El resurgimiento de la izquierda (Perú) – Por Steven Levitsky

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Sean cuales sean los resultados hoy, el desempeño del Frente Amplio ha sido extraordinario. Luego de 25 años en los márgenes políticos, la izquierda compite seriamente por la presidencia. Aun si pierde, el FA tendrá una bancada importante en el Congreso y una candidata fuerte para 2021. Son pasos importantes hacia la reconstrucción de una izquierda viable.

Aunque la derecha se vuelva histérica (otra vez), el fortalecimiento de la izquierda beneficia a la democracia. Una izquierda sólida mejora la calidad de la representación, fomenta el debate programático, reduce el espacio para el populismo, y da impulso a las políticas redistributivas necesarias para combatir a la desigualdad social. (Varias investigaciones muestran que la democracia es menos viable en un contexto de extrema desigualdad.)
El ascenso electoral de Verónika Mendoza ha sido espectacular. Subió de 1% a 20% en las encuestas sin muchos recursos, organización partidaria, o amigos en los medios. No tiene ni una fracción del financiamiento que tienen Keiko, PPK, y Alan.

Sin duda, Mendoza tuvo buena suerte. Su ascenso se debe, en parte, a la lamentable exclusión de Acuña y Guzmán (gracias a la cual la revista británica The Economist describe la elección peruana como una “farsa peligrosa”).
Pero el éxito de Mendoza no es pura casualidad. De hecho, hay tres lecciones de ese éxito que quiero resaltar. Primero, el espacio electoral se llena. Los que pensábamos hace un año que la elección terminaría siendo una competencia entre varios sabores de derecha nos equivocamos. Gran parte del electorado se quedaba sin representación. Muchos peruanos buscaban a un candidato más alejado del poder –alguien que no era del establishment limeño. Alguien como Acuña, Guzmán, o Mendoza.

Y existía un espacio en la izquierda. De hecho, una encuesta publicada en marzo por el Instituto de Opinión Pública de la PUCP sugiere que este espacio ha crecido desde 2011. Según la encuesta, el 40% del electorado quiere un gobierno que realice “cambios radicales” en la política económica, comparado con el 33% en 2011. Y una sólida mayoría (52%) cree que “Promover una mayor intervención del Estado es la única forma en que el Perú puede desarrollarse”, comparado con 42% en 2011. Solo el 36% de los encuestados cree que el mejor camino es “promover una economía privada de mercado”.
Existía entonces una brecha entre la oferta conservadora del trío Keiko-PPK-Alan y la demanda electoral. Gran parte del electorado buscaba a un candidato más estatista y más alejado del poder. No necesariamente Mendoza, pero la candidata del FA tenía el perfil correcto.

Una segunda lección del éxito de Mendoza es que la unidad de la izquierda no es necesaria. El mito de la unidad –basado en la experiencia de la IU en los 1980– se ha roto. El Frente Amplio nació como proyecto de unidad pero rápidamente dejó de serlo. La mayoría de las organizaciones de izquierda lo abandonaron. Ciudadanos por el Cambio, Fuerza Social, Partido Humanista Patria Roja, PC formaron UNETE por la Democracia, que naufragó y quedó marginado. Goyo Santos y Vladimir Cerrón no entraron al frente. Y muchas figuras progresistas, como Susana Villarán, Vladimiro Huaroc, César Villanueva, Susel Paredes, Rosa Mávila, Sergio Tejada, y Julio Arbizu quedaron afuera.
En el inicio de la campaña, entonces, el Frente Amplio ya se había reducido a un frente bastante estrecho. Casi todas las organizaciones y figuras de izquierda más conocidas estaban afuera del FA, y la izquierda en su conjunto estaba más fragmentada que nunca. Se perfilaban cinco candidaturas: Mendoza, Santos, Cerrón, Simon, y la de UNETE.

Y Mendoza despegó igual. Hoy, el grueso de la izquierda apoya a la candidata del FA, pero esa unidad es la consecuencia y no la causa del éxito de Mendoza.

El ascenso de Mendoza demuestra que la unidad importa poco. En una democracia presidencialista sin partidos, la que importa es la candidata. Y Verónika Mendoza ha sido una buena candidata.

Mendoza no arrancó bien. Carecía de experiencia. Hablaba a la militancia y no al electorado. Pero trabajó duro y aprendió rápido. Aprendió a defenderse bien en la televisión, muchas veces en un ambiente hostil. Enfrentó ataques disfrazados como entrevistas –jamás pidió su Víctor Andrés Ponce– y salió bien parada.

Mendoza viajó de manera incesante por todo el país. Y a diferencia de sus rivales, se veía cómoda hablando con peruanos de todo tipo. Escuchándolos. Tocándolos. Comiendo su comida. Mostraba más empatía con la gente y más interés en sus problemas que sus rivales. Gracias a ese trabajo (y un nocaut inolvidable a Aldo Mariátegui), pasó de ser una candidata desconocida a ser una candidata que generaba simpatía, sobre todo en los sectores pobres y rurales. (En la última encuesta publicada por GfK, Mendoza tenía mayor intención de voto que PPK y Barnechea juntos en los sectores D y E y en el sector rural).

Verónika Mendoza, mucho más que su partido o su programa, ha sido la fuente principal del éxito de la izquierda. Sin ella, el FA probablemente no hubiera superado la valla de 5%.

Una tercera lección del éxito de Mendoza es que la izquierda no tenía que moderarse mucho. Al principio de la campaña, muchos analistas –yo entre ellos– sugeríamos que la mejor manera de superar la valla y entrar al Congreso (porque nadie pensaba seriamente en la presidencia) era moderarse y buscar al voto de la clase media progresista, con un discurso centrado más en la anticorrupción que en el estatismo. Y marcar distancias con el autoritarismo venezolano. El FA no nos hizo caso. Mendoza mantuvo un discurso principista. Descartó una Hoja de Ruta. Y se negó –a toda costa– a utilizar palabras como “dictadura” o “preso político” en referencia a Venezuela. Aunque el programa del FA está (muy) lejos de ser “socialista” o “chavista”, es mucho más ecologista, estatista, y defensor de los derechos de las minorías que el ultraortodoxo Consenso de Lima que impera desde 1990.

Y Mendoza despegó igual. Una campaña principista tiene varios beneficios. Primero, genera militancia. Poca gente se dedica a trabajar día y noche por varios meses sin sueldo por una causa moderada y pragmática. Los militantes necesitan creer en algo. Los militantes del FA no solo buscan puestos. Creen en su proyecto. Y eso fortalece a su partido y su campaña. Segundo, al mantener su discurso principista Mendoza se ha diferenciado de los demás candidatos. En una sociedad donde la gente detesta a los políticos, por su corrupción, sus mentiras, sus traiciones ideológicas, y su transfuguismo, un discurso principista puede ser un activo. Mendoza es percibida como más auténtica. Nadie duda que ella cree lo que dice. ¿Se puede decir lo mismo de Keiko, PPK, Alan, o Toledo?

El FA apostó por un proyecto menos amplio y más ideológico que muchos esperábamos—y le salió bien. Las consecuencias de esta apuesta para una posible segunda vuelta (o para un posible gobierno frenteamplista) son temas para futuras columnas. Por ahora, el desempeño electoral del FA ha sido espectacular. Aun si pierde, ha convertido la izquierda peruana en una fuerza electoral viable por la primera vez en una generación. No es poca cosa.

Steven Levitsky. Politólogo de Harvard University y estudioso de las democracias a nivel global. Experto en América Latina, y particularmente en Perú y Argentina.

La República

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