Brasil: a todo o nada – Análisis del director de Nodal
La decisión de la Justicia brasileña de suspender el nombramiento de Lula da Silva como jefe de gabinete de Dilma Rousseff es un hecho de suma gravedad institucional. Habría que bucear en lo más profundo de la historia latinoamericana para encontrar antecedentes del nombramiento de un ministro de tan alta jerarquía que es frenado por la Justicia.
Hay que ser muy ingenuo para pensar que el juez Itagiba Catta Preta Neto actuó como parte de una lucha global contra la corrupción, de la misma manera que divulgar las escuchas entre la presidenta Rousseff y el exmandatario Lula da Silva “casualmente” cuando ellos estaban reunidos no forma parte del saneamiento moral del Brasil.
Desde que Rousseff reasumió el 1º de enero de 2015, la oposición se puso como objetivo explícito lograr su renuncia en un triple juego de pinzas y evitar que Lula se presente como candidato en 2018. Y si es posible, destruirlos a ambos. Claro que no se trata de una cuestión personal: el objetivo es destruir un proyecto popular y progresista -en el más amplio sentido de la palabra- y que fue (y todavía es) clave para el desarrollo de una corriente progresista en la región que impulsó transformaciones profundas en varios países. Lo que se busca es archivar por décadas lo que se define despectivamente como “populista”.
En este “juego de tres pinzas” están, por un lado, los partidos políticos opositores liderados por Aécio Neves, derrotado en la segunda vuelta de 2014, y que desde septiembre de 2015 en entrevistas y comunicados asegura que el gobierno de Rousseff “se acabó”, lo que reiteró esta semana. Y el histórico PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), todavía un aliado del gobierno. Todavía.
Por otro lado existe un sistema judicial que insiste en juzgarlos a Lula y Dilma en base a acusaciones de corrupción que ambos niegan a viva voz. La tercera pinza es la de los principales medios de comunicación, que no sólo informan y analizan la situación política sino que también convocan abiertamente a movilizarse en las calles contra el gobierno de Dilma. Además, difunden materiales de los juzgados que inducen a pensar que existe una trama corrupta y de encubrimiento entre ambos sin que existan pruebas concretas. No es casual que durante la jura de Lula muchos de los presentes corearan “el pueblo no es bobo, abajo la red O Globo”, en clara alusión al papel opositor del grupo mediático más poderoso del Brasil.
El “juego de las tres pinzas” funcionó a la perfección el jueves 17 de marzo. El mismo día que debía asumir Lula como jefe de Gabinete, el influyente diario Folha de Sao Paulo sugestivamente titulaba “es el fin” a su columna editorial. En la última frase del editorial se podía leer: “Ya se decía que, con el nombramiento de Lula, el gobierno de Dilma Rousseff llegaba a su fin. Tal vez esa fase deba ser encarada a partir de los próximos días de forma más literal de lo que se pensaba”. Claro como el cristal. A los pocos minutos de asumir Lula como jefe de gabinete, un juez suspendió su designación en una medida sin precedentes y poco después la Cámara de Diputados aprobó la creación de la comisión especial de impeachment (juicio político) para destituir a la presidenta. Las tres pinzas al mismo tiempo.
Dilma suma a Lula a su gobierno para fortalecerlo, reforzar el vínculo perdido con sus votantes y los sectores populares, y desarmar la trama política del pedido de juicio político iniciado por la oposición. La crisis política aceleró los tiempos de Lula que pensaba lanzarse como candidato a la presidencia en 2018. Pero el triple juego de pinzas está actuando con celeridad y coordinación. Parece que ahora es a todo o nada.
¿Qué les queda a Dilma y a Lula? Su base social, aunque desencantada. ¿Podrán apelar a ella? Es la pregunta del millón.