Sebastián Piñera, expresidente chileno: «Para mí sería más fácil ganar la elección que devolver a Chile al camino del progreso»

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Por Héctor Soto y Gloria Faúndez

Este es el político que sobrevivió a la Kioto, que bajó su candidatura al Senado por Valparaíso a raíz de la irrupción del almirante Arancibia, que fue derrotado en una elección presidencial y que entró a la lista negra de una derecha que no olvida el día que habló de los “cómplices pasivos”. Posiblemente, no hay quién le gane a Sebastián Piñera en materia de persistencia y perseverancia. El hombre no se desanima, se levanta temprano, no conoce la depresión y jamás se ha dado por vencido.

Piñera fue el primer presidente maltratado por las veleidades de una opinión pública quisquillosa y voluble. Ganó desde luego con mayoría absoluta, comenzó volando alto en términos de aprobación, llegó a un peak increíble con ocasión de los mineros y desde ahí empezó -semana a semana, mes a mes- una caída libre que sólo pudo remontar en la última parte de su administración, cuando cambió su gabinete y aprendió que, por bien que lo hiciera administrando el país, la gente lo iba a subestimar si no era capaz de escuchar, de empatizar y de conectar emocionalmente.

Dicen que Piñera se equivoca bastante, pero que aprende rápido, y esa no es una mala correlación para la política. Terminó su mandato relativamente bien evaluado por las encuestas y es de los pocos liderazgos que en el último tiempo no sólo se mantuvo, sino que, además, creció.

No respondiendo para nada al perfil del político de derecha clásico, algo debe tener Sebastián Piñera que de nuevo se está convirtiendo en la mejor carta política del sector y por encima de otros candidatos, presuntos o eventuales, cuando le preguntan a la gente quién será el próximo presidente de la República.

Piñera dice que todavía no es candidato, pero actúa como si lo fuera. Todos los presidentes que quieren volver a La Moneda piensan que lo podrían hacer mejor la segunda vez. Eso también lo debe haber pensado Michelle Bachelet.

Sebastián Piñera conversó con La Tercera el jueves 1, y después de que Ricardo Lagos anunciara su decisión de ser candidato presidencial, aceptó preguntas adicionales el viernes 2. Una versión extendida de ambos encuentros está disponible en latercera.com

¿Es muy difícil ser ex presidente? Lo preguntamos porque son muchos los que quieren volver al poder.

Les puedo asegurar que ningún ex presidente se jubila de ser chileno y de estar comprometido con su país. El compromiso y la responsabilidad que tienen y sienten es especial. Creo que si tienen intenciones de volver -como fue el caso del Presidente Frei, a quien no le resultó, o de la Presidenta Bachelet, que sí lo consiguió- es por dos tipos de razones. Una es de orden personal y está asociada al proyecto de vida que quieren para sí y su familia. Pero la otra, tal vez más importante, está conectada al sentido de responsabilidad, de misión, de compromiso con su país. En La Moneda uno aprende mucho. Es una gran escuela de aprendizaje. Y la gente inteligente no sólo aprende de sus propios errores, sino que también aprende de los errores de los demás. Es perfectamente legítimo que un ex presidente piense que todavía pueda ser un gran aporte al país, si bien la presidencia no es la única trinchera. Hay muchas otras y cada mandatario busca y encuentra la suya.

¿La suya es volver a ser candidato? Aunque el escenario esté bien líquido, la encuesta CEP lo posiciona bien. 

La única razón que me llevaría a una eventual futura candidatura sería un problema de responsabilidad con Chile. Como yo le decía, hay dos tipos de razones: cuando uno quiere y cuando uno  siente que debe.

¿Está pensando en esa responsabilidad atendido el rumbo de este gobierno, del cual ha sido muy crítico? 

