“América Latina: Correlación de fuerzas, poder, gobierno y democracia”. Artículo escrito por Roberto Regalado en el que analiza la interrelación de esos elementos a la luz de la serie de acusaciones de corrupción contra los líderes de izquierda en la región

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Históricamente el imperialismo norteamericano invocó el pretexto de la defensa de la democracia para justificar su injerencia e intervención en nuestro continente

A casi dos décadas del inicio de la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas en América Latina, cuando creíamos haber demostrado que, por primera vez en la historia de la región, era posible acceder de modo legal, pacífico y estable a espacios en los poderes del Estado capitalista dependiente y emprender reformas progresistas o transformaciones sociales revolucionarias, se desató una avalancha de “organizaciones ciudadanas”, “periodistas independientes”, “legisladores escrupulosos”, “jueces aguerridos” y otros “actores sociales”, que colocan en el banquillo de los acusados a los líderes y lideresas, y a los partidos y movimientos políticos de orientación popular, por supuestamente incurrir en pecados congénitos del sistema social imperante, que los personeros y fuerzas políticas del capital siempre han cometido, cometen y seguirán cometiendo con total impunidad.

Llueven acusaciones, investigaciones y procesos judiciales por presuntas acciones ilegales o impropias contradirigentes de izquierda y progresistas en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Venezuela y Uruguay. Por supuesto que eso tiene consecuencias. Las experiencias de Argentina y Brasil, donde las oligarquías recuperaron el Poder Ejecutivo, revela lo que está en juego en todas las naciones gobernadas por fuerzas de izquierda y progresistas: el retorno del neoliberalismo puro y duro [1]. Y, “de pasadita”, los “moralizadores” se adueñan de genuinas reivindicaciones populares y las capitalizan, como ocurrió en Guatemala con la defenestración del presidente Otto Pérez Molina, y la elección presidencial del comediante Jimmy Morales, allegado a círculos militares de ultraderecha.

En medio de la supuesta ola moralizadora en curso, todavía no está claro “quién le pegó a quién” con la divulgación de los Papeles de Panamá, si el “golpe” es económico, político o ambos, y cuál es su relación con la ofensiva imperial contra los mecanismos de concertación, cooperación e integración antihegemónicos, en especial, los BRICS en la escena internacional, y el ALBATCP, UNASUR y CELAC en el ámbito continental, pues resulta obvio que el Consorcio de Periodistas Investigativos es el instrumento de algún poder oculto.

Democracia ¿sin apellidos?

Pero, ¿qué pasa en América Latina? ¿Acaso todos los líderes y lideresas de izquierda y progresistas hicieron un pacto para “corromperse” al mismo tiempo? Claro que no. La problemática en desarrollo es preciso analizarla desde diferentes ángulos. Aquí abordamos el nexo entre correlación de fuerzas, poder, gobierno y democracia, uno de los temas más polémicos en los primeros Encuentros del Foro de São Paulo.

Una parte de los fundadores del Foro sostenía que la democracia no tiene carácter clasista, que no es burguesa o socialista: que es democracia sin apellidos. En la medida en que la situación de América Latina evolucionó y los debates del Foro se desplazaron del análisis del colapso del “socialismo real” a la acción concreta en las nuevas condiciones imperantes, ese debate se desvaneció. Pero, hoy es preciso reabrirlo a la luz de los acontecimientos en curso, porque una democracia sin apellidos, una democracia no clasista, no podría ser torcida y manipulada por los poderes fácticos de la oligarquía, de la forma en que está ocurriendo en América Latina.

Una cosa es que haya sectores de izquierda y progresistas que aspiren a construir una democracia sin apellidos, pero otra cosa es la democracia realmente existente, la democracia burguesa, un sistema de dominación y subordinación de clase, que es democracia para la burguesía, y dominación y subordinación para el resto de la sociedad.

La democracia burguesa nació entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX en los puntos de máximo desarrollo económico, político, social y cultural del capitalismo, donde interactuaban dos factores: la necesidad y posibilidad de la burguesía de sustituir las formas más brutales de dominación, opresión y explotación, en la medida en que ello era compatible con la reproducción del capital; y la lucha de los movimientos obrero, socialista y feminista, que le fueron arrancando a la clase dominante más reformas de las que hubiese hecho por su propio interés e iniciativa.

En Asia, África y América Latina se proyectó la noción de que capitalismo y democracia son consustanciales, y que la democracia es el escalón supremo del capitalismo, al cual los pueblos de estas regiones no habíamos accedido por ser brutos y salvajes. Solo en dos naciones de América Latina se produjo, con carácter excepcional, un desarrollo relativamente estable de la democracia burguesa, Chile y Uruguay, pero incluso en ellas se impusieron dictaduras militares de “seguridad nacional” en 1973, en Chile, para derrocar al gobierno constitucional de Salvador Allende, y en Uruguay para frustrar el salto cualitativo dado por el movimiento popular y la izquierda, incluido el nacimiento del Frente Amplio en 1971.

