Ernesto Samper, secretario general de Unasur: “Los Estados Unidos son una amenaza real”

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Por Martin Granovsky

El martes 31 el colombiano Ernesto Samper dejará la secretaría general de Unasur que recibió en 2014 de manos de Alí Rodríguez Araque, el canciller de Hugo Chávez antes de que Nicolás Maduro ocupase el puesto. En 2014 Chávez ya estaba muerto, lo mismo que Néstor Kirchner, y Juan Manuel Santos ya gobernaba Colombia. Donde la situación política cambió drásticamente fue en los países más grandes de Sudamérica, con el golpe contra Dilma Rousseff en Brasil y la derrota del Frente para la Victoria en la Argentina. Y además está Donald Trump, que no se quedó dormido en sus primeros días como jefe de la Casa Blanca.

El nuevo tablero regional encuentra a la Unión Suramericana de Naciones en un momento de gran fragilidad. Samper se va (en su agenda figura la paz en Colombia) y quedará a cargo de Unasur el aparato administrativo hasta que los 12 países miembros elijan un sucesor siguiendo la regla que corresponde en la organización, la del consenso. Así fueron secretarios primero Néstor Kirchner, luego la colombiana María Emma Mejía, más tarde Alí Rodríguez y en los últimos años Samper.

–Las actitudes de Trump –dijo Samper en diálogo telefónico con PáginaI12– van a servir para que los sectores conservadores de la región entiendan que la verdadera amenaza viene del Norte.

–Pero es obvio que la comprensión depende de cómo se ubique cada gobierno.

–Claro. También es obvio que las circunstancias son distintas de lo que era la región cuando llegué a la secretaría general de la UNASUR.

–¿Cómo describiría las condiciones de aquel momento, en 2014?

–Teníamos una región creciendo. La buena economía hacía una buena política. Había elecciones y habíamos logrado éxitos importantes en la reducción de la desigualdad.

–¿Y hoy?

–Estamos en medio de una crisis económica que no logramos resolver. Al menos en el corto plazo. Con un gran riesgo.

–¿Cuál es?

-Que la gente a la que sacamos de la pobreza regrese a ella. Sería un sacrilegio.

–¿Por qué retrocedió la región en los últimos tres años?

–Cada uno de los fenómenos tiene su propia causalidad. El modelo extractivista imperante nos hace depender de algo parecido a una lotería. Nuestros precios de exportación dependen del comportamiento casi histérico de mercados que no controlamos nosotros.

–¿Y en términos políticos?

–El decaimiento de los partidos, la corrupción y el hiperpresidencialismo hemisférico debilitaron la chance de que los problemas económicos y sociales se tramitasen de maneras institucionales. La política la protagonizan los poderes fácticos. Incluso ONGs internacionales y grandes medios participan de conspiraciones contra la gobernabilidad en democracia.

–¿El lo mismo el análisis para el caso de Brasil, con un presidente como Michel Temer surgido de un golpe, que para el caso de la Argentina, donde Mauricio Macri ganó elecciones limpias?

–A veces los votantes buscan un cambio de tendencia ideológica. Y a veces los odios son manipulados. Le hablo de mi país, donde conozco bien lo que ocurre. Como usted sabe el plebiscito después del primer acuerdo de paz terminó con el triunfo del No. Los grupos de poder y los señores de la guerra tuvieron la capacidad de manipular los odios para que quienes fueron a votar lo hicieran no tanto en contra de la paz sino en contra del gobierno, el acuerdo y las FARC.

–¿Por qué dijo que Trump podía ser una amenaza?

–No precisamente porque lo mío sea una expresión de chauvinismo antinorteamericano. Está todo a la vista. El cambio en los Estados Unidos fue radical. Antes fuimos relativamente complacientes con algunas políticas de Washington porque en parte ellos perseguían objetivos que compartíamos, como la lucha contra el narco. Pero si ahora Trump dice que se propone sacar diez millones de inmigrantes está hablando básicamente de latinoamericanos, no de húngaros. El muro no es una amenaza, es una realidad. Quedó claro que no era un chiste de campaña que México debía pagar el muro. La cancelación de la visita del presidente de México Enrique Peña Nieto a los Estados Unidos es una realidad.

–¿Cuál es su opinión de las respuestas que dio el secretario de Estado Rex Tillerson en la audiencia de confirmación delante del Senado?

–Puso en cuarentena los tratados de paz con Colombia y las relaciones con Cuba. Veremos qué sucede en el futuro. Es lógico que los gobiernos declaren que tienen buena disposición hacia el mantenimiento de relaciones normales con los Estados Unidos. Pero al mismo tiempo la región tiene que buscar aliados por fuera. Hoy los Estados Unidos son una amenaza real, no una posibilidad de amenaza.

