En el peronismo no sobra nadie (Argentina) – Por Nicolás Trotta

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Cuando uno camina las calles de Montevideo se siente en casa, somos dos países que separan una única nación. En el bar “The Manchester”, a metros del imponente Palacio Salvo, esperaba a Ricardo Ehrlich, uno de los científicos más reconocidos del Uruguay. Ricardo, integrante del Consejo Académico de nuestra Universidad, es uno de esos bichos raros de la política. Biólogo de profesión, logró equilibrar su actividad política con su vida académica. Militante de la izquierda, sufrió la prisión y el exilio durante la dictadura, doctorándose en Ciencias Físicas en Francia. Fue intendente de Montevideo entre 2005 y 2010, ganando con casi el 60 por ciento de los votos, y luego Ministro de Educación y Cultura del “Pepe” Mujica. Hoy ha vuelto al Instituto Pasteur, desempolvando su delantal, dividiendo su tiempo entre su vocación por la investigación y la unidad del Frente Amplio. Quizás porque una no existe sin la otra, sin la unidad del progresismo, con su compleja diversidad, el Uruguay se sumaría a la nueva ola neoliberal que golpea a nuestro continente, y la investigación científica sería un “privilegio” del pasado.

El Frente Amplio se presentó por primera vez a elecciones en 1971, sus militantes sufrieron la descarnada dictadura y la clandestinidad. El retorno a la democracia, en 1984, los ubicó en el tercer lugar, detrás de colorados y blancos, y con tenacidad pudieron acceder al gobierno 20 años después con la victoria del oncólogo Tabaré Vázquez. El Frente Amplio no estuvo, ni está, exento de tensiones en la diversidad de partidos y agrupaciones que lo conforman. Un crisol político compuesto desde expresiones de izquierda, como el Partido Comunista, a sectores de perfil socialdemócrata como Asamblea Uruguay, espacio liderado por el ex vice presidente y actual Ministro de Economía y Finanzas Danilo Astori. Han aprendido a convivir porque saben que las transformaciones sociales en democracia se realizan desde el Gobierno, son progresivas, llevan en general más tiempo que el deseado y que es necesario tener en claro quién es el adversario.

En el Frente Amplio no sobra nadie”, es una de las primeras definiciones que me regala Ricardo apenas iniciamos la conversación. “Ustedes perdieron por muy poco, y nosotros no ganamos por tanto”. El ex alcalde de Montevideo sabe que el Frente Amplio debe construir sobre esa diversidad, teniendo en claro los ejes rectores e ideológicos de su gobierno. Los sectores conservadores avanzan en América Latina y es necesario abroquelarse con los que piensan mas o menos como uno.

El Golpe de Estado parlamentario en Brasil expone la nueva estrategia de los sectores conservadores. No fue un quiebre institucional sólo contra Dilma, Lula o el Partido de los Trabajadores, fue contra el Brasil de la distribución, contra el que pretende integrar al pobre, al negro, al mulato, contra el gobierno que le dio voz y derecho a los excluidos. Al fin y al cabo, la historia registra vaivenes entre modelos de distribución y de concentración de la riqueza y las oportunidades. En el primero están el Frente Amplio, el PT y el peronismo, y en el otro Colorados, Blancos, el PMDB, el PSDB y PRO/Cambiemos. Llevados a ese terreno no es tan difícil clarificar posiciones.

Cruzamos el charco, volvemos a la Argentina, y aparecen nuevas complejidades gracias al inesperado resultado electoral. Todavía muchos no comprenden la derrota, se buscan los responsables en rostros ajenos, pero pocas veces en los propios. El claro carácter reaccionario de las políticas del gobierno de Cambiemos son el principal motor de la unidad. Como en el Uruguay, desde el 10 de diciembre, queda trazada una línea clara entre el conservadurismo 2.0 y el campo popular, teñido este último por el amplio movimiento justicialista, un enigma sociológico que interrogan tanto a locales como extranjeros.

La política implica el desafío de construir con el que piensa diferente y de buscar carriles comunes de entendimiento, de acuerdo y diálogo. Frente al contraste de las políticas inauguradas la confluencia no debería ser una tarea titánica. Implica no perder la capacidad de rever los procesos políticos y tener capacidad para la crítica, pero también para la auto crítica. No es tiempo de maniqueísmos internos, es necesario trazar un acuerdo de políticas esenciales para ser presentadas a la sociedad y desde allí construir un gran frente que integre a todos. Sólo ampliando la base de la construcción política / electoral se puede acceder al gobierno. Comienza a ser claro que en el peronismo tampoco sobra nadie, y es la única expresión política para quien la construcción social y el progreso debe incluir a todos.

