El Colectivo Trans que revoluciona los colegios tomados en Chile
Aprovechando el contexto de las movilizaciones estudiantiles, un grupo de estudiantes secundarios agrupados en el Colectivo Lemebel viene realizando performances trans en los liceos en toma de la capital. Surgidos el 2013 en el mismo establecimiento donde estudió el escritor, se definen como una fraternidad de secundarios feministas, que luchan por eliminar la transfobia, la homofobia y el machismo de las salas de clases. Aquí, estos adolescentes cuentan su historia, critican al capitalismo y a los “machitos de izquierda”.
Estudiantes-inspirados-en-Pedro-Lemebel-hacen-performances-contra-la-homophobia-foto-alejandro-olivares
La escena parte así: Evelyn Matthei camina despreocupada y presumida frente a la Municipalidad de Santiago, haciendo repicar sus tacos sobre el cemento de la Plaza de Armas. Rodeada de un arco de flores rojas como su chaqueta, la excandidata presidencial UDI toma del pelo a una estudiante y, señalando su brevísimo jumper, le confiesa: “ambas somos esclavas de la depilación”.
Eso hasta que alguien se acerca y le arranca la peluca. “¡Tú no eres mujer, nadie aquí lo es. Ser mujer es un proyecto frustrado!”.
Pero Matthei no profiere insulto alguno. La exministra, representada por un escolar furioso, era parte de una performance del Colectivo Lemebel, un grupo feminista de estudiantes de educación media, compuesto mayoritariamente por adolescentes transgénero, y cuyo objetivo autoimpuesto es la “eliminación de la transfobia, la homofobia y el machismo de las salas de clases”.
Además de Matthei, el grupo lo componían enfermos portadores de VIH y una caricatura algo hipster e hipercomercializada de Frida Kahlo, quien declaraba a “todas las academicistas” que el bicho neoliberal la había picado a ella primero. Los performers vociferaron frente a las oficinas de Carolina Tohá, luego de que la alcaldesa prohibiera un homenaje convocado a un año de la muerte del mismo Lemebel: “Ahora que te veo en la tele, con ese vestido tan parlamentario, me doy cuenta que tal vez nunca fuiste de las nuestras, ni siquiera con el puño en alto”.
Las decenas de improvisados asistentes, entre ellos Irina la Loca, aplaudieron a rabiar. Lo que no sabían era que, si bien estos jóvenes de entre 14 y 17 años tenían pensados los roles que cumplirían en la performance, prácticamente todas las líneas las fueron pensando en la micro que tomaron desde el Parque O’Higgins hasta Plaza de Armas, esa calurosa tarde de enero de este año.
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El origen del Colectivo se remonta a los puchos después de clases y las conversaciones en los baños del liceo de hombres Barros Borgoño –mismo establecimiento donde estudió Lemebel-, en el año 2013. “Las chiquillas de ese tiempo estaban chatas de que las otras agrupaciones de izquierda las marginaran de las discusiones políticas por ser colas”, cuenta Fernanda Acevedo, estudiante del Liceo N°7 de Providencia. “El colectivo entonces surgió como respuesta a un problema inmediato de ese momento, que era el autoritarismo, la homofobia y la persecución de las autoridades a las colas del Borgoño en esos años”, complementa.
Partieron con acciones performáticas, como dejar condones con manjar –semejando condones con caca- fuera de la inspectoría del liceo. “Claramente Lemebel fue un punto de partida para luego adentrarse al pensamiento del feminismo y la disidencia”, relata Fernanda. Actualmente, el Colectivo tiene presencia en más de una decena de establecimientos de la capital, algunos incluso particulares y católicos.
Entre sus referentes se cuentan las Yeguas del Apocalipsis, la fallecida Hija de Perra y un antecedente más cercano: las Putas Babilónicas, el primer colectivo de estudiantes homosexuales de Chile proveniente del liceo Lastarria, de quienes sin embargo se distancian: “Es que las Putas nacieron viejas, po’, todas iban en tercero y cuarto medio. Y como era una cosa local de su liceo, no prosperó. Tenían un súper buen discurso y lograron generar un activismo disidente, pero nosotras queremos expandir esto a todos los establecimientos que podamos”, sostiene Iván Figueroa, alumno de 4to medio del Instituto Alonso de Ercilla, un colegio particular católico de la congregación de los Maristas.
