La tensión Buenos Aires-Caracas y la nueva grieta regional – Por Guillermo Carmona (Especial para NODAL)

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La tensión entre la República Bolivariana de Venezuela y la República Argentina ha llegado a su punto más alto como consecuencia de los incidentes ocurridos en el marco de la XI Reunión Extraordinaria del Consejo del Mercado Común (CMC) del MERCOSUR. La gravedad de los hechos hace esperar que la tensión derive en un conflicto diplomático sin precedentes entre los gobiernos de ambos países y que involucre a otros Estados de la región.  Un ajustado diagnóstico resultará fundamental para evitarlo, si es que las partes involucradas tienen voluntad real de hacerlo. Un necesario realismo obliga a reconocer que el panorama se presenta oscuro al respecto. La dinámica “acción-reacción” y el golpe en cuotas a la institucionalidad del MercosurDesde antes de asumir la presidencia, Mauricio Macri le apuntó al gobierno venezolano en declarada consonancia con los sectores más radicalizados de la oposición al gobierno de Nicolás Maduro. Desde su asunción hace un año, no ha cesado de criticar al gobierno venezolano, inmiscuyéndose en reiteradas ocasiones en cuestiones de política interna. Además, ha accionado en los organismos regionales, especialmente en la OEA, con una actitud que ha tendido a “echar leña al fuego” generado por las denuncias de Estados Unidos y la oposición venezolana. Desde el Congreso Nacional de la Argentina, legisladores de la oposición hemos instado en reiteradas ocasiones a que Macri y su gobierno se sumen a las iniciativas de Unasur y el Vaticano para que el diálogo sea el camino de construcción de una solución negociada al conflicto interno. El oficialismo ha bloqueado las iniciativas de la oposición en el Congreso, sosteniendo un cerrado rechazo a nuestras propuestas. El carácter confrontativo de Macri y de su alianza Cambiemos parece no tener fisuras si de Venezuela se trata.El gobierno venezolano ha respondido a las agresiones denunciando el accionar de Macri en favor de los que quieren desestabilizar a Venezuela y excluirla de los espacios de integración regional. Salvo en las respuestas a la ofensiva argentina no se registran ataques verbales ni diplomáticos del gobierno de Nicolás Maduro a Macri y a su gobierno. Las duras réplicas venezolanas tienen como escenario a la dura confrontación entre el oficialismo y la oposición, lo que provoca que su repercusión se amplifique en un incremento de la conflictividad entre ambos países. En este contexto, resulta evidente que una relación diplomática marcada por una dinámica de acción-reacción derivará en un incremento exponencial del conflicto.  Es importante recordar que la escalada de tensión provocada por Macri tuvo un solo momento de distensión. Fue cuando se definían las chances de la canciller argentina Susana Malcorra de reemplazar a Ban Ki moon en la Secretaría General de Naciones Unidas. Por entonces se debatía en la OEA la aplicación de la Carta Democrática a Venezuela. Malcorra sorprendió con expresiones componedoras: “Nosotros estamos convencidos que Venezuela necesita resolver sus problemas a través de un camino de diálogo. ¿Cómo se puede hacer eso? Discutiendo la cuestión fuera de Venezuela, en alguna organización, no lo vemos. Creemos que si hay alguna rendija del diálogo, cualquiera sea el mecanismo, tenemos que apoyarlo, porque esa es una forma de que los venezolanos encuentren una salida a una situación muy seria. Solo desde adentro y con la participación intensa de todas las organizaciones de un país se puede salir de ese nivel de crisis”. En la Cámara de Diputados de la Argentina, los referentes del oficialismo no salían de su asombro ante un viraje tan abrupto de la Canciller, que los dejaba con paso cambiado con su gobierno respecto de lo que venían sosteniendo. Pronto las cosas volvieron a al cauce original planteado por el macrismo. Los motivos del giro eran tan explícitos que no solo la oposición venezolana reaccionó ante lo que consideró una traición de sus aliados argentinos: la mismísima prensa oficialista argentina atribuyó el giro abrupto en la posición del gobierno a las aspiraciones de Malcorra de contar con el voto de Venezuela en tanto miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y sumar, detrás de ella, a otros apoyos de la región que se mostraban reticentes. Tras el naufragio de la candidatura de Malcorra el presidente Macri incrementó la hostilidad contra el gobierno venezolano. Para ello contó con el aporte del gobierno paraguayo, portador de un tradicional y cerrado rechazo de la derecha de ese país a la participación de Venezuela en Mercosur, y, sobre todo, del gobierno surgido del golpe parlamentario en Brasil y su entusiasta y explícita posición antimercosuriana. Tras la asunción de Temer, el “club de amigos de la derecha regional” activó los mecanismos para inicialmente arrinconar y luego excluir a Venezuela del Mercosur. La impugnación y rechazo del traspaso de la Presidencia Pro Tempore de Uruguay a Venezuela fue el primer paso dado por el trío Macri-Temer-Cartes. Con la suspensión de los derechos de Venezuela decidida por los Cancilleres