El cambio obligado – El País, Colombia

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Luego de años de holgura y de dos de incertidumbre, la economía colombiana parece tener un nuevo derrotero. Es el de los ajustes y las precauciones, del alza de los impuestos y de la cautela en el gasto para enfrentar una realidad distinta y llena de desafíos.

La etapa en la cual el país recibía billones de pesos producto del petróleo y la minería terminó en el 2014, si bien sus efectos se estiraron hasta el siguiente cuando se pagaron los tributos del año anterior. Pero continuaron tendencias como la importación masiva de bienes de consumo que debieron ser pagados con divisas más caras y escasas, mientras el Estado continuaba con un ritmo de gasto que lo llevó a aumentar su endeudamiento, a la vez que debió hacer uso del margen del déficit permitido por la regla fiscal.

Pero esas maniobras no fueron suficientes. Ante la realidad de las cifras, el Gobierno presentó una reforma tributaria a marchas forzadas, mientras trataba de cortar el gasto para impedir las funestas consecuencias de un desbalance en las cuentas nacionales que repercute sin piedad sobre la confianza en la economía y en el clima de los negocios.

Esa reforma, no fue tan estructural como pretendió presentarse. Pese a ser estudiada y recomendada por un grupo de notables, la demora terminó afectando su orientación, llevándola a repetir la costumbre de subir impuestos y tratar de arañar de alguna parte ingresos para ayudar a conjurar un déficit fiscal ya galopante. Que para el atraso hayan existido razones políticas de peso como la negociación de paz no le quita validez al argumento sobre el efecto que tuvo en su contenido.

El 2017 arranca entonces con una realidad a la cual hay que enfrentar: más impuestos como el IVA, una tímida reducción de los gravámenes a las empresas para darles competitividad y una evidente declinación del dinamismo en la economía, reflejado en un crecimiento de sólo el 1,5%del PIB en el tercer trimestre del año anterior. Sin embargo, no está clara la forma en que el Estado detendrá el tren del gasto público que según algunas estimaciones llega a entregar setenta billones de pesos de subsidios cada año.

Pueda ser entonces que la reacción en los precios del petróleo, los cuales superan ya los 50 dólares el barril, puedan reactivar la inversión en el sector y el consecuente aumento en la producción, que se ha reducido en doscientos mil barriles. Y que las autoridades hayan tomado las precauciones necesarias para cerrar la llave de la evasión que se queda con más del 40% de los recaudos del IVA, o para impedir que la corrupción siga festinándose gran parte de los recursos públicos.

Pero lo más importante es mantener la confianza y el esfuerzo conjunto del sector público y privado para preservar indicadores como el empleo y la baja inflación, claves para tener una sociedad sin sobresaltos y con optimismo. Más aún cuando los acuerdos con las Farc empiezan a demandar recursos para cubrir los compromisos que deben traer la paz al país. Es un momento crucial que pondrá a prueba la capacidad de Colombia para superar el desafío que enfrenta su economía.

El País

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