–Pero Unasur y Mercosur, por tomar dos de las instancias de integración existentes, son cada vez más débiles.

–Y es una locura. En estos momentos en los cuales comenzamos a sentir las botas del gigante no podemos seguir en una política de sálvese quien pueda. Es el momento de potenciar escenarios de integración como Unasur, que son políticos y se hicieron para enfrentar este tipo de amenazas. A pesar de las diferencias ideológicas convivimos durante muchos años con un regionalismo económico abierto y condiciones de buena vinculación política. Es válido, por ejemplo, que los países del Pacífico busquen fortalecerse y que otros procuren establecer alianzas fuertes con la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Pero siempre tienen que haber una intención legítima de preservar al región. De ningún modo debemos reventar la integración.

–Sin contar Brasil, la Argentina y Venezuela, ¿cómo influye la decisión de Trump de interrumpir la construcción del Tratado Transpacífico, el TPP, en los países de la Alianza del Pacífico que forman Chile, Perú, Colombia y México?

–Trump decidió aplazar iniciativas como el TPP para acentuar su idea proteccionista. El TPP era una pieza que faltaba en el Pacífico latinoamericano para jugar no bilateralmente sino en términos multilaterales con Asia. Ahora entraremos en una competencia con los Estados Unidos y todo será peor. Competiremos con los Estados Unidos por precios y mercados en el Pacífico.

–Si usted, después del 31 de enero, se encontrase a solas y uno por uno con Juan Manuel Santos, Temer y Macri, ¿cómo les argumentaría la necesidad de mayor integración?

–Con Santos está claro. Todavía están de por medio la protección de los acuerdos de paz y la perspectiva de que el país avance para poner fin a 50 años de violencia en Colombia. Para esos objetivos son necesarios tanto el apoyo de los Estados Unidos como del resto del continente. En el caso de Brasil, supongo que Temer debe estar necesitando cierta legitimación, ¿no es cierto? Brasil es un actor poderoso en la región y por su propio peso debería jugar junto con México la representación de la región por su propio peso. Los Estados Unidos deberían pensar dos veces antes de hacer algo contra Brasil. En términos realistas, el país que tendría menos que menos que perder si marcara una distancia razonable con los Estados Unidos sería la Argentina.

–¿Por qué?

–Por la estructura de su comercio no tiene necesidad de concesiones especiales de los Estados Unidos. Y una buena relación con la Casa Blanca manteniendo a la vez cierta distancia no alteraría la cuestión de las Malvinas.

–¿Cuál es el escenario para Venezuela?

–Ignoro si en el mundo de Trump el tema de Venezuela se puede plantear. Hasta ahora Venezuela era el niño malo, el díscolo de la clase. Ahora parece que la clase entera podría ser considerada díscola. Barack Obama, recordémoslo, había emitido una orden ejecutiva para garantizar la chance de una injerencia profunda de los Estados Unidos en Venezuela. Si Trump la llevara a cabo le iría tan mal como le hubiera ido a Obama. Y perturbarían la negociación.

–Usted propició la negociación. El Papa fue decisivo. ¿Esas tratativas funcionan bien?

–Es paradójico: los actores políticos de Venezuela están negociando sin dialogar.

–¿Cómo es eso?

–Los espacios de confianza que abrió el diálogo, y sobre todo la erradicación de la violencia como una forma de lucha política, fueron un avance. Las dos cosas permitieron una mayor convivencia. Un grupo de ex presidentes y Unasur propusimos un acuerdo de convivencia democrática para relanzar el diálogo con la premisa de reconocerse los unos a los otros. El gobierno debe reconocer a la Asamblea. La oposición debe reconocer que Nicolás Maduro es el presidente constitucional hasta el be reconocer que Maduro es el presidente constitucional hasta el 5 de enero de 2019.

–En la entrevista anterior con Páginað12, a comienzos de octubre de 2016, después del triunfo del No en el plebiscito colombiano, usted dijo que los acuerdos entre el gobierno y las FARC tenían solidez jurídica porque estaban respaldados en el derecho internacional humanitario.

–Sí, y por ese motivo el gobierno y las FARC siguieron avanzando incluso después del No. Ahora también está en marcha la negociación con el Ejército de Liberación nacional. Es la pieza que le falta a la paz. No podemos permitir que sectores minoritarios disidentes de las FARC compartan espacios no pacíficos con el ELN. Hay que avanzar en ese proceso. No es un grupo con las mismas dimensiones de las FARC pero puede hacer mucho daño. Por suerte en el Congreso los legisladores están trabajando bien para convertir las cláusulas del acuerdo en leyes. De todos modos, faltarán muchas generaciones hasta que haya un país reconciliado.

Página 12

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