México en el laberinto de su soledad – Por Andrés Rolandelli (Especial para Nodal)
A la ofensiva norteamericana comandada por Donald Trump se le opone una dirigencia política mexicana desencajada. La suspensión vía twitter, por parte de éste de la cumbre a celebrarse el 31 de enero en Washington entre ambos mandatarios no habilitó la previsibilidad que el gobierno mexicano necesita desesperadamente. La distención provino de una llamada telefónica de una hora entre Trump y el presidente Enrique Peña Nieto, en la que según fuentes oficiales del gobierno mexicano se acordó no hablar más públicamente del muro.
La justa negativa de Enrique Peña Nieto a no aceptar el humillante pedido de que sea el gobierno mexicano el que pague el muro abroqueló a la mayoría de la dirigencia política mexicana. Sin embargo, no ha sido el presidente mexicano quien convocara a una conferencia de prensa para anunciar la estrategia oficial a seguir. Quien lo hizo fue el multimillonario Carlos Slim que -a pesar de ensayar un discurso político en alusión a la unidad mexicana- se mostró ambivalente respecto del rumbo a seguir. Si Trump es una incógnita hostil para muchos de sus compatriotas, mucho más lo será para un extranjero, a pesar de que el empresario mexicano lo conoce por ser entre otras cosas un accionista importante del New York Times. Sin embargo, en su ambivalencia se percibió, no sin resignación, la posibilidad de que a México no le quede otra opción en el futuro que la asunción de una agenda económica de impronta neokeynesiana. Que dicha enunciación provenga de uno de los hombres más ricos del mundo, actor central de las reformas neoliberales en el México de los 90, no es un dato que se deba obviar.
La estrategia de Trump para robustecer la hegemonía norteamericana requiere reducir el déficit comercial con otros países. Según datos oficiales del Departamento de Comercio estadounidense en el 2016, éste creció un 6,8 % quedando en 45.200 millones de dólares. China, la Unión Europea y México serían los causantes de dicha situación. La importación de manufacturas de origen mexicano explica gran parte del mismo. En los hechos la pérdida que percibe Estados Unidos no es necesariamente ganancia para México. Quienes si la obtienen son los capitales, en no pocos casos de origen norteamericano, radicados en la región norte del vecino país del sur. Es a ellos a quien Trump pretende disciplinar. Las diferencias en los costos de producción de bienes manufacturados, tomando como variable la mano de obra en un país y otro es abismal. La de México no sólo es infinitamente más barata, sino más productiva. Sin embargo, el giro proteccionista que la nueva administración republicana pretende, comienza a tener visos de concreción. El pretendido arancelamiento del 20% a las importaciones, sumado al apoyo que los CEOs de las automotrices General Motors, Ford y Fiat Chrysler prometieron a Trump, no son noticias alentadoras para México. Más que perdidas de dólares que siempre estuvieron en manos de los capitales, lo que preocupa de sobremanera a la dirigencia mexicana es la perdida de entre un millón y diez puestos de trabajos relacionados con el sector manufacturero si estás medidas se concretan. Si a ello se le suma la deportación de mexicanos indocumentados y migrantes de otros países que pretendían cruzar hacia EEUU, ahora varados en territorio mexicano, la localización geográfica del narcotráfico en esos mismos territorios y el gravamen que Trump pretende realizar al envío de remesas de los mexicanos residentes en Estados Unidos, el panorama no es alentador.
A ello hay que agregarle la dependencia estructural de México respecto de las importaciones de Estados Unidos. Además de tecnología de punta, hay dos rubros sensibles que son importados del gigante del norte: energía y alimentos. Productor importante de petróleo, México no llega a refinar más que un tercio de la gasolina que consume, los dos restantes provienen de su socio comercial. Lo mismo acontece con el maíz, el trigo y no pocos de los derivados lácteos que consumen la mayoría de los mexicanos.
En estas dos últimas décadas la simbiosis de México con Estados Unidos hizo que no desarrollara alternativas económicas que le otorguen un margen mayor de autonomía. En dicho marco, sin contar con recursos de poder reales con los cuales negociar y enfrentar a la principal potencia militar y económica del mundo en estado de hostilidad permanente, la dirigencia mexicana apuesta a la inviabilidad del experimento de Trump apelando a las máximas de la escuela neoliberal que enseña que todo proteccionismo es inviable en el mediano plazo y un keynesianismo inusitado del mangante Slim. En definitiva, lo que México espera es un golpe de suerte atrapado en su laberinto de la soledad.
(*) Andres Rolandelli. Politólogo de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina), desde México