Democracias neoliberales

Históricamente, el imperialismo norteamericano invocó el pretexto de la defensa de la democracia para justificar su injerencia e intervención en América Latina. En coyunturas en que lo consideró funcional a sus intereses, impuso en la región acuerdos para evitar el derrocamiento de gobiernos constitucionales. Así sucedió en América Central en la década de 1920, y en América Latina en su conjunto a raíz del triunfo de la Revolución Cubana y en la presidencia de James Carter. Pero la aplicación de esos acuerdos fue selectiva y de corta duración. Se sancionaba o no a los infractores según el “interés nacional” de los Estados Unidos.

La apertura de espacios democráticos en América Latina empieza en la segunda mitad de la década de 1980, en la etapa final del desmontaje de los Estados de “seguridad nacional” implantados en los años sesenta y setenta. El mal llamado proceso de democratización de América Latina, iniciado por el presidente Carter y continuado con mano más dura por Ronald Reagan, sustituía a las dictaduras que habían cumplido su tarea represiva por democracias restringidas, en las cuales la alternancia en el gobierno estaba limitada a políticos y partidos oligárquicos, que en el mandato de Reagan asumieron al neoliberalismo como doctrina inapelable.

Al imperio le pareció el momento ideal para imponer un nuevo pacto continental elitista de defensa de la democracia, entendida como implantación de Estados neoliberales regidos por un mecanismo supranacional de control del cumplimiento de sus normas y sanción de “infracciones”. Esa fue la esencia de la reestructuración del Sistema Interamericano emprendida por el presidente George H. Bush (19891993). Pero los estrategas estadounidenses no calcularon las consecuencias de la contradicción entre la apertura de espacios democráticoburgueses y la aplicación del neoliberalismo, que no sólo golpeaba a los sectores populares, sino también a las capas medias y las fracciones débiles de las burguesías latinoamericanas. Zemelman caracterizó a ese sistema político como “alternancia dentro del proyecto”: un esquema de alternancia “democrática” restringido a personas y partidos sometidos a un proyecto neoliberal único [2].

El acumulado histórico de las luchas de los pueblos latinoamericanos, en especial, el acumulado de la etapa de luchas abierta por la Revolución Cubana, enriquecido por el combate contra la reestructuración neoliberal de las décadas de 1980 y 1990, hizo el milagro, y el proceso concebido para dotar de una fachada democrática al Estado neoliberal, terminó abriendo espacios democráticoburgueses, en los que, con palabras de Gramsci, los pueblos pueden arrancarle concesiones a la clase dominante.

Transformación de la democracia

En las condiciones de la América Latina de finales del siglo XX e inicios del XXI, más que arrancarle concesiones a la clase dominante, Moldiz afirma que el pueblo reivindica la democracia representativa “para transformarla, ampliarla y re-semantizarla”.

¿Qué es lo nuevo, según Moldiz, en la relación entre poder, gobierno y democracia?

[…] los procesos constituyentes en varios países –constata el autor– se han traducido en la incorporación a sus respectivas Constituciones de otros tipos de democracias: participativa, deliberativa y comunitaria, lo cual no sólo es la apertura de nuevos espacios para nuevas formas de participación política, sino un aporte a la teoría política en general. Es reconocer que no hay una sino varias democracias, cada una de ellas portadoras de intereses de clase distintos [3].

Pero, ¿hasta dónde ha llegado el cambio en la relación entre gobierno, poder y democracia? Sobre este tema crucial, Moldiz señala que:

[…] habrá que reconocer que estas otras democracias no han alterado el carácter predominante de la democracia representativa como espacio de disputa entre la hegemonía y la dominación, entre emancipación de los pueblos y la dominación del imperialismo [4].

Y, acto seguido, enfoca su atención en un elemento medular:

De hecho, los gobiernos progresistas y de esa “nueva izquierda” tienen su origen y fuente de mandato en las democracias representativas que, de instrumento de dominación política al servicio del imperio y las clases dominantes en las postrimerías del derrumbe del campo socialista y de nacimiento de la unipolaridad, se han convertido en un instrumento de lucha, acumulación e inéditas victorias político-electorales de los movimientos sociales y ciudadanos [5].

Aquí está la esencia del problema: la clase dominante no se cruza de brazos a contemplar cómo, dentro de su democracia burguesa, dentro de su sistema de dominación y subordinación, las fuerzas populares construyen espacios de otros tipos de democracia; no se cruza de brazos a contemplar cómo la democracia representativa es convertida en instrumento de lucha, acumulación e inéditas victorias político-electorales de los movimientos sociales y ciudadanos, un proceso que, si logra convertirse en determinante, conduce a la plena emancipación social. Para impedirlo, el imperialismo y las oligarquías criollas recurren a todos los medios y métodos a su alcance, con el objetivo de restablecer la alternancia dentro del proyecto neoliberal donde fue quebrada, y evitar que se quiebre donde aún funciona.

