Fidel Castro en el recuerdo: entrevista realizada por Ignacio Ramonet al líder de la revolución cubana
Por Ignacio Ramonet
El director de ‘Le Monde Diplomatique’ publica en un libro sus cien horas largas de conversación con el presidente de Cuba.
Fidel Castro, que tantos discursos pronuncia, ha concedido pocas entrevistas, y sólo se han publicado cuatro conversaciones largas con él a lo largo de 50 años. La quinta, mantenida con el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, se ha convertido en el libro Fidel Castro, biografía a dos voces, resumen de la vida y el pensamiento del jefe de Estado de Cuba en cien horas de conversación. La primera se inició a finales de enero de 2003, y la última, en diciembre de 2005. En estas páginas se publica un extracto de la entrevista acerca de la sucesión de Castro, de 79 años. Como dice el comandante, seguirá ahí “mientras lo decida la Asamblea Nacional en nombre del pueblo cubano”. El libro, de próxima aparición, se edita en Debate.
“Al principio, con todos esos planes de atentado, yo tenía un papel decisivo, que no tengo hoy” “Dice la CIA que descubrió que yo tenía Parkinson. No importa si me da Parkinson. Juan Pablo II tenía” “Ahora comprendo que mi destino no era venir al mundo para descansar al final de mi vida” “Los yanquis no pueden destruir la revolución. (…) Nosotros sí, si no corregimos nuestros errores” Fidel Castro no ha escrito sus memorias, pero las cien horas que el periodista ha conversado con él son una suerte de “biografía a dos voces”.
Pregunta. ¿Cómo se encuentra de salud?
Respuesta. Bueno, me encuentro bien. Por lo general, sí me siento bien, sobre todo me siento con energía, me siento con entusiasmo por las cosas. Me siento muy bien física y mentalmente. En esto seguramente ha contribuido el hábito del ejercicio; yo creo que el ejercicio físico no sólo ayuda a los músculos, ayuda también a la mente. (…)
P. El 23 de junio de 2001 sufrió usted un desmayo durante un discurso público, y el 20 de octubre de 2004 tuvo usted una caída, también en público, que le causó la fractura de una rodilla. ¿Cómo se ha repuesto usted de esos dos percances físicos?
R. Mire, como siempre, se ha especulado mucho con eso. Es cierto que, aquel 23 de junio de 2001, en un barrio de La Habana, en El Cotorro, bajo un calor intenso y durante un discurso que duró más de tres horas, transmitido en directo por televisión, conocí una ligera pérdida de conciencia. Algo muy venial. Fue un desvanecimiento ligero de apenas unos minutos, debido al calor y al sol excesivos. Unas horas después, los que allá, en Miami, ya lo estaban celebrando, se llevaron la sorpresa de verme reaparecer en un programa televisivo donde pude darle al pueblo, directamente, la versión auténtica de lo sucedido. (…)
P. ¿Y su caída en Santa Clara?
R. Sobre lo del 20 de octubre de 2004 ya he tenido ocasión de contarlo en una carta enviada el día siguiente al pueblo. Al finalizar un discurso en Santa Clara, fui afectado por una caída accidental. Algunas agencias y otros medios divulgaron varias versiones sobre las causas del accidente. Como protagonista, le puedo explicar con toda precisión lo ocurrido.
Yo había concluido mi discurso alrededor de las diez de la noche. Varios compañeros subieron a la tribuna para saludarme. Estuvimos allí varios minutos y bajamos a reunirnos de nuevo por una misma pequeña escalerita de madera que usamos para acceder a la tribuna. Yo iba a sentarme en la misma silla que me habían asignado antes de que llegara mi turno en la tribuna, y caminaba sobre el pavimento de granito a la vez que, de vez en cuando, saludaba a los invitados al acto.
