Enrique Correa, exministro del Gobierno de Patricio Aylwin (Chile): «Aprendí de Aylwin, y de nadie más, que el momento supremo de la política es en el acuerdo»

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Por Loreto Daza

Enrique Correa conoció a Patricio Aylwin hace más de medio siglo. Corría 1958. Jorge Alessandri era Presidente de la República, eran tiempos de controversia en la Iglesia; los conservadores no se resignaban al hecho de la división política de los católicos. Patricio Aylwin y Enrique Correa, católicos que abrazaron los aires de cambio del Concilio Vaticano II, coincidieron desde distintos roles, un líder político de la DC, el primero, y un adolescente recién ingresado en las filas de la DC, el segundo.

En las décadas siguientes recorrieron juntos la convulsionada historia de Chile: la llegada de Frei Montalva a la Presidencia, la caída de Salvador Allende y el Golpe Militar. Pero no siempre estuvieron en el mismo bando. En 1969, con Frei Montalva en La Moneda, un grupo de jóvenes rebeldes, entre los que se encontraba Correa, decidió abandonar la DC y fundar el Mapu. “Cuando nos fuimos de la DC lo vi muy poco”, recuerda Correa sobre Aylwin: “Quedó muy golpeado, muy dolido”.

Se reconciliaron para el plebiscito y trabajaron juntos en la victoria del No. Cuando en 1990 Aylwin se convirtió en el primer presidente democrático después de 17 años de dictadura, lo llamó para ocupar la Secretaría General de Gobierno.

Desde su oficina de lobby, Imaginacción Consultores, Correa recorrió los principales capítulos de la vida política de Aylwin y de la historia de Chile.

¿Cree que Aylwin fue un político hábil?

Lo que aprendí de Patricio Aylwin, y de nadie más, es que el momento supremo de la política, donde muestra toda su magnitud del bien o virtud, es en el acuerdo. Por eso, en 1973, él se jugó por el acuerdo de la DC con el Presidente Salvador Allende.

Un acuerdo que fracasó…

Pero Aylwin creyó en el dialogo hasta el fin. Pienso que tuvo que apaciguar muchos ánimos en su propio partido para dar continuidad a ese diálogo. El conservó la esperanza en la conversación con Allende hasta el final. Aylwin, como presidente del Senado, captó antes que nadie que el día que se parara de la mesa de las conversaciones y Allende se quedara solo, se acababa todo. El lo sabía perfectamente bien.

Pero no lograron acordar una salida. ¿Fracasaron?

Las cosas eran muy complejas. Allende estaba presionado por su partido. Aylwin, por el grupo de parlamentarios que pensaban que el gobierno de Allende no tenía remedio.

A Aylwin le parecía que Allende era un hombre muy distinto a él. Aylwin quería llegar a un acuerdo con Allende, porque sabía que si no llegaba a ese acuerdo, se acababa todo. Pero en su partido no miraban con buenos ojos ese acuerdo. Siento que en la sustancia, Aylwin buscó el acuerdo extremando los limites, tirando la cuerda de su mandato. Creo que es un error pensar que los únicos que estaban presionados eran los de la izquierda. Había muchos democratacristianos que estaban convencidos de que el gobierno de Allende ya no tenía más remedio. Tampoco creo que hayan buscado el Golpe.

Mirando hacia atrás, veo que Allende tuvo dilemas parecidos a los de Arafat en Camp David. Arafat tuvo el acuerdo en sus manos, pero no podía romper con su izquierda.

Con los años, a Aylwin se le ha cuestionado su compromiso con las ideas progresistas, especialmente al final del gobierno de Allende.

Me acuerdo de una declaración que hubo que hacer por la OLAS, (Organización Latinoamericana de Solidaridad). Era un tema cubano, antinorteamericano, y Allende le había dado mucho apoyo. Había todo un sector democratacristiano que pensábamos que la DC debía ser parte de la OLAS, que había que respaldarla. Aylwin no se opuso. El aprobó apoyarla. Puso observaciones, pero nada más. Por eso creo que siempre se sintió dentro del mundo del progresismo.

Cuatro años después, me encontré con Clodomiro Almeyda, que fue como un padre para mí. Había sido muy amigo de Aylwin. Me contó cómo Patricio Aylwin le explicó por qué no iba a ser socialista. Pero tampoco tuvo de sí mismo la percepción de ser un hombre de derecha.

En todos los años que conoció a Patricio Aylwin, ¿diría usted que fue un político conservador?

En todos estos años lo he visto desde distintas facetas. Cuando lo conocí, en 1958, lo sentí como un fuerte opositor al gobierno de Alessandri. Un crítico muy duro a la derecha de su tiempo. El suyo era la encarnación de un discurso progresista muy inteligente.

