Cuba: ¿Educación? ¿Cultura popular? – Por Esther María Pérez Pérez

791

Hay otra educación que parte del reconocimiento de los saberes de los educandos, no para quedarse en ellos, sino para ponerlos a dialogar con otros organizados y jerarquizados según los criterios académicos al uso.

Hace unos años, la directora de la secundaria básica donde estudiaba mi hijo me pidió que fuera a darles una charla a los alumnos sobre la Casa de las Américas, donde yo trabajaba entonces. Me sorprendió el pedido, pero colegí que la escuela había programado una actividad cultural para los alumnos y aprovechaba los recursos maternos, lo cual me pareció muy bien.

Me rompí la cabeza durante varios días para ver qué podía conectar a unos muchachos de secundaria con la Casa, hasta que se me ocurrió una idea: ¡los artistas! A los adolescentes, por definición, les interesan los artistas, y la Casa trabaja con artistas. Esa sería la manera de establecer el diálogo.

Llegué la mañana de la actividad y me encontré a los alumnos formados al sol. En el único pedacito de sombra del patio estaban paradas las “autoridades”: la directora, algunas maestras y… yo. Mi primera movida fue correrme hacia el medio del patio y pedirles a los muchachos que rompieran la formación. Después les pedí que me dijeran qué artistas les gustaban, y de inmediato empezaron a bombardearme con las estrellas rock de la época. Se sentían entusiasmados: estaban transgrediendo límites intangibles, haciendo entrar a la escuela el conocimiento que normalmente dejaban a la puerta, sus mundos ―separados― se encontraban. En cuanto mencionaron al primer artista latinoamericano —creo recordar que fue Chico Buarque— me agarré de él y pasamos a pintores, escritores, fotógrafos… Sabían muchísimo, más de lo que suponían.

Hago esta anécdota para ilustrar que no hay educación, sino educaciones. Hay una educación que categoriza los saberes, excluye unos, privilegia otros. Define una manera de aprender preferentemente deductiva, esto es, de los conceptos a la realidad (si no se queda a medio camino antes de llegar a ella). Define también qué es lo culto y lo popular. Lo primero es objeto del trabajo educativo. Lo segundo, en el mejor de los casos, se deja a la reproducción espontánea fuera del ámbito educativo. En el peor, se supone que desaparecerá gracias a la influencia del saber organizado y oleado.

Hay otra educación que parte del reconocimiento de los saberes de los educandos, no para quedarse en ellos, sino para ponerlos a dialogar con otros organizados y jerarquizados según los criterios académicos al uso. Es, por tanto, inductiva: parte de la realidad para llegar a los conceptos, que se elaboran a partir de los materiales que portan todos los participantes en el acto educativo y que polemiza, refuta, reivindica, revalida y complejiza esos materiales iniciales para construir nuevo conocimiento.

La primera educación tiende a reproducir lo que existe: las relaciones, las posiciones, las jerarquías, y a desarrollar el conocimiento por carriles dictados por fuerzas e intereses que muchas veces les resultan oscuros o desconocidos a sus actores. Desconfía de la curiosidad y proscribe la transgresión. La segunda pretende violentar lo que existe: las fronteras entre lo culto y lo “inculto”, las posiciones que ocupan educador y educando, y desarrollar el conocimiento a partir de las necesidades que dicta una realidad social en la que participan conscientemente cada vez más actores. Acoge la pregunta curiosa y le da la bienvenida a la necesidad humana de traspasar fronteras e incursionar en nuevos territorios.

No es de extrañar, entonces, que ambas tengan concepciones distintas de la cultura popular. Para la primera, es un concepto estático —para reforzar lo cual se suele acompañar por el calificativo de “tradicional”—, que tiene sus canales de reproducción propios y escasos vasos comunicantes con la cultura que se aborda en las aulas y a la que esa misma educación pertenece.

Para la segunda, es un concepto dinámico, sujeto a transformaciones y diálogos, material con el que se elabora la cultura sin apellidos. No está opuesta a los saberes organizados en la academia, sino que conversa con ellos en un proceso en el que ambos se transforman. Inficiona la educación formalizada y es la fuente de las interrogaciones que el diálogo debe ayudar a contestar.

Volviendo entonces a la ilustración del principio. La primera educación supone que el especialista es el dueño del conocimiento e ilumina con él a “pizarras en blanco” portadoras de una “cultura popular” que no tiene puntos de contacto con la del ilustrado. Asigna, además, lugares jerárquicos incluso en el espacio físico: el estrado, el lugar de sombra… Proscribe y excluye segmentos de la realidad de los educandos y los educadores. No habla nunca en primera persona y sus objetivos se fijan desde afuera y arriba.

La segunda es inclusiva: la cultura popular no es estática, sino que puede y debe incluir todo el saber y convertirse de una sobrecama de retazos, con elementos tomados de aquí y allá, en un hermoso tejido colectivo.

* Escritora, ensayista, profesora e investigadora cubana.

Más notas sobre el tema