Cuando llegué al área de concreto, a unos quince o veinte metros de la primera hilera de sillas, no me percaté de que había una acera relativamente alta entre el pavimento y la multitud. Mi pie izquierdo pisó en el vacío, por la diferencia de altura. El impulso y la ley de gravedad, descubierta hace tiempo por Newton, hicieron que, al dar el paso en falso, me precipitara hacia adelante hasta caer, en fracción de segundos, sobre el pavimento. Por puro instinto, mis brazos se adelantaron para amortiguar el golpe; de lo contrario, mi rostro y mi cabeza habrían chocado contra el piso. (…)
Alrededor de las once de la noche, tendido sobre una camilla, me trasladaron en ambulancia hacia la capital. Algunos analgésicos, en cierto modo, aliviaron mis dolores. (…)
La operación duró tres horas quince minutos. Los ortopédicos se dedicaron a reunir y ubicar cada uno de los fragmentos en los sitios que les correspondían a cada uno de ellos y, como tejedores, proceder a unirlos, cosiéndolos con fino hilo de acero inoxidable. Un trabajo de orfebrería.
Solicité a los médicos que no me aplicaran ningún sedante, y utilizaron anestesia por vía raquídea, que adormece la parte inferior del cuerpo y mantiene intacto el resto del organismo. Dadas las circunstancias, era necesario evitar la anestesia general para estar en condiciones de atender asuntos importantes. (…)
P. Yo quisiera, a este respecto, abordar el tema del porvenir. ¿Ha pensado usted en algún momento en retirarse?
R. Mire, sabemos que el tiempo pasa y que las energías humanas se agotan. Pero le voy a decir lo que les dije a los compañeros de la Asamblea Nacional el 6 de marzo de 2003, cuando me reeligieron presidente del Consejo de Estado. Les dije: “Ahora comprendo que mi destino no era venir al mundo para descansar al final de mi vida”. Y les prometí estar con ellos, si así lo deseaban, todo el tiempo que fuera necesario mientras tuviera conciencia de poder ser útil. Ni un minuto menos, ni un segundo más. (…)
P. La CIA ha anunciado, en noviembre de 2005, que usted padece la enfermedad de Parkinson. ¿Qué comentario le inspira esa “información”?
R. Ellos están esperando un fenómeno natural y absolutamente lógico, que es el fallecimiento de alguien. En este caso, me han hecho el considerable honor de pensar en mí. Será una confesión de lo que no han podido hacer durante mucho tiempo: asesinarme. Si yo fuera un vanidoso, podría estar incluso orgulloso de que esos tipejos digan que tienen que esperar a que yo muera. Todos los días inventan algo, que si Castro tiene esto, que si tiene lo otro, si tal o más cual enfermedad. Lo último que inventaron es que tengo Parkinson. Dice la CIA que descubrió que yo tenía Parkinson. Bueno, no importa si me da Parkinson. El papa Juan Pablo II tenía Parkinson y estuvo un montón de años recorriendo el mundo. (…)
P. Usted va casi siempre armado, y como consecuencia de esa caída perdería, me imagino, el uso de su brazo derecho y la posibilidad de usar su arma. ¿Le preocupó eso?
R. (…) Dispongo de una Browning de 15 tiros. He disparado mucho en mi vida. Siempre he tenido buena puntería, fue una suerte, y la he conservado. En cualquier circunstancia, no temo al enemigo. Lo primero que quise ver fue si mi brazo tenía fuerza para manejar esa arma que yo siempre usé. Ésa está al lado de uno. Moví el peine, la cargué, le puse el seguro, se lo quité, le saqué el peine, le saqué la bala, y dije: “Tranquilo”. Eso fue al día siguiente. Me sentía con fuerza para disparar.
P. Usted, en varios de sus discursos y de sus entrevistas, ha evocado la cuestión de su eventual sucesión, de lo que ocurrirá en Cuba el día que usted no dirija este país. ¿Cómo ve usted el porvenir de Cuba sin Fidel Castro?
R. Bien, voy a tratar de ser breve sobre eso. Ya le conté los planes de eliminación física. Al principio, mi papel era más decisivo porque había que librar una batalla de ideas muy importante, había que persuadir mucho. Le dije que había prejuicios y que las leyes revolucionarias los fueron transformando. Había prejuicios raciales, prejuicios antisocialistas, todo el veneno sembrado durante mucho tiempo.
P. ¿Quiere decir que desde hace mucho tiempo ha pensado en una eventualidad de que pudiesen asesinarlo y ha tenido que pensar en lo que podría pasar?
