Mauricio Macri y América Latina – Análisis del director de Nodal
El 10 de diciembre Mauricio Macri juró como presidente de la Argentina después de doce años de gobiernos comandados por el matrimonio de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Por primera vez desde la irrupción de Hugo Chávez en la escena política latinoamericana, un gobierno de la denominada “corriente progresista/popular/populista” (en el más amplio sentido de la palabra) que se opuso al ALCA y desarrolló la UNASUR y la CELAC, deja el poder fruto de una derrota electoral.
En realidad, no es la primera vez en la historia de la región que un gobierno “progresista/popular/populista” surgido de las urnas deja el poder. Esta vez tiene características particulares a las que hay que prestar atención ya que el siglo XX fue pródigo de gobiernos populares que accedieron al poder por las urnas pero casi siempre fueron derrocados por golpes de Estado violentos con la intervención de los militares y posterior exilio, cárcel o muerte de los presidentes depuestos, además de asesinatos y desapariciones de miles de personas.
Si uno repasa la historia latinoamericana de los últimos 60 años encontrará numerosos presidentes derrotados y humillados, presos, exiliados o asesinados luego de un golpe de Estado. La lista es tan larga que tan sólo con nombrar a Jacobo Arbenz en Guatemala (1954), Juan Domingo Perón en la Argentina (1955), Joao Goulart en Brasil (1964), y Salvador Allende en Chile (1973) alcanza para reflejar la dimensión de lo que significaron los golpes y las dictaduras que buscaron destruir gobiernos y movimientos populares.
Lo sucedido en 2015 en la Argentina es novedoso. El kirchnerismo sufrió una derrota electoral pero no fue derrotado. La diferencia es sustancial. En un hecho inédito para América Latina y el Caribe, la presidenta Cristina Fernández, en su último día al frente del país, convocó a una multitud frente al palacio presidencial para despedirse después de doce años de kirchnerismo, casi como si estuviera festejando una victoria de su movimiento y no una derrota. Ni siquiera el popular Lula de Silva en Brasil tuvo tal despedida con festejos cuando le traspasó el mando a Dilma Rousseff de su propio partido, y en este caso es a un partido de signo opuesto. Las fotografías, que siempre tienen un alto contenido simbólico, la muestran a Cristina Fernández dejando la Casa de Gobierno por la puerta grande, todo lo contrario de lo que en la retina popular argentina quedó grabado de cuando el presidente Fernando de la Rúa tuvo que irse en helicóptero en el año 2001 después de una profunda crisis económica y que una revuelta popular pusiera fin a su mandato.
Se necesitará tiempo para evaluar el significado político y social de una multitud despidiendo a una presidenta saliente, ratificando la adhesión a su figura y los logros de su gobierno, lo que seguramente dejará una profunda huella en la Argentina. Además, es una señal para el nuevo presidente Mauricio Macri que deberá gobernar con un movimiento que después de doce años de gobierno no deja el país en llamas ni abandona el poder derrotado, que obtuvo el 49% de los votos y sus líderes no están presos ni fueron forzados al exilio. Toda una novedad para América Latina. Por otra parte, Macri asume en una región con varios gobiernos de signo “progresista” que han modificado en conjunto la región aunque varios de ellos hoy estén debilitados, como es el caso de Venezuela y Brasil.
Más allá del debate sobre “el fin del populismo” -anunciado tantas veces y en algunos casos hace décadas- que algunos intentan instalar nuevamente en esta coyuntura por el cambio de gobierno en la Argentina y el triunfo de la oposición parlamentaria en Venezuela, lo cierto es que América Latina y el Caribe ha pasado por un proceso de integración regional sin precedentes.
La puja regional hoy tiene muchos más ribetes que la votación sobre Cuba en Naciones Unidas como lo era a fines del siglo pasado cuando la tendencia estaba marcada por los presidentes que adherían a los postulados del llamado “Consenso de Washington” y las políticas neoliberales. Ahora existen organismos creados y desarrollados por la corriente progresista (CELAC, UNASUR, ALBA, entre otros) que tienen un lugar en la política regional y que tampoco los gobiernos de derecha (en el más amplio sentido de la palabra) pueden ignorar.