La correlación de fuerzas entre clases y sectores sociales es el factor decisivo de en qué medida la democracia burguesa asimila o rechaza demandas sociales. En la América Latina de las décadas de 1980 a 2000, la correlación de fuerzas se inclinó, de manera creciente, a favor de las fuerzas de izquierda y progresistas como resultado de dos elementos: el fortalecimiento de la conciencia, organización, movilización y lucha de los sectores populares contra el neoliberalismo; y la profundización del rechazo de la sociedad en su conjunto contra los gobiernos, partidos y políticos neoliberales. En la competencia electoral, esos elementos estimularon la convergencia de la acrecentada masa de votos propios de la izquierda, con la acrecentada masa de votos de castigo contra los neoliberales.

Giro a la derecha

En la década de 2010, la correlación de fuerzas se inclina a favor de las fuerzas oligárquicas, también por la combinación de dos elementos:

● Las fuerzas de izquierda y progresistas en el gobierno carecen de un programa y un pensamiento estratégico y táctico. Esto no es una crítica, es una constatación. Las que se proponen una transformación social revolucionaria asumieron el gobierno en un momento en que se han derrumbado los paradigmas emancipadores del siglo XX y aún están por delinear los del siglo XXI. Era imposible “pedir prórroga”. Tenían que asumir el liderazgo del proceso transformador y, parafraseando al poeta, hacer camino al andar, pero eso tiene costos. Por otra parte, en las que promueven una reforma progresista, prevalece la noción de democracia sin apellidos: creen competir en igualdad de condiciones con la derecha y en que puede haber una alternancia civilizada de gobiernos progresistas y neoliberales. Quienes sufrieron reveses recientemente, es probable que hayan hecho balances errados de sus victorias, empates y derrotas en las escaramuzas tácticas que libran con la derecha. O no se percataron de que la acumulación social y política que antes les favoreció cambió de destino, o lo subestimaron, o no reaccionaron con efectividad.

En la desacumulación de las fuerzas de izquierda y progresistas opera un mecanismo de autodefensa de la democracia burguesa, no el que excluye y rechaza, sino el que asimila y reblandece, a saber, la capacidad de imponer sus reglas del juego: elecciones, votos, promesas electorales, persistencia de la hegemonía burguesa, expectativas socioeconómicas imposibles de satisfacer sin un cambio sistémico, grupos de interés, clientelismo, campañas proselitistas, pactos electorales, cuotas de poder, cargos, sueldos, beneficios y otras.

● La derecha identificó y analizó los puntos fuertes y débiles de ambas partes en lucha, las propias y las de la izquierda, y se trazó una estrategia destinada, por una parte, a aprovechar sus fortalezas y encubrir sus debilidades, y por la otra, a sacar el mayor partido posible de las debilidades de la izquierda y a erosionar sus fortalezas. Con el método de prueba y error, fue perfeccionando la guerra mediática y las campañas desestabilizadoras, políticas, económicas, sociales, ideológicas y culturales, y reordenando, refuncionalizando y acoplando las herramientas del Estado burgués que permanecieron bajo su control en los poderes legislativo y judicial, y en el propio poder ejecutivo. Esos elementos hoy se acoplan como una cadena de producción fordista: “organizaciones ciudadanas” que actúan como fuentes primarias legitimadoras de las acusaciones y demandas contra los gobiernos; “periodistas independientes” cuyos “descubrimientos” destruyen la credibilidad de nuestros líderes y lideresas; medios de comunicación “libres” que crean un estado de opinión negativo con esas acusaciones, demandas y descubrimientos; y órganos legislativos y judiciales que golpean al unísono al gobierno para derrotarlo o derrocarlo, y por supuesto, la injerencia foránea.

En resumen, la situación es grave y preocupante, pero reversible:

● grave porque, con la oligarquía neoliberal, no hay alternancia civilizada: ella busca recuperar todos los espacios para jamás volver a perderlos;

● preocupante porque, comoquiera que lo haya hecho, la oligarquía captó apoyo de sectores populares que fueron durante años gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas; y,

● reversible porque donde quiera que la oligarquía recupere el monopolio de los poderes del Estado, la concentración de riqueza y el descarte de seres humanos crearán condiciones para nuevos auges de las luchas emancipadoras.

Pero, para preservar el gobierno, recobrarlo o alcanzarlo, según el caso, las fuerzas de izquierda y progresistas necesitan concebir, desarrollar y hacer prevalecer formas populares de poder, gobierno y democracia, que superen a las formas burguesas.

* Doctor en Ciencias Filosóficas y Licenciado en Periodismo, es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

1 Para conocer las opiniones del autor sobre esta problemática, véase a Roberto Regalado: La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, México D.F., 2012.

2 Hugo Zemelman: «Enseñanzas del gobierno de la Unidad Popular en Chile», en Gobiernos de izquierda en América Latina: el desafío del cambio (Beatriz Stolowicz, coordinadora), Plaza y Valdés Editores, México D. F., 1999. pp. 3536.

3 Véase a Hugo Moldiz: América Latina y la tercera ola emancipadora, Ocean Sur, México D.F., 2012, pp. 8993.

4 Ibíd.

5 Ibíd.

La Época

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