Diez años, un balance (Bolivia) – Por Carlos D. Mesa, expresidente boliviano

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Empecemos por decir que los diez años de gobierno ininterrumpido del presidente Morales son en Bolivia una excepción, no una regla. Sobre esa evidencia, sería miope no asumir que se trata de un momento relevante que convierte de hecho a Morales y a su proceso político en uno de los más importantes de la República (es fundamental no olvidar que la CPE define a Bolivia como una República).

Su peso tiene que ver con dos elementos, el tiempo de duración del gobierno que está ya en su tercer mandato consecutivo -al que aún le quedan cuatro años de gestión-, y la naturaleza del proyecto propuesto.

¿Por qué será recordado Evo Morales si su gobierno terminase hoy? Primero, por ser el primer presidente indígena
de nuestra historia. Más allá del hecho en sí mismo, porque ese carácter indígena fue un pilar fundamental del discurso y la acción del gobierno.

Segundo, por la Constitución de 2009 y algunos de los elementos que ha incorporado: el concepto de Estado Plurinacional con el reconocimiento de treinta y seis pueblos indígenas. La combinación de la ciudadanía individual y la plural o colectiva. La especificidad de los derechos de las llamadas naciones indígenas, entre los que se cuenta el reconocimiento constitucional de la justicia comunitaria. La incorporación de las autonomías departamentales, regionales e indígenas. La afirmación de los derechos de las mujeres y la ampliación de derechos y garantías ciudadanas. En contrapartida, tiene varios defectos por sus premisas maximalistas, contradicciones en su articulado y deificación de la idea de participación ciudadana (elección judicial, control social, etcétera). Irónicamente, fue un texto aprobado sin debate y en un escenario de violencia.

Tercero, por el retorno del rol dominante del Estado en la economía a partir de la nacionalización de algunas empresas, la recompra de otras y la reformulación de contratos –incremento de impuestos incluido- con las operadoras petroleras.

Cuarto, por haber coincidido con el momento de mayor bonanza económica que recordemos. Nunca antes se había producido un nivel de precios internacionales de nuestras materias primas que incrementara tanto su valor. Tomemos un ejemplo ilustrativo. El precio del petróleo tuvo entre 1996 y 2005 un promedio de 25 dólares. En 2008 llegó a 147 dólares y ha tenido un promedio entre 2006 y 2015 de 82 dólares. Este desempeño es equivalente para minerales como el estaño, el zinc y la plata y para productos agroindustriales, como la soya y derivados. En virtud de ello, entre 2006 y 2015 Bolivia exportó 78.000 millones de dólares, contra 17.000 millones en el periodo 1996-2005, casi cinco veces más en un tiempo similar. La dimensión de esas cifras y un inteligente manejo macroeconómico permite entender las extraordinarias oportunidades que ha tenido el gobierno para encarar emprendimientos de salud, educación, saneamiento básico, infraestructura, telecomunicaciones e industria, que han dado lugar a avances significativos en la reducción de pobreza, aumento de poder adquisitivo, movilidad social con la aparición de una nueva clase media y la consecuencia de un ensanchamiento muy importante de la demanda interna.

Quinto, su proyección internacional única. La demostración de que el país puede sostener una posición digna e independiente y una política marítima que puede conseguir una negociación que nos dé un acceso soberano al mar.

¿Cuáles son los déficits más relevantes del modelo? El autoritarismo basado en la premisa de la construcción de un poder hegemónico, cuyo objetivo es el control del poder total y la subordinación de los órganos del Estado al Órgano Ejecutivo. No ha abierto ningún vaso comunicante con la oposición y se ha basado en una lógica centralista poco flexible a la aplicación real de un Estado de autonomías.

Su apuesta se apoya en el rentismo extractivista y en un paradigma desarrollista anclado en la segunda mitad del siglo pasado. Hay una falta de concordancia entre la retórica del «Vivir bien” y la realidad de una sociedad materialista y mercantilista poco proclive a la visión comunitaria y solidaria. El discurso ambientalista está en dramática contradicción con la filosofía real del gobierno sobre el tema (TIPNIS).

El pacto social quebrado en 2003 no se ha recuperado en 2009. Nuestra fragilidad institucional y el razonamiento de que la algarada callejera resuelve cualquier conflicto, sólo se atenúa por la fuerza y legitimidad del Presidente. La revolución ética, una vez más, se enfrenta con la realidad de la penetración de la corrupción. Nuestra desastrada justicia sigue hundida en la ineficiencia y la falta de probidad. La gravitación del narcotráfico y el incremento de la inseguridad ciudadana son más que preocupantes.

En el balance, sin embargo, es imprescindible reconocer de nuevo que el gobierno de Evo Morales está, sin duda, entre los más significativos de nuestros casi dos siglos de vida independiente.

Carlos D. Mesa. Fue presidente de Bolivia y es el actual vocero de la demanda marítima.

Página Siete

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