Maduro y su golpe de Estado – Diario La Nación, Argentina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El autoritario presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha demolido la democracia de su país hasta hacerla irreconocible. Además de ignorar los derechos humanos de su pueblo y sus libertades civiles y políticas, se ha dedicado a recortar perversamente las facultades de la Asamblea Nacional, controlada por la oposición. No extraña por eso que, harta de ser engañada, manipulada y sometida, una gran parte de la ciudadanía -el 76%, de acuerdo con encuestas recientes- manifieste abiertamente su deseo de revocar el mandato presidencial de Nicolás Maduro, facultad a la que tienen derecho conforme a la Constitución venezolana.

Para esto existía hasta ahora un camino constitucional, específicamente previsto en la carta magna de Venezuela, hija de un diseño atribuido al propio Hugo Chávez. Se trata del referendo revocatorio que la oposición puso en marcha a comienzos de año. Su avance fue obstaculizado con toda suerte de medidas arbitrarias en procura de evitar que ocurra este año. Para ello, Nicolás Maduro recurrió a dos instituciones que, lejos de ser independientes, le son sumisas: el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia.

Tras meses de esfuerzos por tornarlo imposible, las autoridades electorales finalmente decidieron suspender el referendo revocatorio. De esa manera, destruyen la única vía pacífica a través de la cual el pueblo venezolano podía legítimamente sacarse de encima a Maduro.

A lo dicho se suma la decisión de Nicolás Maduro, también ilegal, de posponer para el año que viene las elecciones regionales, a través de las cuales Venezuela elige a sus gobernadores. Su objetivo: evitar un rosario de derrotas.

Queda visto que el pueblo venezolano ya ni siquiera puede votar libremente. Ha sido despojado de uno de sus derechos constitucionales más sagrados: el de elegir a sus autoridades.

La Asamblea Nacional de Venezuela, en una sesión extraordinaria que tuvo lugar anteayer, declaró a Maduro responsable directo de un «golpe de Estado», perpetrado desde el poder, pese a que los matones que responden al presidente ingresaron al hemiciclo de la Legislatura en procura de interrumpir su sesión. No lo lograron y la Asamblea pudo continuar.

Ante la enorme fragilidad y la gravedad de la situación venezolana, la oposición unificada ha convocado para mañana al pueblo a «tomar Venezuela», en respuesta a las violaciones sistemáticas de la Constitución.

El secretario general de la OEA, Luis Almagro, señaló que Venezuela está hoy «fuera de control» y el presidente Mauricio Macri opinó con razón que ese país «no puede seguir en el Mercosur si no cambia». Tales juicios dan cuenta de la necesidad de cambios profundos que terminen con los manoseos cínicos de las instituciones democráticas y con el cercenamiento dictatorial de las libertades.

Maduro ha roto ostensiblemente el orden constitucional, con una audacia inaudita, en procura de sobrevivir, ante el rechazo de su pueblo. Más allá de la ansiedad, es tiempo de diálogo, para lo cual el papa Francisco acaba de convocar a su nuncio en Buenos Aires, Emil Paul Tscherrig, para trabajar en Caracas en pro de la paz. Su tarea, enormemente compleja, merece ser apoyada, tanto dentro como fuera de Venezuela.

No hay más espacio para los silencios cómplices. Venezuela es ya una segunda Cuba, aunque lo cierto sea que todavía hay algún tiempo para evitar que su pueblo sea subyugado.

La Nación

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