A los 14 años, Iván, quien tiene el pelo castaño bien peinado y usa un grueso delineador negro para sus pestañas y ojos, salió con su primer novio, un joven que superaba la mayoría de edad. Él le decía “hueón, yo te puedo ayudar para que no se te note lo cola”, e Iván, quien recién ingresaba a la adolescencia, le hacía caso.
Tiempo después, husmeando en la biblioteca de su casa, encontró por casualidad un libro en el estante de su abuela. “Leí en la tapa Tengo miedo torero y dije ‘mi abuela de nuevo está leyendo hueás’. Por curiosidad empecé a hojearlo y me di cuenta de que Lemebel hablaba de mi ciudad y mis lugares; identidades con las que yo me reconocía y que pensaba estaban prohibidas”, cuenta. Al poco tiempo se deshizo de su novio, y comenzó a internarse en el mundo del activismo trans.
“Después de leer a Lemebel me di cuenta que la lucha LGBT no es un cuento de colores como te la pinta el Movilh; es más una deconstrucción de la identidad. Una búsqueda de encontrar tu lugar en el mundo”.
Junto al Colectivo se ha hecho presente en marchas estudiantiles y por la diversidad sexual. “Cuando eres bien cola, los pacos tienen miedo a tocarte. Nosotros aprovechamos eso y cuando marchamos usamos jeringas con sangre falsa, y nos acercamos gritando ‘¡vamos a infectarlos a todos!’. Los muy hueones salen cagando, piensan que les vamos a contagiar sida”.
Aprovechando el contexto de las movilizaciones estudiantiles, actualmente el colectivo se encuentra presentando su última performance en los liceos en toma de la capital. Cada vez que deben presentarse, Figueroa sencillamente hace la cimarra.
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Es viernes de la semana pasada en el Liceo Amunátegui de Santiago Centro, ubicado en los márgenes del Barrio Yungay. El cielo nublado no es la única amenaza sobre el establecimiento. Hace días que la alcaldesa Tohá solicitó el desalojo de los colegios de la comuna, y el rumor que corre es que en cualquier minuto el Amunátegui será el siguiente. Pero eso no parece importarle a las decenas de asistentes -entre ellos dos grupos de documentalistas, algunos periodistas y varios estudiantes de otros liceos- quienes vinieron a presenciar en vivo al Colectivo Lemebel.
Encumbrado sobre una tarima de madera, y enfundado con una apretada camiseta negra con el rostro de Mickey Mouse, Cristóbal Ceballos, alumno de 16 años del Barros Borgoño, grita con todas sus fuerzas: “¡Basta con el american way of life!”.
La línea pertenece a Objetos Perdidos, performance que el Colectivo se encuentra presentando en los liceos en toma de la capital. Su origen se remonta a comienzos de este año, cuando gracias a fondos de la Coordinadora Universitaria de Diversidad Sexual (CUDS) y al apoyo de personalidades trans como Irina la Loca y Wincy Oyarce (director del emblemático filme “Empanada de Pino”, protagonizada por Hija de Perra) lograron montar una obra con una ácida crítica al capitalismo y a la violencia de género ejercida por el sistema educacional.
La obra comienza con los acordes en piano de “El pueblo unido”, y durante su transcurso, vemos a estudiantes envueltos en vistosas bufandas rosadas tocándose la entrepierna, proponiendo posiciones sexuales entre ellos y jugando con la doble lectura en el discurso de una anticuada profesora de biología, personificada por Vicente Roda, a quienes sus compañeros llaman sencillamente “La Roda”.