La realidad golpea principalmente al sector popular, jaqueado por el creciente desempleo, la consolidación del proceso inflacionario, la retracción de las políticas sociales, el crecimiento de la informalidad y la pérdida de la capacidad de compra del salario. Ya quedó enterrada la afirmación que perdiendo las elecciones se ganaba. Pero hasta quienes militaron la derrota merecen la conmutación de pena si queremos ser alternativa. En escasos meses se desarticuló una porción importante del incipiente trazado de transformaciones en el campo político y económico que llevaron más de una década impulsar.

La sociedad espera, deseosa, ser interpelada por proyectos que les hablen del futuro, y no sólo de lo realizado. El pueblo vota por expectativa. Eso explica en parte el reciente resultado electoral, más allá del creciente arrepentimiento social. Es necesario mirar hacia el futuro reivindicando lo realizado, pero remarcando lo que no se quiso, no se pudo o se hizo mal. Se debe ser claro en la condena de la corrupción, dentro y fuera del Estado. La corrupción es un mal que deslegitima, en primer término, a los procesos populares y luego debilita la política como instrumento de transformación social. Una agenda propositiva, amplia, que aborde los grandes trazos de las transformaciones sociales para impulsar el desarrollo y la distribución, tiene la capacidad de incluir a todo el peronismo, eludiendo las diferencias que el propio oficialismo alimenta.

El peronismo como movimiento debe promover la convocatoria de sindicatos, organizaciones sociales y empresarias, organismos de derechos humanos, estudiantes, científicos, intelectuales y demás fuerzas políticas del campo popular. Un contraste tan fuerte de modelos facilita los espacios de coincidencias. Es importante dejar en claro que hasta el dirigente más dialoguista del peronismo tiene una visión más progresista que el gobierno actual. Cada nuevo espacio o grupo que nace debe tener intrínseca la voluntad de debate, de consenso y de apertura permitiendo un ensamble creciente con otras expresiones populares.

La mirada diversa del peronismo es un activo invalorable, sumar la experiencia de quienes permitieron la “anomalía” kirchnerista, de quienes hoy asumen el desafío de inaugurar gestiones provinciales o municipales en plena turbulencia, de quienes revalidaron localmente sus gobiernos en las pasadas elecciones y de quienes lograron la unidad de la CGT y la masiva movilización expresada en la Marcha Federal, permiten imaginar un freno a las políticas neoliberales y obstruye cualquier posibilidad de reelección de Mauricio Macri. En democracia la realidad se transforma desde el gobierno, ya habrá tiempo para tensionar entre las diferentes expresiones si la sociedad le otorga al peronismo la posibilidad de volver a gobernar. En el peronismo caben todos, siempre que las ideas estén claras y los desafíos permitan abordar las transformaciones pendientes y la rectificación de los errores.

Imaginar una Argentina que resuelva sus problemas estructurales de inequidad y desequilibrio nos llama a repensar una perspectiva de desarrollo superadora de la transitada en el pasado próximo. Hubo transformaciones insuficientes en distintas dimensiones del entramado político y económico por diferentes razones: un inició extemporáneo, una incapacidad de construcción de consensos para evitar su obstaculización, y el impacto de la corrupción e incapacidad en diversas áreas del Estado. Se fue exitoso en los grandes trazos, pero poco se avanzó en la sintonía fina o en la institucionalización de las transformaciones.

El federalismo estuvo ausente de la agenda nacional, profundizando las desigualdades en nuestro territorio. Poco se maximizaron las oportunidades para impulsar la transformación de nuestra matriz productiva y la sustentabilidad de la economía y el empleo. No se avanzó en la reforma del sistema financiero y del régimen impositivo, instrumentos esenciales para transitar un país con mayor justicia social. Estos deben ser algunos patrones sustantivos de la Argentina del futuro.

Un peronismo que no logre la unidad puede llevar a que la sociedad busque ser rescatada por otras expresiones políticas, condenándolo a ser una confederación de partidos locales que sólo comparten su tradicional liturgia. Pero también es el peronismo quién presenta las mejores condiciones objetivas para construir una nueva mayoría. Sólo en la unidad de acción y pensamiento está la fuerza.

En el Frente Amplio no sobra nadie. En el peronismo tampoco. Son sabios los compañeros del Frente Amplio, tienen en claro donde está la contradicción principal. “¿Vuelve a la política, Erhlich?”, le pregunta el mozo del bar “The Manchester” a Ricardo al despedirnos. La tiene clara, dónde va a volver, si nunca se fue.

(*) Rector de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) .

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