Sí, lo he sido por muchas razones. En primer lugar, porque este gobierno partió con un diagnóstico equivocado. Este gobierno, por alguna razón que no logro comprender, se avergonzó de lo que juntos habíamos logrado en los últimos 24 años y creyó que había que desmantelarlo todo, partir de cero, con ese infantilismo refundacional que ya existió en el pasado. Segundo, aplicó una ideología equivocada. El actual gobierno confunde lo que es público con lo que es estatal. Lo público nos interesa a todos, la educación es un tema público, la salud es un tema público, nos interesa a todos. Pero eso no significa que el Estado tenga que monopolizar la educación o la salud. En tercer lugar, aplicó, a mi juicio, reformas con un tremendo grado de improvisación. Por todo esto, el actual gobierno ha cosechado muy malos resultados. Cuando terminamos nuestro gobierno, cuatro de cada cinco chilenos creía que Chile iba por buen camino; hoy, cuatro de cada cinco chilenos cree que Chile va por mal camino. ¿Qué debe hacer un presidente, una Presidenta, un gobierno, en esta situación? Escuchar a la gente, escuchar a sus propios partidarios, enmendar el rumbo, corregir los errores. ¿Qué hace el actual gobierno? Insiste, con contumacia en políticas que no han dado resultados en ninguna parte del mundo y que en Chile han generado una crisis de pesimismo, frustración, de rabia en la gente.

Cuando uno lo escucha pareciera que usted siente la responsabilidad de volver a ser candidato. 

Yo siento la responsabilidad de todo ciudadano con su país. Y, además, soy ex presidente. No creo, eso sí, que la presidencia sea el único lugar desde el cual pueda aportar.

¿Sigue creyendo que Chile sea viable a pesar de los resultados del gobierno actual?

Yo soy un gran optimista y un gran creyente del país. Pero el daño infligido es grave. La reforma educacional separó a los padres de la educación de sus hijos. La reforma laboral les quitó poder a los trabajadores para entregárselo a las cúpulas sindicales. Pero así y todo, confío en lo que Chile pueda hacer. La madera de la cual estamos hechos nos ha permitido enfrentar grandes desafíos y alcanzar grandes cumbres. Fuimos por lejos la colonia más pobre de España en América Latina y hoy somos el país de mayor ingreso per cápita y desarrollo humano de la región. Eso es mérito de todos los chilenos y, por tanto, creo que un futuro gobierno, cualquiera que sea, lo que tiene que hacer es plantear un proyecto de unidad nacional. No un proyecto de división entre los buenos y los malos, sino un proyecto que incorpore, motive y entusiasme a todos los chilenos de buena voluntad. También tendrá que restablecer la capacidad de diálogo y guardar para siempre la retroexcavadora. Si quiere igualar, tendrá que entender que debe hacerlo hacia arriba, no hacia abajo y, por tanto, lo que ha hecho este gobierno de quitarles los patines a los chilenos es incomprensible. Chile es capaz de resistir cualquier cosa: terremotos, maremotos, inundaciones… Lo que no es capaz de resistir es un mal gobierno.

¿Cree que habrá que revertir las reformas del actual gobierno? 

No. Nadie llega a La Moneda para volver atrás, eso es un error. Los países nunca deben volver atrás. Lo que tienen que hacer es ir progresando con buenas políticas públicas. Este gobierno nos prometió progresismo y hemos tenido un progresismo sin progreso. Este gobierno nos prometió equidad y hemos tenido aumentos en las desigualdades y probablemente aumento en la pobreza. Hay que seguir avanzando, pero no con reformas equivocadas y mal implementadas.

¿Se volvió Chile un país difícil de gobernar?

Sí, y creo que en esto inciden dos factores. Por una parte, tenemos una ciudadanía cada vez más informada, empoderada, exigente, impaciente, muy consciente de sus derechos, no tan consciente de sus obligaciones, y esto es un fenómeno universal. Por otro lado, lo que ha hecho difícil gobernar es que este es un gobierno que se divorció de las prioridades y necesidades de la gente. Y está aplicando una ideología, a mi juicio, muy trasnochada y que la gente rechaza. ¿Es razonable que en un tema como la reforma de las pensiones, que es necesaria, tengamos al ministro de Hacienda diciendo una cosa, a la ministra del Trabajo otra, al de Economía una tercera y el de Desarrollo Social una cuarta, a vista y paciencia de la Presidenta. No hay vuelta: cuando el gobierno es malo se hace muy difícil gobernar. Cuando un país tiene un norte claro, la cosa se facilita.