R. Ya casi me está preguntando por la sucesión.
P. Sí, sí, por la sucesión.
R. Bueno, mire, al principio, con todos esos planes de atentados, yo tenía un papel decisivo, papel decisivo que no tengo hoy. Hoy tengo, tal vez, más autoridad y más confianza de la población que nunca.
Nosotros, ya se lo dije, estudiamos todos los estados de la opinión pública. Seguimos con un microscopio los estados de opinión. Y le podemos decir los estados de opinión en la capital, por ejemplo, y en el resto del país, y le puedo presentar todas las opiniones. Aunque sean adversas. La inmensa mayoría nos son favorables.
El nivel de autoridad, después de cuarenta y seis años de lucha y experiencia, es más alto de lo que era. Es muy alta la autoridad de aquellos que luchamos y que hicimos la guerra, condujimos al derrocamiento de la tiranía y a la independencia de este país. (…)
P. Si usted, por cualquier circunstancia, desapareciera, ¿Raúl sería su sustituto indiscutible?
R. Si a mí me pasa algo mañana, con toda seguridad que se reúne la Asamblea Nacional y lo eligen a él, no le quepa la menor duda. Se reúne el buró político y lo eligen.
Pero ya él me va alcanzando en años, van llegando, ya es problema más bien generacional. Ha sido una suerte que los que hicieron la revolución hayan tenido tres generaciones. También los que nos precedieron, los antiguos militantes y dirigentes del Partido Socialista Popular, que era el partido marxista-leninista, y con nosotros vino una nueva generación. Ya después, la que viene detrás de nosotros, e inmediatamente después, las de la campaña de alfabetización, la lucha contra bandidos, la lucha contra el bloqueo, la lucha contra el terrorismo, la lucha en Girón, los que vivieron la crisis de octubre, las misiones internacionalistas… Mucha gente con muchos méritos. (…)
P. Es decir, usted piensa que su verdadero sustituto, más allá de una persona, más allá de Raúl, sería más bien una generación, la generación actual…
R. Sí, ya son unas generaciones las que van a sustituir a otras. Tengo confianza, y lo he dicho siempre, pero estamos conscientes de que son muchos los riesgos que pueden amenazar un proceso revolucionario. Están los errores de carácter subjetivo… Existieron errores, y tenemos la responsabilidad de no haber descubierto determinadas tendencias y errores. Hoy, simplemente, se han superado algunas y se están combatiendo otras.
Ya le dije lo que pasaría mañana; pero ya son nuevas generaciones, porque ya la nuestra va pasando. Ya el más joven, digamos, le he mencionado el caso de Raúl, es apenas cuatro años y tantos más joven que yo.
Esta primera generación todavía coopera con las nuevas que acatan la autoridad de los pocos que vamos quedando… Está la segunda; ahora, la tercera y la cuarta… Yo tengo una idea clara de lo que va a ser la cuarta generación, porque tú ves a los muchachos de sexto grado haciendo su discurso. ¡Qué talento hemos descubierto!
Hemos descubierto miles de talentos, esos niños impresionan, impactan. No se sabe cuánto genio y cuánto talento hay en el pueblo. Yo albergo la teoría de que el genio es común, si no para una cosa es para otra, es para la computadora o es para la música, es para la mecánica; el genio es común y unos lo tienen para una cosa y otros para otra. Ahora, desarrolla y educa a una sociedad completa -eso es lo que estamos haciendo- y veremos entonces lo que da. Ésos son los ocho millones que después del primer año de “periodo especial” suscribieron: “Soy socialista”.
Yo tengo mucha esperanza, porque veo con claridad que estos que yo llamo de la cuarta generación van a tener tres, cuatro veces más conocimientos que nosotros los de la primera y, más o menos, más de tres veces los conocimientos de la segunda. Y la cuarta debe saber, con todo lo que se está haciendo ahora, por lo menos, dos veces y media lo de la tercera. (…)
P. ¿Usted está diciendo que esta revolución no está agotada?
R. No hemos terminado ni mucho menos. Vivimos en la mejor época de nuestra historia y la de más esperanza de todo, y usted lo ve en todas partes.
