La «conciliación de clases» y el impeachment a Dilma (Brasil) – Por Amílcar Salas Oroño

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Las “correlaciones de fuerza” suelen adquirir delimitación en función de ciertas referencias políticas que las organizan, a partir de aquellas identidades expresadas dentro de un determinado escenario. La “conciliación de clases” propuesta por el Partido dos Trabalhadores (PT) al llegar al poder en el 2002, con la densidad popular de los movimientos sociales y sindicales de un lado, y con el apoyo de un sector del empresariado brasileño en la figura del Vicepresidente J. Alencar – propietario en su momento de COTEMINAS, la mayor industria textil del país- del otro, pareciera haberse ido diluyendo progresivamente durante estos años. Así, el trayecto que va del 2002 al 2015 muestra a clases y fracciones de clase que pasan en diferentes ritmos hacia la oposición o que construyen nuevas representaciones específicas, sectoriales. Los efectos a la vista: la expansión numérica de partidos con representación parlamentaria (28), la desmoralización ciudadana respecto de sus liderazgos y el crecimiento – por demás elocuente de una desideologización general- de la actuación del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) en el escenario partidario. Una (estructural) pérdida de densidad social en la “conciliación de clases” propuesta por el PT que, en la dialéctica de los últimos meses, produjo una licuación de la legitimidad política (presidencial) y su traspaso hacia una parlamentarización de las decisiones; algo que, en vistas a los tiempos futuros, no permite ser demasiado optimistas respecto de lo que pueda suceder con el mandato de Dilma Rousseff.

Parlamentarización y cambio ministerial

Si bien las últimas marchas pro-impeachment han disminuido en su poder de convocatoria y el Tribunal Superior de Justicia invalidó la elección – y la modalidad – de la comisión especial que debía tratar la aceptación del pedido de juicio político, colocando restricciones al veredicto que salga de la Cámara de Diputados, esto no significa que las futuras votaciones que deban darse en el Congreso brasileño estén definidas a favor de la continuidad de la Presidenta. El 2015 termina, en ese sentido, con un cuadro altamente inestable. La incertidumbre proviene, precisamente, del hecho que el desenlace se dará en un lugar en el que la evanescencia de las posiciones y los comportamientos políticos han llegado a un grado grotesco de imprevisibilidad, incluso en las propias filas oficialistas, algo que padeció unas semanas atrás el propio líder de senadores del PT, D. Amaral. Alrededores y pasillos del Congreso se han convertido en un espacio de despliegue de todo tipo presiones, tumultos e intereses creados, un microclima que arma y desarma mayorías diferentes todas las semanas, al compás de lo que surja de la gramática que le imprimen los medios de comunicación y las decisiones del Poder Judicial.

En estas circunstancias, no hay números consolidados para las bancadas oficialistas u opositoras o, mejor dicho, para quienes darían curso al expediente del juicio político a la Presidenta y quienes no lo harían, que es, en definitiva, el clivaje que hoy organiza los posicionamientos políticos. Al margen de las correcciones económicas que pueda proponer N. Barbosa, la salida de J. Levy del Ministerio de Economía puede llegar a ser un punto de partida clave para el PT respecto de reorganizar para si a sus fuerzas (políticas y sociales): N. Barbosa tiene entre sus credenciales no sólo una formación académica inspirada en las mejores tradiciones del desenvolvimentismo brasileño sino también una actuación insistentemente “anticíclica” durante el Gobierno de Lula, tanto en el Banco Central como desde el Banco do Brasil, algo bien diferente al perfil ortodoxo y financista del ex-Director de Bradesco J. Levy. Si bien lo fundamental es que el nuevo ministro establezca un giro económico inmediato respecto de su antecesor – que con su ajuste no sólo profundizó la recesión económica sino que llevó al país a tasas de inflación y desempleo como no se registraban hace décadas – el recambio también puede permitir que la ambigüedad manifestada por varias fuerzas políticas y sociales de tener que apoyar a un Gobierno con el que no se está de acuerdo mute en un acompañamiento presencial más contundente; detalle no menor, en esta encrucijada, siendo que la definición política que deberá tomar el Parlamento pareciera que terminará por componerse a partir de la resultante que surja de las presiones externas e internas que se le ejerzan al sistema.

El PMDB y la articulación de intereses

Sobre esta superficie confusa, el PMDB ha logrado ubicarse como coleccionador de intereses privados, desplazando al Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) del lugar definitorio: al margen de sus propias luchas intestinas – en la última semana, por ejemplo, L. Picciani fue depuesto y repuesto por sus colegas como jefe de bloque de diputados del partido – con el corrimiento de M. Temer, nada menos que el Vicepresidente de la República, hacia una posición proclive a la destitución de su propia Presidenta, el PMDB cierra un año en el que, valiéndose de la robusta presencia institucional que ha tenido (Vicepresidencia, Presidencia de ambas cámaras, ministerios, gobernadores), ganó musculatura como opción política para ciertos intereses, clases y fracciones sociales: para el gran empresariado, contrariado desde el 2008 con las medidas que se adoptaron para reducir los impactos de la crisis internacional y cada vez más opositor (como lo testimonian los recientes pronunciamientos públicos a favor del juicio político del Presidente de la Federación de Industriales de San Pablo – FIESP- , P. Skaf, miembro, dicho sea de paso, del PMDB); para fracciones ligadas al capital internacional que, por ejemplo, han hecho todo lo posible desde el 2010 para modificar el marco regulatorio de las exploraciones del Pre-Sal de Petrobrás, disminuir la injerencia del BNDES o bien promover un cambio privatizante en Electrobras; para sectores medios, que asumieron cierta autonomía de acción a partir de las protestas de junio del 2013 y que han encontrado en las referencias evangélicas o securitarias del PMDB una instancia del identificación.

Al respecto, en sus dos documentos públicos emblemáticos de este año – “Agenda Brasil” y “Un puente para el futuro”, tan distantes en su contenido y perspectiva de su plataforma histórica de 1982 “Esperança e Mudança”– el PMDB convoca a esas demandas para la composición de una nueva “articulación de clases”; en ese sentido, lo que está en juego no es simplemente la destitución de Dilma Rousseff sino el reemplazo de una “conciliación de clases” por otra, con otro actores, con otros sentidos históricos para el país. Lo paradójico del contexto es que este crecimiento del PMDB como vehículo y articulador de intereses se fue dando a partir del margen que el propio Partido dos Trabalhadores le otorgó durante sus Gobiernos, con las concesiones ministeriales, las candidaturas compartidas, las representaciones institucionales, etc. Un escenario complejo que va más allá de lo institucional; si bien “nuevas alianzas de clases” ya están en marcha en la región, como en el caso argentino, lo preocupante es que en Brasil ésta quiera imponerse sin un acto electoral. De allí la importancia de recuperar una movilización democrática que module y modifique la extrema parlamentarización de las decisiones políticas de los últimos meses.

Amílcar Salas Oroño. Politólogo. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA)

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