Déjeme insistir en el tema de las reformas. ¿Cómo manejará la promesa de gratuidad universal de la educación superior en caso de llegar a La Moneda? 

Yo no estoy de acuerdo con esa política pública. Los estudiantes tienen ciertamente derecho a la educación, a una educación de calidad, y también tienen deberes. Chile no debe abandonar el sistema de educación mixto que siempre ha tenido, y lo que debe hacer es garantizarles a todos los alumnos con mérito y voluntad el acceso a la educación superior. Aparte de la educación, también hay otras prioridades en Chile. ¿Les parece lógico que estemos destinando los recursos de los impuestos de todos los chilenos a financiar la educación superior de los sectores más favorecidos y, al mismo tiempo, les estemos negando a los niños más vulnerables el derecho a una salacuna o a educación preescolar? Un presidente tiene que ser como un buen padre o madre de familia, tiene que preocuparse de todos los hijos y en forma muy especial de los más necesitados.

¿Usted se quedó con alguna sensación de desaliento en algún frente de su gestión?

Por supuesto que sí. A diferencia de Edith Piaf -que cantaba esa canción maravillosa No me arrepiento de nada, canción que mi hermano Miguel cantó en la misa de mi padre y mi madre-, yo me arrepiento de muchas cosas. Haría muchas cosas distintas, porque uno aprende en la presidencia. Hubo muchos proyectos de ley que quedaron truncados. Hacia el final de mi mandato, la Concertación hizo una verdadera huelga legislativa. Quedó pendiente la modernización del Sename, la Ley Reservada del Cobre, que logramos sacar de la Cámara de Diputados, pero se entrampó en el Senado…

El Acuerdo de Vida en Pareja, que tuvo problemas en su propia coalición…

Sí, era parte del programa de gobierno. Enviamos el proyecto, le pusimos urgencia y muchas veces debimos retirársela. Es una iniciativa importante, porque las relaciones de pareja, sean heterosexuales u homosexuales, son relaciones de afecto que debemos cuidar y fortalecer.

¿No se arrepiente del voto voluntario?

No me arrepiento del voto voluntario, pero sí creo que tanta abstención no es sana para la democracia. Y por eso quiero pedirle a la gente que participe, que ejerza su derecho. El ser ciudadano da muchos derechos, pero también significa ciertos deberes, y uno de ellos es, mínimo, participar de la vida política de su país.

¿No cree que la clase política está al debe para exhortar a esa participación?

Sí, lo está. Ha habido problemas de financiamiento irregular. Ha habido conductas equivocadas. Pero estamos menos heridos que otros países de la región. Por lo demás, que consideremos que la política está mal no es razón para abandonarla. Es una razón sí para cambiarla. Es cierto que estamos enfrentando una crisis de confianza que afectó a la política, a la Iglesia, a los parlamentarios, a los jueces, al fútbol. Pero las instituciones funcionan, los chilenos tenemos capacidad de cambiar las cosas y vivimos en un país donde, a pesar de todo, la gente está descontenta con la vida pública, pero contenta con la vida privada.

¿Cómo explica esa asimetría?

Es difícil de entender. Por satisfechos que estemos en nuestra vida personal o familiar, eso no es suficiente. Somos seres sociales, vivimos en sociedad y tenemos que comprometernos con el país.

Su campaña también está bajo la sospecha del financiamiento irregular y su administrador electoral fue formalizado por delitos de fraude al Fisco por aportes  de 500 millones a campañas. ¿Usted está en condiciones de asegurar que su campaña no hizo uso de esta práctica irregular?

Nadie está en condiciones de afirmar categóricamente eso. Una campaña involucra a cientos de personas, está muy desagregada, descentralizada, funciona en cada región, en cada provincia, en cada comuna. Pero déjeme decirle algo: no hay ninguna elección presidencial desde que se restableció la democracia en que no haya habido aportes de las empresas a las campañas. No había ley.

Que no es ese el problema. 