Es cierto, es correcto, yo estaría dispuesto a aceptar la crítica de que cometimos algunos errores de idealismo, quizá quisimos ir demasiado rápido, quizá subestimamos fuerzas, el peso de los hábitos y eso. Pero ningún país se ha enfrentado a ningún adversario tan poderoso, tan rico, a su maquinaria de publicidad, a su bloqueo, a una desintegración del punto de apoyo. Desapareció la URSS y nos quedamos solos, y no vacilamos. Sí, nos acompañó la mayor parte del pueblo, no le digo que todo, porque algunos se desalientan, pero nosotros hemos sido testigos de las cosas que ha hecho este país, cómo resistió, cómo avanza, cómo se reduce el desempleo, cómo crece la conciencia. (…)
P. ¿Usted cree que el relevo se puede pasar sin problema ya?
R. De inmediato no habría ningún tipo de problema; y después tampoco. Porque la revolución no se basa en ideas caudillistas, ni en culto a la personalidad. No se concibe en el socialismo un caudillo, no se concibe tampoco un caudillo en una sociedad moderna, donde la gente haga las cosas únicamente porque tiene confianza ciega en el jefe o porque el jefe se lo pide. La revolución se basa en principios. Y las ideas que nosotros defendemos son, hace ya tiempo, las ideas de todo el pueblo.
P. Veo que no está usted preocupado por el porvenir de la Revolución Cubana; sin embargo, ha sido usted testigo en estos últimos años del derrumbe de la Unión Soviética, del derrumbe de Yugoslavia, del derrumbe de la revolución albanesa, Corea del Norte en esa situación tan triste, Camboya, que se hundió también en el horror, o la propia China, donde la revolución ha tomado un cariz muy diferente. ¿No le angustia a usted todo eso?
R. Pienso que la experiencia del primer Estado socialista, la URSS, Estado que debió arreglarse y nunca destruirse, ha sido muy amarga. No crea que no hemos pensado muchas veces en ese fenómeno increíble mediante el cual una de las más poderosas potencias del mundo, que había logrado equiparar su fuerza con la otra superpotencia, un país que aplastó al fascismo, se derrumbara como se derrumbó. Hubo quienes creyeron que con métodos capitalistas iban a construir el socialismo. Es uno de los grandes errores históricos. No quiero hablar de eso, no quiero teorizar; pero tengo infinidad de ejemplos de que no se dio pie con bola en muchas cosas que hicieron quienes se suponían teóricos, que se habían empanfletado hasta el tuétano de los huesos en los libros de Marx, Engels, Lenin y todos los demás. (…)
En cuanto a China, es otra cosa, una gran potencia que emerge y una gran potencia que no destruyó la historia, una gran potencia que mantuvo determinados principios fundamentales, que buscó la unidad, que no fragmentó sus fuerzas. (…)
P. Pero la pregunta que algunos se hacen es: ¿el proceso revolucionario, socialista, en Cuba, puede también derrumbarse?
R. ¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Yo me he hecho a menudo estas preguntas. Y mire lo que le digo: los yanquis no pueden destruir este proceso revolucionario, porque tenemos todo un pueblo que ha aprendido a manejar las armas; todo un pueblo que, a pesar de nuestros errores, posee tal nivel de cultura, conocimiento y conciencia que jamás permitiría que este país vuelva a ser una colonia de ellos.
Pero este país puede autodestruirse por sí mismo. Esta revolución puede destruirse. Nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra. Si no somos capaces de corregir nuestros errores. Si no conseguimos poner fin a muchos vicios: mucho robo, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos.
Por eso estamos actuando, estamos marchando hacia un cambio total de nuestra sociedad. Hay que volver a cambiar, porque tuvimos tiempos muy difíciles, se crearon desigualdades, injusticias. Y lo vamos a cambiar sin cometer el más mínimo abuso.
Habrá una participación cada vez mayor y seremos el pueblo que tendrá una cultura general integral. Martí dijo: “Ser cultos es el único modo de ser libres”, y sin cultura no hay libertad posible, Ramonet.