Nochixtlán: qué necesidad (México) – Por Pedro Miguel

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Sumar una decena de muertos a la barbarie represiva en Atenco, a los feminicidos en el estado de México, al manejo de la desaparición y muerte de la niña Paulette, a su inocultable gestación como producto de marketing en el útero de Televisa, a los desfiguros y tropiezos declarativos, a la compra masiva de votos en las elecciones de 2012, a los excesos represivos del 1 de diciembre de ese año, a las mentiras desenmascaradas de la propaganda por las reformas privatizadoras, al desastre y el desaseo de la estrategia de seguridad en Michoacán, a Tlatlaya, al desdén frente a los asesinados y desaparecidos en Iguala, a los escándalos de la Casa Blanca, Grupo Higa y OHL, a la derrota en las elecciones del 5 de junio.

A pesar de ese palmarés detestable el régimen ensayó en Nochixtlán una solución al conflicto magisterial que se parece tanto a lo perpetrado el 2 de octubre de 1968 en contra de los manifestantes reunidos en Tlatelolco: descargas de armas de fuego en contra de civiles inermes: una decena de muertos; casi un centenar de heridos.

Pero esta vez la decisión no podía terminar bien para el grupo gobernante porque, a diferencia de hace 50 años, el pacto social está roto por las propias reformas peñistas, la economía no crece al 6 por ciento, las clases medias están inconformes, las viejas «atribuciones metaconstitucionales» de la Presidencia son un remedo corrompido de sí mismas, los altos funcionarios desconocen el país y creen que viven en Holanda, hay organización social y popular independiente, la sociedad se ha zafado como ha podido de la tutela gubernamental y el aparato mediático del régimen no ha perdido su antigua capacidad de distorsión pero sí, en buena medida (gracias a la expansión de las redes sociales), la de ocultación.

En la manera gubernamental de tergiversar los hechos no valdría la pena ni detenerse: recuérdese que la Comisión Nacional de Seguridad emitió a medio día del domingo un boletín en el que negaba el uso de armas de fuego por la Policía Federal, que descalificó como «falsas» las fotos en las que se muestra a los efectivos de esa corporación haciendo uso de ellas, y que después el propio jefe tuvo que reconocer que en la acción participaron policías armados, aunque fuera «casi al final». Es abrumadora la evidencia –incluidas las armas y el parque– de que en Nochixtlán se envió a los uniformados a disparar contra el pueblo.

El culpable máximo de esa acción ya no es Nuño, ni el comisionado Enrique Galindo Cevallos, y ni siquiera el extraviado Gabino Cué, quien, con los cuerpos de los muertos aún tibios, declaraba que la masacre tuvo como propósito «preservar las libertades, el estado de derecho y la integridad física» en Oaxaca. Con su desorbitado afán por restaurar un presidencialismo difunto e irredimible, Enrique Peña Nieto se echó al cuello la soga de las responsabilidades. Su empecinamiento en mantener a sangre y fuego (literalmente) la tal reforma laboral disfrazada de educativa le creó otro conflicto político mayúsculo –uno más– a una presidencia que ya tiene abundancia de manchas y agujeros.

Pero qué necesidad tenía: convertir un problema gremial que habría podido resolverse con un poco de voluntad política en un nuevo agravio a la sociedad con declinaciones inevitables en el terreno de lo penal, porque Nochixtlán huele a crimen de lesa humanidad. «He girado instrucciones» tuiteó el titular del Ejecutivo, al ofrecer que los hechos serían investigados y esclarecidos. El problema con esa expresión es que se ha convertido en sinónimo de no hacer nada (como en Iguala, como con la Casa Blanca, como siempre) y que cualquier promesa que venga antecedida por ella es automáticamente ubicada por la opinión pública en el altero de papel reciclable.

Ojalá que Peña caiga en la cuenta de que la feroz andanada oficial contra los maestros democráticos –que va de la calumnia sistemática en artículos de opinión a ráfagas de rifles de asalto– ha fracasado porque los ha fortalecido y ha convertido a la CNTE y a la Sección 22 en el actor central de la resistencia contra la barbarie neoliberal de las reformas. A los ataúdes de los asesinados en Nochixtlán podría unirse otro: el de la «reforma educativa». A fin de cuentas, en un acto de magistral ponciopilatismo, Claudio X. González y su membrete Mexicanos primero ya se escabulleron de Nochixtlán. De esa manera el peñato podría empezar a despedirse con un gesto –uno, al menos uno– de honorable rectificación. De otra manera, el fin del régimen bien podría adelantarse al de la actual administración. Y qué necesidad.

Pedro Miguel. Es editorialista del diario La Jornada, de México.

La Jornada

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