Antes no había ley de financiamiento de la política. Y, por lo tanto, estaba todo desregulado. Y, en consecuencia, las boletas y las facturas han existido siempre y eso está mal. Cuando vino la ley el año 2003, la estableció, de manera muy poco realista, que las campañas duraban 90 días y que no había precampaña. Pero todos sabemos que las campañas no duran 90 días y que ese período alguien lo financiaba. Y como no había ley que regulara el período previo, todos sabían que el financiamiento era irregular. A este respecto ha existido una cierta hipocresía.

¿Cómo se zanja el problema?

Creo que tiene que funcionar, la institucionalidad. Hay que dejar actuar a los fiscales y a los tribunales.

¿Es de los que piensan que ha habido un criterio dispar para abordar estos casos?

Absolutamente. Al comienzo el gobierno pensó que esto iba a afectar esencialmente a la UDI y vio una oportunidad y actuó con mucha diligencia. Cuando se dio cuenta de que había mucho más financiamiento irregular en sus propias filas, cambió de actitud. La conducta del gobierno y del Servicio de Impuestos Internos no ha sido equitativa y hay evidencia apabullante en ese sentido.

¿No habría sido sano un sinceramiento de toda la clase política?

De hecho, en una cadena nacional, la Presidenta anunció que iba a enviar un proyecto de ley que después, cierto, por conflictos internos, nunca se envió, que buscaba justamente un sinceramiento. Mientras tanto, mantengamos la cautela. No todo lo que sale en la prensa es cierto. Tampoco lo es todo lo que dicen los fiscales. No toda la gente que es investigada es culpable.

En su caso, existe una acusación por supuestas coimas de Lan en Argentina…

El 2005, cuando yo era un ciudadano privado y director de Lan, me tocó impulsar y participar el proceso de expansión internacional de la empresa. Con ese propósito recorrí muchos países y me reuní con muchas autoridades. En Argentina, me reuní en la Casa Rosada con el Presidente Néstor Kirchner, con el ministro de Planificación, con el secretario de Aviación, con el secretario de Transportes y conversamos una posible incorporación de Lan al mercado argentino. Eso es legítimo, lo que se espera de una empresa chilena que quiere salir al mundo. Lo que ocurrió después, con eventuales pagos que se habrían hecho a un asesor laboral, ocurrió mucho después, yo no tuve ningún conocimiento, ninguna participación, el tema ha sido investigado por la justicia argentina, chilena, americana, nunca se me ha hecho ninguna mención, ni mucho menos se me ha imputado ningún cargo.

Usted ha señalado que va a tomar su decisión de ser o no candidato en marzo. ¿Qué puede cambiar en el escenario de aquí a marzo? 

Falta todavía un año y cuatro meses para la elección.  En Chile tenemos un deporte nacional, no alcanzamos a elegir al presidente y ya estamos pensando en el próximo. Eso no hace bien a la democracia ni a la sociedad chilena.

¿Por qué dilatar tanto la decisión? Pareciera que le gustan las películas de misterio.

Es difícil darle gusto a todo el mundo. Si uno no hace nada, es indolente y no se compromete, no le interesa. Y si uno se compromete, está actuando como candidato. Yo actúo como un ciudadano y ex presidente. Estoy comprometido con Chile. Estoy apoyando a los candidatos de Chile Vamos. Siento que ese es mi deber.

¿Y la candidatura?

Les quiero recordar que uno puede estar motivado por la vida y con su país, y no necesariamente pensar que el único lugar donde uno es feliz es la presidencia. La presidencia tiene, como todo en la vida, cosas maravillosas y cosas muy duras y muy difíciles. A veces yo siento solidaridad con la Presidenta Bachelet, porque me imagino qué pensará cuando ve que el 15% la apoya y el resto del país rechaza su gobierno.

¿Qué se imagina la Presidenta?