el 2 de diciembre, el golpe en cuotas a la institucionalidad regional ya estaba consumado. Un golpe de Estado a la brasileña, en cuotas, ahora ejecutado en el Mercosur, concretado contra el Estado parte al que corresponde el ejercicio de la Presidente Pro Tempore: la República Bolivariana de Venezuela. La grietaEl presidente argentino Mauricio Macri se ha lanzado a la profundización de una operación de alcance regional que implica el quiebre del proceso de integración y la desestabilización de la situación política en Venezuela. Como ya hemos esbozado, no resulta novedosa la participación de Macri y su alianza Cambiemos en tales maniobras que registran antecedentes desde sus tiempos de oposición. Ahora, desde el poder, Macri activa los mecanismos institucionales para generar una grieta que margine a Venezuela del Mercosur y aísle a aquellos gobiernos progresistas que no se alineen con esa estrategia. Es de esperar que la operación contra en Venezuela en Mercosur se proyecte al espacio suramericano rápidamente. El efecto de esta política ya se visualiza sobre Uruguay y Chile. El progresismo de sus mandatarios no parece por ahora suficientemente potente para resistir el embate de Argentina y Brasil. Tal vez eso tenga que ver con la flojedad de algunas de sus convicciones integracionistas. A fin de cuentas, tanto Bachelet como Tabaré Vázquez aparecen alentando esquemas de libre comercio similares a los que quieren Argentina y Brasil para toda la región. Chile ha sido un activo participante en la suscripción del TPP (Tratado del Trans Pacífico) y Uruguay avanzó en la negociación con China de un tratado de libre comercio. La cuestión de la grieta tiene interesantes antecedentes en la Argentina. En la contienda electoral del 2015 en la que quedó consagrado como presidente Mauricio Macri, la alianza Cambiemos denunció que el kirchnerismo había generado una profunda grieta en la sociedad argentina. Para instalar esa idea contó con el enorme aparato comunicacional de los principales complejos mediáticos argentinos y de los países de la región, los que aseguraron el repique de ese argumento comunicacional hasta el cansancio. La operación mediática incluía la disimulación de las frecuentes y feroces maniobras desestabilizadoras de la derecha argentina contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El caso Nisman fue la más sofisticada de las operaciones desestabilizadoras, aunque desde el conflicto entre el gobierno y el «campo» en el 2008 se habían hecho habituales sobre todo mediante la presión económica sobre el gobierno. La estrategia opositora era precisa y eficiente: denunciar al adversario político por impulsar la grieta que la propia oposición alentaba. Mauricio Macri comprometió en su campaña electoral que frente a la grieta supuestamente generada por el gobierno populista él iba a “unir a los argentinos”. Esa, como otras tantas promesas, no ha sido más que un argumento de campaña. La profundización de la grieta ha estado presente en sus principales acciones de gobierno nacional y en la de sus gobernadores aliados: despidos ilegales y arbitrarios en la administración pública, estigmatización de la militancia política, criminalización de la protesta social, detenciones arbitrarias de militantes sociales y políticos a partir de motivaciones claramente políticas, favorecimiento de los sectores más concentrados de la economía nacional en desmedro de los sectores populares y medio. El discurso de la “revolución de la alegría” sostenido por el macrismo durante la campaña y los primeros meses de gobierno hoy se torna cada vez más en un discurso estigmatizador, discriminatorio, confrontativo y con sesgos de un creciente autoritarismo antidemocrático. La  profundización de la grieta constituye el núcleo central del modelo de Macri para la Argentina. Y hoy parece estar decidido a proyectar ese modelo en la región. Macri y sus socios regionales aparecen involucrados en la instauración de un modelo político de bipolaridad en América Latina del que no hay registros desde los tiempos del Plan Cóndor. Al bipolarismo de la grieta podría seguir la construcción de los muros. Una eventual ruptura de las relaciones diplomáticas entre Argentina y Venezuela no improbable en el actual escenario podría serlo. Todo lo descripto equivale a la destrucción del proceso de integración tal cual la conocimos: aunque con predominio de los gobiernos progresistas de izquierda y centroizquierda una integración respetuosa del pluralismo político expresados en gobiernos de distintos signos como reflejo de la consolidación de la democracia en los países de nuestra región. Cada vez resulta más claro a que poderes globales resulta funcional este nuevo panorama. No creo que el “club de amigo de la derecha regional” quiera modificar el cuadro de situación que ellos mismos están generando. Es de esperar que lo agrave aún más. No hay dudas que el otro camino es el del diálogo y la resolución negociada y consensuada de la controversia. No hay que ser un genio para saber que de este laberinto se sale por arriba.

(*) Diputado y vicepresidente de la comisión de RREE de la Argentina.

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