Marchan en Iguala por la aparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa

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#AyotzinapaDosAños: “Aquí lo único que ha muerto es la verdad histórica”

Llegaron de los puntos cardinales de la indignación que no ha aminorado en dos años: de las universidades públicas y privadas, de las organizaciones urbano-populares, de colectivos de artistas, de la CNTE y el SME, y de cada uno de miles de ciudadanos que recordamos como una conmoción el rostro desollado de Julio César o el mensaje sádico del procurador Jesús Murillo Karam de enero 2015.

“Aquí lo único que ha muerto es la ‘verdad histórica’”, reflexiona Alberto, un viejo militante de tantas causas perdidas en los laberintos del poder y victoriosas en las calles y ahora en las redes sociales.

Es la marcha de protesta a dos años de la trágica noche de Iguala, Guerrero. Parte del Ángel de la Independencia, el epicentro de la resistencia civil contemporánea, al Zócalo de la Ciudad de México, “ocupado” por un evento sin sentido del gobierno de Miguel Angel Mancera.

Las consignas, pancartas y mantas tienen menos rabia y más resistencia a largo plazo: “Nada humano me es ajeno”, “Cuando se lee poco, se dispara mucho”, “Tenemos 43 motivos de lucha”, “De Iguala a Los Pinos, cárcel a los asesinos”, “Dejar de luchar es empezar a morir”.

Y la ironía inevitable con el eslogan publicitario del cuarto año del peñismo: “Hay cosas que no se cuentan, pero cuentan mucho: 43”.

La “verdad histórica” se ha muerto porque ya ni el propio Peña Nieto la defiende. Desde Colombia, el presidente mexicano advierte que se “llegará hasta las últimas consecuencias” en la investigación de los normalistas desaparecidos, y desde el Zócalo, Joaquina, madre de Ayotzinapa, le toma la palabra y advierte: “vamos a seguir tope donde tope, como dice Peña Nieto”.

Junto con los jóvenes urbanos, los punks, los anarcos, los rastafaris, los colectivos de la diversidad, los anonymous, los miles de universitarios, marchan estos hombres y mujeres del campo que no sólo son los “padres y madres de Ayotzinapa” sino los poseedores de un capital político y humano del que carecen las autoridades: credibilidad, persistencia, resistencia.

En un templete en la esquina de Palacio Nacional y la Suprema Corte de Justicia, los padres que intervienen insisten: “nosotros no queremos saber más del basurero de Cocula” e, incluso, matizan su duro mensaje hacia el Ejército.

“Hay muchos miembros del Ejército que tienen conciencia. No todos están coludidos con el crimen organizado. Necesitamos que ellos también levanten la voz”, insiste don Mario César González Cabrera.

Maximino Hernández Cruz también lanza un mensaje más allá de las fronteras mexicanas: “hemos recorrido todo el país para que no nos dejen solos. Vamos a buscar el apoyo de otros países. Nosotros no vamos a descansar hasta que se castigue a los responsables: Angel Aguirre, Abarca, Peña Nieto”.

Ahí están con su mensaje llano, transparente, insurgente. Ayotzinapa no es un “caso” sino una causa que aglutina a muchas otras en un país que se mantuvo anestesiado ante las cifras de miles de desaparecidos enviados a las fosas del anonimato. Eran los jóvenes “prescindibles” que no tenían cabida en el Mexican Moment. Ahora, los 43 son los 27 mil desaparecidos más los que se acumulen.

La pesadilla se vuelve interminable, pero ya muchas familias se han sumado a la causa de Ayotzinapa.

“Nos meteremos en sus sueños y seremos su pesadilla”, advierte el escritor Paco Ignacio Taibo, presente en la marcha, imprescindible como observador, activista de muchas otras batallas.

También participan pintores como Gabriel Macotela, Jesús Miranda y Rubén Ochoa. Ellos intervienen el asfalto de la Glorieta del Ángel y Reforma para plasmar los rostros de 43 que son muchos otros rostros de esta historia irrefrenable del juvenicidio México.

Marchan desde la delegación Coyoacán hasta la de Azcapotzalco, desde el CCH hasta la FES Acatlán, desde la Facultad de Ciencias Políticas hasta la de Química de la UNAM, los jóvenes de la Universidad Iberoamericana y no pocos del Politécnico.

Bailan, tocan tambores, corren al grito de “Goya!”, lanzan al tiempo la única certeza a dos años de la tragedia: aquí lo único que ha muerto es la “verdad histórica”.

Proceso

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