Una segunda idea que tengo de él fue siendo Aylwin presidente del partido, en 1968, yo fui presidente de la juventud. El se oponía mucho a nuestros postulados. El era la encarnación de la defensa del gobierno DC, y cuando alguno de nosotros hablaba, él sentía la obligación de respondernos. Yo dije en una entrevista una frase que era en realidad de Rodrigo Ambrosio, el presidente de la juventud. “Nosotros somos hijos de Cuba y de Vietnam”. Aylwin me respondió en la junta y dijo: de allí son hijos y yo aclaré que yo era hijo de una parroquia. Me respondió de una forma muy severa. Esta vez sentí que era la encarnación del conservadurismo. Lo sentí que estaba más a la derecha de lo que en realidad estaba, porque él era parte de un gobierno transformador. Era parte del corte ideológico de esos tiempos.

Cuando lo volví a ver -después de muchos años- en el plebiscito, yo era parte del equipo técnico del No. Lo percibí como la reencarnación del reencuentro de la DC y PS.

Cuando fui su ministro, como Presidente, sentí algo similar que con Ricardo Lagos, como la encarnación de Estado, de la autoridad presidencial. En algún minuto estábamos conversando y nos dijo a Böeninger y a mí: “Somos un equipo”. Recuerdo que le dije: la distancia entre este sillón y ese es infinita. No lo dije por alabarlo, sino porque lo sentí como Presidente. Lo sentí de verdad.

Hay otra dimensión post Presidente. Lo he sentido como maestro. Hasta hace un tiempo, cuando me despertaban dudas, a la única persona que he sentido que le he podido preguntar ha sido a él.

Los jóvenes rebeldes abandonan la DC.

A fines de los años 60, siendo Patricio Aylwin presidente del partido, “levantamos o ayudamos a construir una mesa, una lista para encabezar la Juventud DC, pero contraria a Frei y a Aylwin. Se trataba de la mesa de los rebeldes terceristas”, recuerda Correa. Pujaban por transformaciones sociales más radicales.

Las cosas se pusieron aún más tensas cuando ganaron las elecciones y pasaron a dirigir la juventud del partido. Correa era parte de ese grupo de dirigentes.

En 1969 la relación terminó por fracturarse con la salida de los jóvenes DC para formar el Mapu, grupo que integraron, además de Correa, Rodrigo Ambrosio, Rafael Gumucio, Oscar Guillermo Garretón y Alberto Jerez.

¿Cómo reaccionó Aylwin a la creación del Mapu?

A él le preocupaba mucho lo que hiciéramos nosotros, los jóvenes de entonces. Eramos la generación futura, la generación de la Patria Joven y, por alguna razón, pensaba que tarde o temprano íbamos a dirigir el país.

El temía que nosotros no fuéramos ideológicamente de la casa cristiana, que termináramos muy influidos por Fidel Castro, Mao Tse Tung, el marxismo, y que la semilla de continuidad espiritual de la DC quedara comprometida. A medida que se fue formando esta convicción, Aylwin empezó a preferir que estuviéramos afuera.

¿Cuáles eran sus temores? ¿Acaso previó lo que sucedería años más tarde?

El temía que lesionáramos la identidad, la herencia espiritual de la DC, que esta generación de recambio que iba a dirigir el partido y el país en el futuro no estuviera a la altura.

Yo creo que se negó a entender los cambios que venían, el alcance que tenían en su momento. Pero no sólo por nosotros.

El era un cristiano de concilio, amigo del cardenal Silva, eran del mismo mundo. Pero él pensaba que nosotros teníamos que despegar, seguir nuestro propio camino. Nunca pensó que iba a pasar lo que iba a pasar. Además, nosotros queríamos irnos también.

Le preocupaba que más allá de lo que construyéramos, siguiera siendo católico. Así fue, porque el Mapu partió siendo católico; íbamos a hacer lo necesario para unir el mundo católico con el marxismo.

El consideraba a la DC hija de un pensamiento integral, de un humanismo integral. Sentía una resistencia intelectual muy fuerte a Marx, pero, a la vez, aun en el momento más duro de la confrontación con Allende y la dictadura, su corazón nunca dejó de ser progresista.

La llegada a La Moneda

Después de la formación del Mapu, Correa y Aylwin se distanciaron considerablemente. “No me atreví a ir a verlo por mucho tiempo. Una vez le mandé saludos a través de la Mariana, su hija. Fue para el plebiscito, trabajaba en una especie de equipo técnico para Genaro Arriagada. Cuando me vio, me abrazó y me dijo riéndose: ¡Nosotros peleamos tanto!”.

