Argentina: Salto sin red – Por Aram Aharonian

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Sigue en Argentina el espectáculo continuado de las consignas: el 17 de diciembre se concretó el “fin del cepo” que, traducido del diccionario Cambiemos, significa bajar la incidencia del salario, tanto en pesos como en dólares, en el costo de las empresas, tanto nacionales como foráneas establecidas en el país.

En un lenguaje más heterodoxo, se trata de una fuerte devaluación que significa una fuerte transferencia regresiva de ingresos y de la renta nacional, en un país que debiera tener memoria, y mucha, de las megadevaluaciones. Significa un duro golpe para la ciudadanía, pero lo que busca el gobierno es crear un shock de confianza de los centros financieros en la “seriedad macrista” para cumplir con sus dictados.

En los papeles

Los gurúes económicos del gobierno parten de varios supuestos con el nuevo dólar:

1) “Los precios internos no se moverán mucho más ya que se adelantaron a la devaluación.” Hay muchísimos precios todavía vinculados al dólar, entre ellos, ni más ni menos, que los alimentos de la canasta familiar, siendo que la Argentina es un país exportador de éstos.

2) “Se logrará un apoyo financiero internacional.” Hasta ahora todo está en el difuso terreno de las promesas y no se consiguió un solo logro real.

3) Apuestan a que la maxidevaluación parará una corrida al dólar con altísimas tasas de interés en pesos, en un principio en torno del 40% para bonos de corto plazo y, por supuesto, mucho más altas para la economía real.

4) Y a que no habrá una fuerte movilización social ante el deterioro inmediato esperable de las condiciones de vida. Siendo la primera prueba, sin duda, la discusión anual de los salarios en las convenciones colectivas de trabajo, podrán negociar con un sector burocrático del sindicalismo a través de prebendas sectoriales e incluso personales.

5) Suponen que la situación internacional no conlleve a la mayor salida de capitales y por lo tanto a la presión compradora de dólares. Hay que tener en cuenta que el anuncio del gobierno argentino es coincidente con el del aumento de tasas de interés de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que los analistas internacionales anticipan impulsará el movimiento de inversores desde países periféricos –como la Argentina– hacia los Estados Unidos, y a una mayor revaluación del dólar.

6) Consideran que abriendo inmediatamente el comercio exterior (al eliminar las autorizaciones previas) no habrá una fuerte presión importadora, basados en el encarecimiento de las compras externas en moneda nacional y, seguramente, por el conocimiento y certeza de que muchas empresas se sobreestockearon previamente, comprando a menos de 10 pesos por dólar mercaderías que ahora pueden vender un 50% más caro. Todo a costa del Estado, claro.

7) Apuestan a que la devaluación impulsará una mayor producción y exportación de commodities (agropecuarios, mineros) y, por lo tanto, un auge de inversiones. Quizás, en su visión endogámica, no hayan percibido que también otros países están devaluando y por ende no puede esperarse un gran cambio en los precios relativos.

8) Suponen que cubrirán, compensarán, los mayores déficits en la balanza de pagos con créditos externos (es de prever que recurrirán al Fondo Monetario Internacional para que Madame Lagarde no entre en furia), y mayores inversiones privadas.

Entre libertad y libertinaje

Todo llamado a la cautela que puedan hacer otros economistas –incluso neoliberales– es negado por el optimismo y la improvisación. La preocupación mayor es que empujaron a la economía argentina a una muy fuerte recesión que, significativa y arrogantemente, no prevén, ya que creen que el shock inmediato se estabilizará en el corto plazo y, sobre todo, que la reacción política y social será limitada.

El gabinete económico está jugando con fuego y todo hace pensar que no lograrán estabilizar la situación, aunque en un principio puedan prevalecer la confianza de los centros financieros y el desconcierto de quienes serán inmediatamente damnificados (los trabajadores y la clase media).

El eufemismo de la libertad hace sus estragos, porque esta “libertad” está dirigida solo a quienes tengan un grandísimo poder económico, que serán quienes determinen el tipo de cambio. Discursivamente lo que se quiere vender es que ahora todos los argentinos podrán tener acceso libre a los dólares, hasta un “límite” de dos millones al mes por persona.

El control de cambios permitó una política de asignación de divisas más efectiva a favor de otro modelo económico inclusivo, que garantizaba los derechos sociales, ser soberano en sectores estratégicos, e impulsor de un camino industrializador de la sustitución de importaciones.

Si se permite que las divisas puedan ser retiradas por quien quiera (en realidad quien pueda o quien quiera fugar el dinero del país), cómo quiera, cuándo quiera; o si se establecen medidas a favor de un uso más desarrollista, en favor del futuro del país.

Los mismos que salen ganando con la eliminación de la retención del campo (lo que significará la posibilidad de sumar más dólares en su poder) son los que pueden ahora marcar el tipo de cambio; los mismos, los únicos que salen ganando con una devaluación.

El gobierno macrista promete que no faltarán dólares en el país. ¿De dónde van a salir si no son por préstamos de la gran banca privada internacional (ya comprometidos –entre otros- por los bancos Deutsche Bank, Citibank, JP Morgan, HSBC, Goldman Sachs) o de los organismos multilaterales de crédito, que impondrán sus condicionamientos de siempre. Esto significa más deuda externa, más dependencia.

El gobierno descarta que se produzcan eventos y confrontaciones de magnitud pero, complementariamente, debe tenerse en cuenta que nombraron a dedo a dos miembros de la Corte Suprema y esperan gobernar a través de decretos sin pasar por el Parlamento. Algo muy peligroso para todo el país, y sumamente inestable y desmistificador entre los partidos de la alianza que compraron eso de ser los paladines de la democracia.

*Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.

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