Los falsos dilemas: redes sociales o actores sociales; poder o resistencia (Ecuador) – Por Orlando Pérez

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La construcción de actores sociales con vocación de poder no es una contradicción política. Al contrario, los manuales clásicos y las teorías de la ciencia política la contempla como una razón de ser de la actoría social y política (porque la una no se divorcia de la otra en la práctica). Resistir sin pensar en la toma del poder es como si en un partido de fútbol todos los jugadores se encerraran en el arco los 90 minutos para no perder ante su rival.

Dirán: “Resistimos, no perdimos, al menos empatamos”. Claro, ni hicieron goles, ni se dejaron hacer y el partido quedó en la nada. Quizá en un bonito espectáculo de pura resistencia. Ya son varias las personas, particularmente consultores políticos y estrategas, que ponen mucho énfasis en las redes sociales como el verdadero espacio contemporáneo de la disputa política.

Es más, para algunos de ellos todo lo que pase por las redes sociales define el devenir político de una sociedad concreta. Incluso, advierten ya: lo que no pasa por las redes, no existe. Podría ser. Hasta cierto punto. Todavía no hay mediciones lo suficientemente sólidas para saber hasta dónde lo que ocurre en las redes es el reflejo real de la determinación política de la ciudadanía.

No basta con tener decenas de miles de ‘likes’ o de seguidores para ganar una elección o definir, imponer, sugerir o inducir a una decisión política trascendental. Del mismo modo, la movilización social no determina, necesariamente, una corriente a favor o en contra de algo o alguien. Ecuador fue muy fértil en movilizaciones sociales, sindicales y estudiantiles en las décadas finales del siglo pasado y no precisamente ganaron elecciones las organizaciones políticas que las empujaban.

Al menos no hubo una sola de ellas que alcanzara siquiera mayoría en el entonces Congreso. Y al mismo tiempo se proclaman actividades en las redes, por ejemplo movilizaciones callejeras, como si fueran un síntoma real y hasta paradigmático de la participación ciudadana. Se ha dicho incluso que ahí está la verdadera participación y que lo que de ahí sale se debe considerar en la toma de decisiones políticas gubernamentales y municipales, sin soslayar las legislativas que tienen otro nivel de decisión.

Pues ni lo uno ni lo otro. Ni las redes sociales son la expresión más altiva y representativa de la ciudadanía (quizá un síntoma de un momento y de unas causas), ni la movilización refleja la expresión de malestar o de compromiso colectivo mayoritario sobre determinado tema. Por un lado, porque ni todo lo que ocurre en las redes es por asuntos políticos, todo lo contrario: esos asuntos son la menor actividad de quienes usan las redes, y por otro porque las movilizaciones sociales (marchas, protestas y hasta confrontaciones callejeras) no involucran ni al 1% de la población donde se desarrollan.

Por si acaso, nadie puede negar la legitimidad de organizar marchas o de expresar en las redes opiniones políticas. Los procesos políticos tienen ahí insumos y datos para entenderlos y para trabajar en su análisis y en la elaboración de los programas y propuestas políticas. Lo que no se puede confundir es a la red social con el actor político, ni viceversa, aunque suene paradójico. Al contrario, en la misma medida en que los actores políticos intensifiquen su trabajo político real, ese segmento en su apoyo o rechazo en las redes será más dinámico.

Si no, miremos lo que ocurre en las redes sociales mientras hay marchas y paralelamente un evento deportivo o un asunto vinculado con la farándula. Lo mismo pasa con ese afán bastante arraigado (sobre todo en esa izquierda purista) de ver al poder como lo peor, lo malo, donde ocurren todas las corrupciones posibles. Parecería que para cierta izquierda el poder no fuera un objetivo de su lucha sino solo un objeto de su oposición permanente, casi crónica.

En resumen, que el único camino es la resistencia eterna, y entonces permanecen en ella dichos líderes y activistas como una condición de fe y de estoicismo. ¿Si el poder es la fuente de corrupción, porqué hay ONG con escándalos por el manejo de sus recursos? ¿Y por qué existen partidos políticos, sindicatos y universidades donde presidentes, secretarios y/o rectores, aparentemente puros y castos, abnegados y sublimes, manejan los fondos como si fuesen de su hacienda?

¿Para eso sostienen la resistencia eterna y sin ninguna vocación de poder? En esa perspectiva parecería que los moralistas de izquierda, como no les interesa el poder y están más convencidos de la resistencia eterna, trabajaran en la práctica para la derecha, para que ella estuviera siempre en el poder (económico, político, cultural, social) y tuviera la justificación plena y sostenida de mantenerse por siempre en la resistencia.

¿No es lo que hace un seudoperiodista y sindicalista al entregarse (desde su supuesta condición de izquierda) a un exbanquero y candidato presidencial de la derecha? Lo paradójico del momento actual es que ante la ausencia de movimientos sociales crecen las redes sociales, pero al mismo tiempo notamos la ausencia de un verdadero ejercicio político.

Las redes sociales ayudaron a construir espejismos sobre lo que es la verdadera actoría social, la resistencia, la opción de poder y la transformación genuina de la realidad. Sin embargo, resistencia hay, pero no la vemos, y no precisamente al “poder” sino al modo capitalista de hacer de la vida un territorio de realizaciones sociales y no solo a favor del mercado.

*Director del diario El Telégrafo, Ecuador.

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