Tiene que sentir, porque yo estoy seguro que ella está actuando bien intencionada, pero está muy equivocada. Está haciendo cosas muy negativas para los chilenos. Está conduciendo a Chile por mal camino. A mí me dan ganas de decirle al gobierno abra sus ojos y vea que hay un mundo nuevo que viene y que va a ser lleno de oportunidades para los países que sean capaces de aprovecharlas y que va a significar mucha frustración para los países que las dejen pasar. Y Chile tiene que estar a la vanguardia. Estoy pesimista respecto de lo que va a pasar con nuestro país en el año y medio que le queda de gobierno. Porque este gobierno ya decidió insistir en los errores. Yo perdí la esperanza de que rectifique. Y, por tanto, esto va a ir de mal en peor. El crecimiento, el empleo, la pobreza, las desigualdades. Y luego vamos a ser un país con muchos problemas. La única razón por la cual yo asumiría un desafío presidencial es si yo siento que es una responsabilidad. Que yo pueda ser un aporte, que haya una misión a cumplir.

Con ese diagnóstico, ¿por qué querer volver a La Moneda? 

Al tomar una decisión uno tiene que sentir que puede hacer un aporte grande, significativo. Muchos piensan que el objetivo es llegar a la presidencia. No. Ese es el comienzo. Mire, yo siento que para mí sería mucho más fácil ganar la próxima elección que lograr volver a poner a Chile en el camino de la senda del progreso y el desarrollo.

Es una decisión que usted va a tener que tomar atendiendo también a si puede ganar o si puede perder…

Eso es lo que menos me preocupa. Francamente. Creo que nosotros podemos ganar la próxima elección presidencial. A lo que menos temor le tengo es a la competencia democrática y a que la gente decida.

¿Cómo cambia el escenario luego que el también ex Presidente Lagos anunció prácticamente su candidatura? 

No hay ningún cambio de escenario. El ex Presidente Lagos ya había anticipado su voluntad de explorar una candidatura presidencial. Y con esta declaración lo que está haciendo es ajustando el escenario, midiendo el agua en la piscina, pero no he tomado una decisión definitiva. Y lo que haga el Presidente Lagos no altera mis decisiones. Yo he dicho que en el mes de marzo voy a evaluar la situación del país, voy a conversar con mucha gente, con los partidos de Chile Vamos, con muchos independientes, y voy a tomar la decisión basada en un solo principio: cuál es mi deber, cuál es mi responsabilidad con Chile y con los chilenos.

¿Introduce algún estímulo la posibilidad de competir con el ex Presidente Lagos?  Usted había señalado que era como un clásico de la política. 

Yo soy amigo y le tengo aprecio y respeto al Presidente Lagos. Y yo dije cuando me preguntaron hace un tiempo por una eventual candidatura Lagos-Piñera que sería un clásico por muchas razones, entre otras, porque sería la primera vez en la historia de Chile que dos ex presidentes se enfrentarían en una elección presidencial.

¿Pero le añade algún tipo de sabor adicional?

Siempre prefiero competir con buenos candidatos y no con malos candidatos. Y desde ese punto de vista, el hecho de que el Presidente Lagos tenga la experiencia de un ex presidente, igual que yo, sería un estímulo más que un disuasivo.

¿Por qué a los ex presidentes les gusta aventurarse en nuevas candidaturas? 

Tal vez porque los que hemos sido ex presidentes hemos demostrado a lo largo de nuestras vidas una vocación, un compromiso con la cosa pública, el bienestar y el desarrollo de Chile y los chilenos. Y esa vocación y compromiso no se termina cuando uno deja de ser presidente. A mí me gustaría que me acompañara hasta la tumba. Yo muchas veces discuto con mis amigos y me dicen “para qué sigues en esto, ¿por qué no disfrutas de la vida, de tu familia? Y yo les digo: “Es cierto, sería una vida más fácil y más cómoda, pero yo siento un compromiso de por vida con Chile y la calidad de vida, el bienestar, el futuro de los chilenos”. Otro argumento es que tal vez los cuatro años de presidencia son muy poco y uno se queda con tantas cosas que quiso hacer y no pudo por el tiempo o porque tuvo una oposición muy dura en el Congreso. A veces uno cree que le faltó tiempo para cumplir metas que uno siente que son buenas y necesarias para Chile.

La Tercera

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