Presidente de la DC, Aylwin postulaba que había que aceptar la Constitución política de 1980 como un hecho.

– Cuando ganamos el plebiscito, el candidato natural era Aylwin. Clodomiro Almeyda también pensaba que era más bien la hora del centro.

– Me correspondió ser uno de los primeros en decirle que debía ser candidato a la Presidencia. Fui a verlo una tarde con Raimundo Valenzuela. “Venimos a decirle que usted debe ser presidente”.

Un reflexivo Aylwin tomó nota y dijo: “Cómo hacerlo, hay tantas cosas por cubrir. Podemos darle a Chile un mejor fin de siglo del que les dieron nuestros antecesores”.

¿Cuáles eran, a su juicio, sus principales fantasmas?

A Aylwin le tocó vivir momentos muy delicados en la historia. Y es que siendo Salvador Allende y Eduardo Frei Montalva los dos grandes líderes de primera categoría, ellos no supieron hacer una combinación juntos. Algo que nosotros, los socialistas y democrata- cristianos, sí pudimos hacer después de tanto dolor.

Pienso que quienes heredamos el papel de ellos no repetimos la historia. Así uno se pregunta cómo dos gobiernos tan parecidos, con la reforma agraria, la nacionalización, no fueron capaces de apoyarse mutuamente.

¿Lo marcó eso a Aylwin?

Pienso que los años de la Concertación, en la campaña del No, fueron los momentos más felices de su vida, porque se reencontraba con la izquierda que quería tanto.

Recuerdo que asistió a un congreso socialista en La Serena. Era 1991 y él lo cerraba. Lo aplaudieron mucho. La cara de felicidad de ese hombre no la olvidaré jamás. Se reencontró con sus amigos y con quienes se separó por la ideología.

¿Cuál fue la principal herencia de su gobierno?

El recibió a un país disperso, aterrorizado, y entregó cuatro años más tarde una nación que era un techo común para muchos, más seguro y que caminaba con paso firme.

¿Cómo fue la relación con Pinochet?

Siendo Presidente le interesaba mucho destacar el concepto de autoridad civil. Para entonces el concepto de autoridad estaba claramente vinculado a los militares. Ese fue el corazón de su gobierno.

Conversaba mucho con Pinochet; siempre lo trató bien. Una sola vez le planteó que renunciara a la comandancia en jefe, pero fue antes de asumir la Presidencia de la República. Suponía que le iba a decir que no y, entonces, en ese momento previo a su investidura, no ponía en riesgo la autoridad presidencial. Pinochet le respondió en esa ocasión “no crea usted que no lo voy ayudar”.

¿Incluso después del ejercicio de enlace, en diciembre del 90, pensaba que Pinochet ayudó en la transición?

El ejercicio de enlace y el acuartelamiento de tropas se produjeron porque estaba a punto de realizarse un nuevo avance judicial de los “pinocheques”. Se generó un equívoco. Ese equívoco fue una conversación del general (R) Jorge Ballerino conmigo; después supe que también habló con Jarpa.

Ballerino me dijo que si resolvíamos el problema de una forma digna para su familia, Pinochet acortaría su período. Fui a contarle al Presidente y él me dijo que lo había llamado Jarpa por el mismo motivo. El Presidente le pidió a Rojas, ministro de Defensa, que hablara con Ballerino y así lo hizo. Cuando Rojas le preguntó a Ballerino cuándo se retiraría Pinochet, le respondió que no le podía decir cuándo. Entonces no hay arreglo, le contestó Rojas. Ballerino salió y dijo que lo había citado el ministro de Defensa y lo había presionado para que el general Pinochet renunciara y, por lo tanto, que el asunto era contra la Constitución.

Siempre he pensado que Ballerino no estaba autorizado para realizar esa conversación.

Después de eso supimos del acuartelamiento e inventaron que era un ejercicio de enlace para no violar la ley. Creo que ese fue el día más peligroso, más que el boinazo años después.

Lo más importante era que los militares no hubieran desafiado públicamente la ley. Además, el ejercicio de enlace era una operación que tenía comienzo y fin.

Después, Aylwin citó a Pinochet. Le dijo que no podía continuar con ese tipo de actitud.

Tres años después, en 1993, hubo otra advertencia de Pinochet con el boinazo.

Para esa fecha, Aylwin no estaba en Chile. Decidió no volver, tuvo una dirección más directa con nosotros. Se enojó mucho cuando supo que el vicepresidente Enrique Krauss y yo habíamos ido a la casa del general (R) Jorge Ballerino y no lo habíamos recibido en La Moneda.

Nunca le gustó cómo condujimos el asunto. Tuvo mucho de negociación y eso a él lo complicaba. Después no recibió más a Pinochet en La Moneda, pero lo recibía en su casa.

