Los números de la fiesta olímpica (Brasil) – Por Eric Nepomuceno
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Todos los números relacionados con los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro, que serán inaugurados el viernes 5 de agosto, son impactantes.
Pero el número más importante es desconocido, y, según el Tribunal de Cuentas de la Unión, permanece envuelto en nubes de misterio: ¿cuánto habrá costado toda esa fiesta? Los cálculos indican algo alrededor de 4600 millones de dólares. Se asegura que poco más de la mitad de los recursos vino de la iniciativa privada. Lo que no se sabe con seguridad es, en primer lugar, el costo real, y segundo, precisamente, cuánto de dinero público fue destinado al evento.
En todo caso, el costo de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro es inferior al promedio de los anteriores (5100 millones). Aun así es mucho para un país cuya situación es muy distinta de la de octubre de 2009, cuando se oficializó que la ciudad sería la sede del evento. En aquella época, había dinero. Ahora, faltan fondos para sectores básicos de los servicios públicos, y Río de Janeiro, cuya capital abrigará el evento, está literalmente en quiebra. Recién esta semana los funcionarios públicos cobrarán la segunda mitad de los sueldos de mayo.
Otra duda que está abierta: luego de los miles de millones de dólares, ¿cuál será la herencia que les quedará a los moradores de la ciudad?
La experiencia no es exactamente positiva, si tomamos en cuenta eventos como los Juegos Panamericanos, en 2007, o el Mundial de Fútbol, en 2014. Instalaciones construidas a precios millonarios se transformaron en elefantes blancos y generosas fuentes de alta corrupción.
Algunos indicios señalan que la herencia de los Juegos Olímpicos podrá, al menos en parte, ser positiva: un área del viejo y degradado centro de Rio, especialmente la zona portuaria, fue revitalizada y quedó hermosa.
La cuestión, en todo caso, es otra: ¿valió la pena tanta inversión? ¿Qué parte de la población, que seguirá aquí cuando los Juegos Olímpicos hayan terminado, se beneficiará?
Ejemplos anteriores no ayudan a despertar entusiasmos: Montreal tardó 30 años para cubrir las deudas dejadas por sus Juegos Olímpicos, y los realizados en Atenas contribuyeron de manera decisiva para que Grecia fuese arrastrada hacia el abismo.
En Río se dio el caso inverso: la quiebra se registró meses antes de los Juegos. Por más que el alcalde reitere que las finanzas municipales están equilibradas y que la quiebra fue de la provincia, lo que se constata es que muchos servicios básicos están al borde del colapso.
Imágenes contundentes ayudan a construir un retrato que aterra. El secretario provincial de Seguridad admite que falta combustible para los patrulleros y que en varias comisarías falta papel para registrar quejas y denuncias. Para completar, falta también papel higiénico.
En la morgue es frecuente que los cadáveres se apilen unos sobre otros porque los responsables de la higiene del lugar abandonaron el trabajo luego de tres meses sin cobrar sus sueldos.
En enero la municipalidad asumió el control de dos de los tres hospitales provinciales, que habían cerrado sus puertas por absoluta falta de recursos. La Universidad Estadual de Río está cerrada desde abril, los colegios públicos suspenden periódicamente sus actividades y en los últimos seis meses la criminalidad creció un 65 por ciento en una ciudad ya sofocada por la violencia.
Es verdad que el gobierno del interino de Michel Temer envió un socorro de unos 900 mil millones de dólares, y anunció que habrá más ayuda luego del cierre de los Juegos Olímpicos. Pero el déficit de la provincia es de seis mil millones de dólares, superior a lo que costará el evento.
Resultado: un paisaje desolador, una ciudad en colapso económico y social. Hace algunos días, quien llegaba al aeropuerto internacional era recibido por policiales y bomberos con inmensas pancartas que anunciaban “Welcome to Hell”. Otra pancarta decía “La prioridad de la policía es la población, la prioridad del gobierno son las Olimpíadas”.
Ni una ni otra frase es verdadera. La prioridad de la policía es cobrar los sueldos retrasados, y la del gobierno es intentar sobrevivir.
Así las cosas, bienvenidos todos a la Ciudad Maravillosa que vive días infernales.
Eric Nepomuceno. Periodista y escritor brasileño.