perdonan ser machi, Francisca Linconao.

Richard Sandoval. Director en Noesnalaferia y conductor en Radio Nuevo Mundo y Sube la Radio. Autor de libros Soy Periférico y Colo Colo ya no es de Chile. Periodista U Chile.

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