Un día tuvo una conversación conmigo: “Si usted negocia con Ballerino, eso puede prolongar el rol político de los militares y a eso hay que ponerle fin. Debemos tener una relación profesional con ellos”. Esa idea de tanta relación con los militares la veía necesaria, pero de alto riesgo.

¿Y finalmente mostró ser un político hábil?

A Aylwin lo que más le importaba era agrupar a todo el sistema político para que los militares dejaran de cumplir un rol político. Puso mucho énfasis en tener un buen acuerdo con todo el sistema político, incluso con la UDI. Se despegó de la idea imperante de la Concertación de entenderse sólo con Renovación Nacional.

Con motivo del acuerdo de la Ley de TVN empecé a negociar con Sebastián Piñera y Andrés Allamand y no fue satisfactorio. Estévez, que era diputado, me sugirió que negociara con Jaime Guzmán. Le pedí autorización al Presidente, porque transgredía una idea que rondaba en nuestro mundo y era que la UDI era la derecha dura y nosotros negociaríamos con la derecha democrática. El Presidente me respaldó completamente. El quería integrar también a Jarpa, quien nos ayudó mucho en otras leyes. La reforma municipal, la que permitió la elección de alcaldes, la negociamos con Jarpa. Un pedazo que quedó incierto, la hicimos con Jovino Novoa. Siempre apostó a que invirtiéramos todo en ponernos de acuerdo con el sistema político para que los militares nunca más hicieran lo suyo.

¿Los militares también entraban en el mundo de las negociaciones?

No podíamos entendernos sino con el general (R) Ballerino. De ese modo logramos sacar a militares de línea de sucesión.

Gracias a esas conversaciones le pudimos poner a Pinochet algunos límites, como el de la amnistía. Era necesario negociar, pero debíamos hacer que esa necesidad durara poco.

¿Por qué cree usted que no tocó los pilares del libre mercado cuando claramente no lo convencían para nada?

Porque no quiso repetir la experiencia del Presidente argentino Raúl Alfonsín (1983-1989), gran demócrata, que convivió con un desastre económico, porque hizo políticas económicas a la antigua. Aylwin estaba convencido de que si estabilizaba la democracia y junto con ello seguía la prosperidad económica, esto iba a ser imbatible e íbamos a gobernar por mucho tiempo. Sabía que si la democracia producía una debacle económica, esa democracia iba a durar poco. Si se avanzaba en estabilidad íbamos a gobernar mucho.

La experiencia de Alfonsín estaba siempre en su cabeza.

¿Cómo surge la Comisión de Verdad y Reconciliación?

Es una idea directa del Presidente. La primera vez que la conversó con sus ministros no lo hizo como una propuesta o a modo de pregunta, sino que lo planteó como una decisión. Fue una decisión personal.

¿Tenía algunas certezas de lo que debía esperarse de esta comisión?

Siempre consideró que tenía que ser una comisión incuestionable. De una gran transversalidad, como finalmente lo fue. Entre los candidatos hubiera querido que estuviese Francisco Bulnes Sanfuentes. Lo fue a ver y él no estimó prudente participar.

Un segundo punto muy importante fue que siempre pensó que la comisión debía no sólo descubrir la verdad sobre los hechos, sino que también revelar el nombre de sus ejecutores. Ahora parece obvio, pero entonces no lo era. Estimaba, además, que era un deber de la comisión que en la medida en que llegaban a la conclusión de que los hechos investigados eran constitutivos de delito, debían comunicarlos a los tribunales. Así, la comisión por mandato presidencial fue el inicio de los juicios por los derechos humanos.

¿Dudó sobre la Comisión Verdad y Reconciliación?

Nunca dudó. Al ser una decisión personal, lo sacó de la dimensión del cálculo político. Sin esto, su gobierno perdía sentido.

¿Temores?

Me sorprendía su serenidad. En los momentos complicados, se mantenía sereno. La serenidad con que nos dejó trabajar, nos respaldaba y nos corregía en privado tantas veces. Le dio al país serenidad.

La última vez que Enrique Correa vio a Patricio Aylwin fue para su cumpleaños 97, en noviembre del 2015. Conversaron largo, curiosamente Aylwin no habló de su gobierno.

– Yo me acuerdo que siempre fui un hombre que buscó acuerdos, señaló el ex mandatario.

– A veces me tocó enfrentarme con gente, pero siempre he tratado de ser un hombre de los acuerdos.

Hasta el último día de sus días, desprendido del hecho de haber sido Presidente, lo que lo tuvo más contento en su vida es haberse constituido en el hombre de los acuerdos.

La Tercera

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