La Roda ingresó al colectivo el año pasado, luego de fundar la Secretaría de Sexualidad y Género en su liceo, el Alessandri. “Yo me daba cuenta que el Alessandri era un espacio súper machista, pero siempre hubo un grupo de maricones que se juntaban entre ellos. Vi que ese era un espacio súper trabajable, porque eran cabras que estaban politizadas y que, a pesar del ambiente, ya tenían su espacio dentro del colegio. Entonces empezamos a trabajar, a leer y a hacer acciones en el colegio. A los profes les chocó mucho en un comienzo, les costó más aceptarnos que a nuestros propios compañeros”, afirma.
Actualmente, la Secretaría del Alessandri se encuentra trabajando con sus símiles de liceos como el Carmela Carvajal, el INBA y el Liceo N°1. “Nos dimos cuenta de que en todos los petitorios existía la demanda de una educación no sexista, pero que ésta no se entendía bien. Siento que actualmente se está trabajando mucho esta temática desde los secundarios”.
“Y eso era algo súper necesario para el movimiento estudiantil, que históricamente ha sido un mundo de ‘machitos de izquierda’”, complementa Cristóbal Ceballos. “La Jota y otras organizaciones están llenas de ellos. José Corona, vocero de la CONES, es un ejemplo. En el discurso te pueden defender, pero en las conversaciones de pasillo te andan diciendo ‘¿así que te gusta vestirte de mujer, travesti culiao?’”, afirma.
“Nos dicen que erradicar el patriarcado no es una prioridad, pero no son capaces de ver la relación patriarcado-capitalismo del día a día. Intentan erradicar una educación de mercado sin meterse con el machismo que la domina”, explica Iván Figueroa.
El debut de la obra, en el Festival Contracultural por la Educación No Sexista de Villa Grimaldi, concluyó con la exhibición de sus cuerpos desnudos y ensangrentados, reducidos a los minúsculos espacios de las “Casas Corvi”, cajones de un metro cuadrado donde se torturaron a prisioneros durante la dictadura.
“El capitalismo no habría avanzado como avanzó sin un patriarcado que lo sustentase”, afirma Iván. “O sin relaciones de poder”, complementa Fernanda, citando al pensador francés Michel Foucault.
Según Iván, el asunto no se trata de inclusión, se trata de transformación. “No nos interesa incluirnos en el sistema tal como está. No queremos ser iguales. Porque lo que no saben ni Rolando Jiménez ni Pablo Simonetti, es que ser fleto y pobre es peor”.
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La presentación concluye sin interrupciones policiales en el Amunátegui. Uno de los miembros del Colectivo, caracterizado como un Augusto Pinochet en mini falda gris, enciende un cigarrillo para dar paso a las reflexiones con los presentes.
“Queremos que los cabros sepan que pueden ser libres, y que la idea de libertad que les venden es pura mierda. Educarse es una mierda, porque te obliga a cumplir con ciertas expectativas laborales o identitarias. Pensamos que hay ciertas cosas de las que hay que deseducarse”, concluye Iván.
Para el colectivo es importante no perder el foco sobre su trabajo. “Yo creo que ser estudiantes politizados y sexualizados nos sitúa en una marginalidad. Cuando deconstruyes tu identidad, ya te sitúas en una disidencia. A veces tienes que situarte en el margen para cambiar las cosas”.
Además de la presentación de Objetos Perdidos en liceos, el Colectivo organiza charlas y jornadas reflexivas en torno al transfeminismo en distintos establecimientos de la periferia. Hace unas semanas visitaron un colegio en Puente Alto, donde una profesora de filosofía organizó una semana contra la homofobia y la transfobia. En los pasillos había dibujos con la bandera arcoíris hechos por niños de básica. “Hay mucho conocimiento de esto en los liceos de la periferia, sólo que no se les ha prestado atención”, reflexiona Valentina Aguilera, estudiante de 16 años y organizadora de los conversatorios que el Colectivo realiza en distintos espacios de Santiago.
“Una de los objetivos del colectivo, es el de invitar a la de reeducación de otras organizaciones de izquierda sobre el feminismo. Invitar a la deconstrucción de las estructuras rígidas de dominación”, coinciden. Citando al famoso Poemario Trans Sudado, de la artista argentina Sussy Shock, Iván concluye: “Al final, lo que buscamos es reivindicar nuestro derecho – y el de todos- a ser unos monstruos”.